21 de noviembre 2019 - 10:22

Interpretaciones sobre la transición

La totalidad del peronismo vuelve a una rutina ganadora (PASO-Nacional-provincia de Buenos Aires). La conducción del oficialismo se retoma sin personalismos, lejos de discusiones sobre la orientación de las políticas públicas que se van a implementar entre 2019-2023 y con una relación armónica conciliadora que rompe con varios años de infructuoso rencor.

El mandatario Mauricio Macri y el presidente electo Alberto Fernández consensuaron una transición ordenada.

El mandatario Mauricio Macri y el presidente electo Alberto Fernández consensuaron una transición "ordenada".

Foto: Casa Rosada

Las elecciones presidenciales que llevaron a Alberto Fernández al poder el 27 de octubre de 2019 fueron novedosas en más de un sentido. Para empezar, por primera vez un presidente que termina su mandato desde el regreso de la democracia no logra la reelección. Solo ha conseguido sobrevivir, lo cual es un dato superador de Alfonsín y De la Rúa. También, porque Cambiemos es alejado del gobierno nacional y de la provincia de Buenos Aires. Allí el Frente de Todos recupera su bastión histórico obteniendo (Axel) Kicillof 45,44% más que (María Eugenia) Vidal (52,20% a 35,89%). El oficialismo fue derrotado en todo el país con un 20% más de votos de Fernández sobre (Mauricio) Macri (8 puntos sobre 40).

Cambiemos ha sido la “primera coalición electoral sin responsabilidades de gobierno -aunque con integrantes en el gabinete, algo sui generis- de la historia democrática moderna de Argentina. Merece ser mencionada otra cuestión interesante; la totalidad del peronismo (sus diferentes versiones más el sindicalismo unido) vuelve a una rutina ganadora (PASO-Nacional-provincia de Buenos Aires, mayoría de provincias). La conducción del oficialismo se retoma sin personalismos, lejos de discusiones sobre la orientación de las políticas públicas que se van a implementar entre 2019-2023, con una relación armónica conciliadora movimientista que rompe con varios años de infructuoso rencor.

En 2015 la coalición Cambiemos llegó al poder después de trece años de gobierno del Frente para la Victoria y encontró en la oposición un camino donde forjar su articulación. La experiencia de la elección presidencial ha mostrado que la UCR y el PRO eran las dos fuerzas principales que componen el anti-peronismo opositor, que había estado fragmentada, con protagonistas célebres pero débiles que entendían que la única opción para enfrentar a Cristina Fernández de Kirchner era una alianza electoral. No había muchos antecedentes de coaliciones exitosas en la Argentina-fuera del FREJULI y el FpV-, y solo una experiencia triunfante opositora que no pudo terminar el mandato, la Alianza. Otra vez se introdujo el espíritu de la Unión Democrática que había perdido contra Juan Domingo Perón, con menos fuerzas políticas integrantes, aunque con la inocultable adhesión de los medios hegemónicos y el “círculo rojo”.

Los dos partidos importantes asociados tenían trayectorias diferentes. La UCR, el partido de Leandro N. Alem, institucionalizado, de presencia nacional, con militantes devotos, aunque un tanto desperdigados en sus liderazgos locales y nacionales después de las experiencias de Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa. Se le unió a la UCR una columna municipal de centro-derecha engendrada en 2003, cuyos dirigentes más importantes salieron del menemismo y delarruismo residual, con antecedentes en ANSES y el gobierno de la Ciudad. Y la estrategia de crecimiento del nuevo partido no se centraba en la popularidad de sus dirigentes sino en “el éxito en los negocios” de sus integrantes, más “los mejores economistas y financistas” y, la propaganda frenética de los medios totalmente a su disposición y, abiertamente en contra de sus oponentes.

