En la primera entrevista que tuvo con Néstor Kirchner, George Bush quiso desentrañar en qué lugar del arco ideológico debía localizarlo. Si era de izquierda, de centro o de derecha. El argentino dio una respuesta que agregó confusión: «Soy peronista», le dijo. En el otro extremo del arco, Fidel Castro pudo verificar lo mismo en la cumbre de Córdoba. Kirchner le aplicó el manual de estilo del peronismo: el dictador caribeño terminó en una encerrona, y su visita a la Argentina sólo sirvió para exagerar las violaciones a los derechos humanos que se producen en Cuba. Efectos de la discusión del caso de Hilda Molina, claro, la reconocida médica que no puede dejar el país ni siquiera para visitar a su hijo y a sus nietos que viven en Buenos Aires.
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El severo tratamiento que le aplicó Kirchner a Castro obedece, no hay derecho a dudarlo, a la prioridad que constituye para el Presidente la lucha por los derechos humanos. Pero hay derecho a pensar, también, que del conflicto con este viejo caudillo el santacruceño extraiga otra ventaja: una señal hacia los Estados Unidos acerca de que su adscripción al nuevo clima político que reina en América latina tiene límites precisos. Una lectura similar podría hacerse del acontecimiento con el que Kirchner inició esa reunión: provocando una entrevista entre Hugo Chávez -admirador de Irán, crítico acérrimo de la política de Israel en Oriente Medio y acusado en su país de perseguir a la comunidad judía- y el rabino Singer, el vicepresidente del Congreso Judío Mundial. Peronismo puro, tercera posición.
Hasta aquí, interpretaciones, ocurrencias. Los hechos fueron contundentes. El primero fue que Kirchner invitó a Castro a la cumbre de Córdoba. Pero los tres días en la Argentina se transformaron en una incomodidad para el anciano. Todo comenzó la noche de la llegada. Jorge Taiana, el canciller, debió comunicar a su colega Felipe Pérez Roque que el anfitrión tenía una carta preparada para reclamar a Castro por Molina. Y que, en caso de que no quisiera recibirla, hablaría del tema públicamente.
A Pérez Roque no le había resultado del todo novedosa la posibilidad. Ya el secretario de Provincias, Rafael Follonier -acaso del funcionario de Kirchner con mejores relaciones en La Habanahabía hecho un adelanto de esas intenciones el miércoles por la noche, en Córdoba. Los receptoresdel mensaje fueron el embajador- Aramis Fuentes Fernández y su consejero político (agente del servicio secreto cubano), Francisco Delgado, se negaron terminantemente a aceptar la introducción del caso Molina en la agenda.
El jueves por la noche, cuando Pérez Roque se enteró de la iniciativa y la comunicó a su jefe, todo se complicó más. Fidel permaneció en su habitación y no concurrió a la comida que ofrecía el anfitrión, Kirchner. Su canciller, al unísono con el embajador Fuentes, se quejó ante Taiana y Darío Alessandro ( representante argentino en la isla) porque «si hubiéramos sabido que nos iban a hacer esto, no veníamos». Reaccionó Alessandro: «Felipe -le dijo a Pérez Roque-, si me hubieras concedido la entrevista que te vengo pidiendo hace dos meses sin éxito, te habrías enterado. Era para anticiparte lo que haríamos en el caso Molina». En la Cancillería atribuyen a ese «ninguneo» al embajador argentino parte del malestar de Kirchner con Castro.
Por suerte, toda esta izquierda es trasnochadora (en el sentido literal de la palabra, claro) y eso facilitó que las negociaciones siguieran hasta tarde. Ahora los interlocutores eran el subsecretario de Relaciones Económicas Latinoamericanas, Eduardo Sigal, y Alessandro, frente a Alejandro González Galeano, ex embajador de Cuba en la Argentina y actual director de América latina de la Cancillería castrista (condecorado en su momento por Taiana, quien, sin embargo, prefirió que fuera un subalterno quien le entregara la medalla). «No queremos recibir la carta porque la respuesta va a ser negativa», dijeron los cubanos. Insinuaron, también, que Castro se volvería a la isla la mañana de ese día. El enfado era mayúsculo: Kirchner había amenazado con no firmar el acuerdo comercial entre Mercosur y Cuba, lo que hubiera hecho fracasar ese tratado. La salida de Castro hubiera obligado a una logística especial en el aeropuerto: llegó a Córdoba con tres aeronaves, una de ellas de carga con varios autos blindados en su interior.
Entrevista de madrugada
En las sombras, como suele suceder, comenzó a moverse el operador todoterreno del Presidente, Julio De Vido: en la madrugada se entrevistó con Hugo Chávez para que el presidente de Venezuela intercediera ante Castro. Fue sólo ante los reclamos de su discípulo que el dictador de Cuba decidió quedarse y recibir la misiva presidencial.
Los hechos de Córdoba iluminan la conducta actual de Kirchner frente a Cuba y su política de derechos humanos. Pero también sus antecedentes: ahora se sabe que Rafael Bielsa y, sobre todo, Eduardo Valdés, su jefe de Gabinete, actuaron por orden presidencial cuando enviaron la primera carta a Castro y toleraron que Molina se asilara en la embajada argentina en La Habana. En aquel momento, fue Taiana el más crítico de esas actitudes. El mismo Taiana que ahora debió repetirlas, en un inesperado homenaje a Valdés. También se derribó el argumento de quienes decían que «fue un error que Kirchner enviara una carta sin tener antes un guiño sobre su respuesta». Como si quienes le enviaban cartas a Jorge Rafael Videla (desde Valéry Giscard d'Estaing hasta Jimmy Carter) pidiendo clemencia por las violaciones a los derechos humanos hubieran esperado una contestación.
El tratamiento inhóspito de Kirchner a Castro, que se prolongó durante el sábado (lo dejó con la sola compañía de Chávez para visitar la casa del Che Guevara en Alta Gracia), se alimenta en razones tácticas, pero también en una política bastante consecuente. El jefe de despacho de Cristina Kirchner en el Senado, Héctor Farías Brito, recibe sistemáticamente al hijo de la doctora Molina, Roberto Quiñones, y mantiene a la senadora informada con minuciosidad de la saga familiar. Fue por este mismo caso que los Kirchner suspendieron su viaje a Cuba, en mayo de 2005, con las valijas recién hechas, advertidos de que no se podría alcanzar uno de los objetivos de la gira: volver con la médica Molina en el Tango 01. Un objetivo que acaso se haya vuelto más lejano a partir del fin de semana que pasó.
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