18 de julio 2008 - 00:00

Kirchner la convenció por unas horas de que debía dejar el cargo

Nestor Kirchner
Nestor Kirchner
Néstor Kirchner convenció ayer por unas horas a su esposa de la necesidad de presentar la renuncia a la Presidencia. Fue el principio de la crisis en el gobierno que estalló ayer al mediodía en la residencia de Olivos tras la derrota de la ratificación de las retenciones móviles en el Senado. Hubo escenas de pánico entre los integrantes del gabinete al enterarse que Cristina de Kirchner había sido convencida por su marido de la necesidad de renunciar tras el voto negativo de Julio Cobos a quien se culpaba de todas las desgracias del gobierno. Sólo una presión no vista hasta ahora de parte de su gabinete y de las cabezas del Congreso logró calmar la bronca y hacerla desistir de esa decisión.

El motor de la bronca oficial en ese momento, como es habitual, era Néstor Kirchner. El ex presidente estaba convencido que el rechazo de los senadores a esa ley que el gobierno inexplicablemente había tomado como eje de su gestión era razón suficiente para pegar un portazo. Se había olvidado ya de su promesa en el acto de Plaza del Congreso de aceptar la decisión del Senado.

Cristina de Kirchner no estaba convencida de esa decisión de su marido que, de hecho, recaía sobre ella misma. El cruce entre ambos no fue tibio: «Nos vamos a casa», lanzó el ex presidente como si fuera una orden. Ella se resistía. Más de una hora de discusiones terminaron convenciendo a la Presidente que lo mejor era dejar el gobierno y reiniciar una campaña para refundar el núcleo de poder kirchnerista.

En la explosión de ira no sólo cayó Cobos. Para Kirchner el mendocino fue la punta de un iceberg que incluye otras traiciones, como los peronistas que votaron en contra del proyecto y sobre todo los radicales K que le dieron la espalda en el recinto. Nadie se salvó en ese panorama de conspiración que pintaba el ex presidente.

Cuando esa decisión -que hubiera profundizado hasta el hartazgo la crisis política que vive el gobierno- estaba tomada, entró en escena el núcleo íntimo de los Kirchner.

Alberto Fernández fue el encargado en Olivos de intentar desactivar esa renuncia en un diálogo con Cristina de Kirchner, mientras que su esposo seguía insistiendo en la necesidad de dar un paso al costado, una venganza para desarmar a la oposición y los propios que los habían traicionado.

El jefe de Gabinete consiguió «bajarle la espuma» -según palabras de los presentes- al conflicto. Fue el encargado junto a Oscar Parrili y al ministro del Interior, Florencio Randazzo de explicarles que el matrimonio no podía encaminarse a un suicidio político por una derrota en el Congreso. El diálogo fue más duro que lo que acostumbran ser las discusiones entre la Presidente y su jefe de Gabinete. Era lógico: estaban frente a una crisis personal de un matrimonio al que por primera vez le habían dicho que no a una exigencia.

Le recordó Alberto Fernández que a Luis Inácio Lula da Silva le había sucedido lo mismo en al menos dos ocasiones: cuando intentó hacer votar el impuesto al cheque y en su más famosa reforma tributaria. La imagen resultaba increíble: un ministro explicándole a su Presidente lo que es normal en cualquier democracia avanzada, es decir, que el Parlamento no obedezca en alguna ocasión un pedido del Poder Ejecutivo.

No alcanzaba, de todas formas, para calmar la necesidad de venganza que rondaba la residencia de Olivos, pero frenó la crisis.

Entraron entonces en escena los presidentes de los bloques de Diputados y el Senado. Miguel Pichetto y Agustín Rossi se reunieron de urgencia en el despacho de este último y desde allí, con teléfono abierto, hablaron con la Presidente. El tono no fue el habitual: ninguno de los dos se animó a llegar a la protesta, pero hubo alguna exigencia para que en Olivos se frenara esa catarsis que amenazaba con derrumbar el gobierno. Nunca, hasta ese momento, habían hablado con un Kirchner en estos términos. Aceptó Cristina de Kirchner que debía volver al camino de relanzar su gobierno y la convencieron de la necesidad de armar una agenda de proyectos para, una vez más, debatir la cuestión de las retenciones móviles pero esta vez intentando solucionar el problema.

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