La democracia argentina en 2015 venía de interpretaciones muy censuradoras. Comunicadores, periodistas, políticos de la oposición y “haters” (odiadores: término empleado en las redes sociales para denominar a los usuarios que generalmente desprecian, difaman o critican destructivamente a una persona o a una entidad). Cristina Fernández de Kirchner había sido escarnecida en forma abusiva como una presidenta vidriosa e institucionalmente inconsistente. Incriminada por la centralización de sus decisiones, su preferencia por la juventud y, ejerciendo un presunto despotismo desde el Poder Ejecutivo. Reprochada por supuestas decisiones desapegadas a la Constitución, según el anti-peronismo cotidiano.

Lo cierto es que las dos presidencias de Cristina, no fueron un obstáculo para la democracia, ni impidieron la continuación o el progreso de las características fundamentales de la misma, que estuvieron presentes y en cualquier caso se profundizaron. Hubo muestras acabadas de introducciones colectivas, e inclusión social, que formaron parte de su impronta. A pesar de ello, la actitud decisionista de la ex presidenta fue presentada como una seria amenaza para la calidad de las instituciones.

El talante presidencial de Cristina fue proporcionado por el contexto de siete de ocho años de crecimiento con superávits gemelos y victoria sobre la crisis de Lehman Brothers y lo que se denominó el “semestre trágico” (último trimestre de 2008-primer trimestre de 2009). Durante este periodo la velocidad anualizada de caída de países como Corea y Japón era de 15%. En Argentina solo fue una pausa, que retomo con tasas chinas de 8% y 9% de crecimiento en 2010 y 2011. El éxito que tuvo la recuperación económica durante los dos primeros periodos de gestión Kirchnerista, más el descrédito de la Unión Cívica Radical (UCR) tras la traumática salida de De la Rúa del poder y la fragmentación de la oposición en general, convirtieron al FpV en un frente hegemónico. Por esta situación se instalaron temores de perpetuación en el poder, a pesar que el candidato era Daniel Scioli y nunca se plebiscitó la re-reelección de Cristina. Respecto a éste último punto, aunque hoy parezca exagerado, no estaba absolutamente desacertado con respecto a las previsiones de la Ciencia Política y lo que vemos en otros países. Para muchos cientistas políticos es lícito recelar de la no alternancia en el sistema democrático, ya que puede erosionar las instituciones. Igualmente, nunca sucedió y esa contingencia se desvaneció, sin que nadie de los que establecieron certezas diera explicaciones. Cristina nunca transitó el sendero que recorrieron Chávez, Maduro, Ortega, Correa y Evo Morales. Y aun en 2019, siendo la candidata con mayor intensión de voto, no lo intentó.

La restricción externa, el amesetamiento de la economía por la inaccesibilidad al crédito internacional y el impuesto al dólar turista, dispararon la ilusión y emergencia de la cadena de la felicidad. Con solo levantar “el cepo”, pagarle a los fondos buitres y bajar las retenciones, habría una lluvia de inversiones. Una política “pro mercados” las atraería. Todas estas presunciones harían reflotar aquella sociedad indulgente y simpática de la Convertibilidad que decidió por Cambiemos. La cantinela insistente, el desvelo de los medios por los temas: corrupción, cepo al dólar (restricción para comprar y atesorar dólares) y la amenaza judicial, fueron alguno de los caballitos de batalla del triunfo.

La oposición partidaria y “para partidaria” se congregó en derredor de estos diferentes argumentos. La promesa de una coalición moderna como las de los “países serios”, se había instalado para cambiar la dirección de la economía. El programa de Cambiemos aseguraba la recuperación de la actividad, con mejora de los salarios, quita del impuesto al trabajo (impuesto a las ganancias), “pobreza cero”, etcétera. En el núcleo se proponía la discontinuidad de los principios básicos de un modelo inclusivo de producción y trabajo (con fiscalizaciones de precios, nacionalizaciones, control de cambios, controles de entrada y salida de capitales, del comercio exterior), y se prometía impulsar las correcciones económicas necesarias, apelando a políticas de libre mercado, rebaja de impuestos, reforma laboral para generar empleo, sostenimiento del gasto social, desmantelamiento de los entes reguladores, etcétera.

