Al menos, en las formas, la Presidente es otra. Basta revisar sus últimas apariciones públicas (a razón de tres por día) y, se observará, ya no se crispa y mantiene latente, en reservas, una característica agresividad que arrastraba desde sus tiempos mozos en el Congreso. Tampoco usa tanto ya las manos, como era su hábito -casi de mal actor, quien al no saber qué hacer con ellas se las guarda en los bolsillos-, no señala ni impugna con el dedo y hasta ha dejado de tocar los dos micrófonos al mismo tiempo, como solía proceder casi nerviosamente. Ahora, además, aparece serena, dominada, intimista (siempre relata una anécdota familiar) y hasta se permite algún chiste para descomprimir a quienes la escuchan. Otra persona, sin duda, en busca de un rating perdido.
El contenido al que quiere acceder es exclusivo para suscriptores.
Si hasta ha cambiado la formade enfrentar al auditorio cada vez que se entona el Himno, como ayer en Tucumán. Antes, aplicando un consejo que le susurró -dicen-el ex canciller Rafael Bielsa, se impuso la costumbre norteamericana de cantar las estrofas con la mano bien alta sobre el pecho. Ahora, actúa de otro modo: baja su diestra, se apoya en las inmediaciones del corazón, casi aprieta un seno (y no, seguramente, para convocar a la buena suerte o disipar la mala). En rigor, sigue -en su aprendizaje acelerado de nuevas modalidades de presentación-el código de conducta norteamericano-(U.S. Code Collection) que en uno de sus tres puntos básicos exige la mano derecha aplicada sobre ese lugar del cuerpo («all present except those in uniform should stand at attention facing the flag with the right hand over the heart»).
Informate más
Dejá tu comentario