Confirmado: exige Cristina aprobar la ley que objetaba
No fue por un regalo de Néstor Kirchner a su esposa, sino por una exigencia de la nueva presidente. Ayer el gobierno complicó al Congreso en una maniobra que involucra a las dos Cámaras para conseguir aprobar la prórroga de la Ley de Emergencia Pública -con los poderes que otorga a la Casa Rosada, especialmente para renegociar tarifas y contratos- a tiempo para que pueda ser promulgada por el actual gobierno. Cristina de Kirchner no quiere mancharse las manos ratificando esa norma que siempre rechazó, pero ahora disfrutará. El final pareció un paso de comedia: el gobierno presentó el proyecto en el Senado y como allí no pudo votarse anoche, ordenó que uno similar fuera avalado en Diputados. Habrá un intento ahora para convertirla en ley antes del miércoles, cuando Kirchner le podrá hacer el último favor a su esposa, al consagrarle una Emergencia Pública que ella podrá luego decir que no pidió.
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Jorge Capitanich
La velocidad en el Congreso para aprobar la Emergencia ayer fue tal que mientras el kirchnerismo calculaba el número en el recinto del Senado para votarla, en Diputados ya se había introducido el proyecto dentro del listado de leyes a tratarse en la sesión del martes. Todo un récord parlamentario que no tiene antecedentes.
Tanto fue el apuro, que en el Senado el chaqueño Jorge Capitanich, presidente de Presupuesto y Hacienda, ni siquiera preparó un discurso para defender el tema cuando al mediodía emitió el dictamen en comisión: se limitó a leer el mismo que había pronunciado un año atrás, la última vez que se había prorrogado la ley.
Esa rapidez tiene su explicación: Cristina de Kirchner no quiere promulgar esa ley, sino que el Congreso la apruebe a tiempo para que sea Kirchner quien ponga en marcha la prórroga. Lo contrario sería demasiado para una mujer que rechazó ese tipo de poderes especiales para Eduardo Duhalde, cuando se votó la ley el 6 de enero de 2002 en medio de la crisis, y que luego se abstuvo de apoyar todas las prórrogas cuando su marido ya ocupaba la presidencia.
Ese discurso de Cristina de Kirchner ya empezó a disolverse el año pasado cuando defendió personalmente la modificación del artículo 37 de la Ley de Administración Financiera y los Órganos de Control, que le otorgó al gobierno los famosos «superpoderes» permanentes. Pero con la Emergencia no fue lo mismo y en diciembre de 2006 la senadora volvió a ausentarse del recinto a la hora de votarla.
De la Emergencia Pública original que Duhalde le hizo votar al Congreso poco queda hoy de utilidad. No es operativo ya el poder al Presidente para modificar el tipo de cambio, ni para fijar la doble indemnización como freno a despidos laborales.
Ni siquiera sirve el argumentosobre la necesidad de mantener la declaración de Emergencia Pública para frenar los juicios contra el país de acreedores que no ingresaron al canje. Esa explicación fue ensayada en el recinto del Senado en diciembre del año pasado, pero la realidad ya la sobrepasó: en Alemania los tribunales ya aceptaron reactivar las demandas de bonistas y el jueves pasado el neoyorquino Thomas Griesa habilitó una «class action» que involucra reclamos por u$s 6.500 millones.
A un país que dice crecer a casi 9% anual, que adelantó deuda al FMI por u$s 9.800 millones y exhibe superávit fiscal, es difícil que jueces del exterior lo consideren en emergencia, aunque una ley así lo declare.
Como utilidad de la Emergencia queda, entonces, sólo la facultad al Poder Ejecutivo para renegociar contratos de concesión, tarifas y marcos regulatorios con las empresas de servicios públicos privatizadas, un proceso que deberá continuar al menos durante todo 2008. Ese mecanismo le permite al gobierno cerrar acuerdos tarifarios con las empresas y luego enviarlos al Congreso para que sean aprobados en el recinto, o meramente por sanción ficta, es decir, por el silencio de las Cámaras después de 60 días de haber ingresado.
Pagará así Cristina de Kirchner un costo político inútil. Ayer en el Senado se consideraba que la presidente electa, a través de su marido, debió haber redactado una nueva norma, manteniendo sólo el mecanismo de renegociación de contratos con empresas de servicios y desechando el resto de la delegación de facultades al Poder Ejecutivo que hoy no mantienen ningún uso práctico. Pero la vocación de poder de los Kirchner pudo más.
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