El presidente Macri dejó muy claro que todo lo que estuviera bien no se tocaría, y con eso se enviaban señales certeras a las conquistas kirchneristas para un electorado que eligió a Cristina en 2011 pero se encontraba fatigado y taladrado por el marketing de los medios y las redes sociales. Con la escasa diferencia en la cantidad de votos que había obtenido Macri-Michetti sobre Scioli-Zannini, con botín electoral impensado, se instaló la idea de que el nuevo poder podría mejorar la situación del país. Cristina había dejado de ser indispensable para mantener la justicia social, Ciencia y Tecnología, CONICET y con ello la traza hegemónica kirchnerista se había quebrado. La posible elección de Daniel Scioli estaba descontada, cuando fue apenas superada y, sin embargo se recreaba la sensación de que el equilibrio de poder en el sistema se había reconstruido, logrando sostenerlo más tarde en los hechos, alcanzando cuarenta por ciento de los votos en la última elección.

No había razones para sospechar que la performance económica de los doce años anteriores había quedado atrás. Desde el año 2003 la Argentina había experimentado muchos años con tasas de crecimiento chinas y, en el último periodo con un saldo positivo de 2,7% de crecimiento del PBI, totalizando un PBI de alrededor de u$s600.000 millones (desde los u$s270.000 millones, en el pico de Carlos Menem).

Todo esto con recuperación de los indicadores de empleo (el desempleo en doce años cayó 70%) y disminución de la pobreza desde 57% a 26%, situación que en 2015 generaba un clima de optimismo entre los ciudadanos que llenaban los restaurantes, colapsaban las rutas los fines de semana largos. Las pymes tenían crédito, compraban, vendían, cobraban y pagaban. Había señales de ensueño social, estabilidad y crecimiento de los niveles de ingreso y caída del desempleo. Confianza en la solvencia de las compañías argentinas que se había recuperado durante muchos años consecutivos. Las empresas emblemáticas habían tenido ganancias astronómicas. La cadena de pagos funcionaba como un reloj. El déficit fiscal y la tasa de riesgo país eran más que razonable para un país que soportaba “la guerra de la TASK FORCE” de Paul Singer y otros actores locales. Luego del debate Macri-Scioli y el triunfo de Cambiemos, se consideraba que el regreso a los mercados voluntarios, el levantamiento del control de cambios y la afluencia de capitales iban a impulsar el bienestar general. Se hablaba de inflación de un dígito para 2019, hasta bien entrado el nuevo gobierno.

La política no convencional por la cual Macri se iba a destacar, dado el pasado boquense y empresarial, era el advenimiento de éste estilo denominado por su espacio “la revolución de la alegría”, que había sido percibido como algo auténtico. Se hablaba de cambios importantes en la forma en que se haría la política en el país, con un clima más pluralista, sin persecuciones, y se celebraba el ascenso de una coalición amigable, diferente al contorno que incomunicaba al FpV. Este frenesí gubernativo no iba a requerir que las políticas fueran pactadas y negociadas entre la UCR y el PRO. La “democracia delegativa” O’Donelliana ya estaba a disposición de Mauricio Macri el conductor. A todo esto había que agregar el hecho de que Macri conviviría con una Corte Suprema con mayoría propia, apenas comenzaba y ya había designando dos jueces en la Suprema Corte por decreto. La democracia argentina, la república se habían recuperado, la “amenaza chavista” había desaparecido, las instituciones estaban fuertes…

(*) Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, Profesor de Maestrías, Conferencista y Consultor Internacional. Presidente de HACER www.hacer.com.ar , autor de 6 libros, con: “2001, FMI, Tecnocracia y Crisis”.

Dejá tu comentario

Te puede interesar