La ética de las celebridades
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Se sorprenden algunos menos informados por el asalto a las listas de candidatos «aristas» de Soledad Silveyra, Norman Brisky o Susana Rinaldi, cuando en 1989 Menem y Carlos Grosso entraron al poder acompañados por Víctor Laplace, Lito Cruz o Alberto Fernández de Rosa. Inevitable que la política busque el capital de la notoriedad en el espectáculo, que llena la vida del público tanto como antes.
Algún enterado como Moisés Ikonicoff (que después de todo es un investigador de la Sorbonne) ha desarrollado una transferencia de la lucha de clases. Afirma que en la era del marxismo la sociedad había que entenderla a partir de la lucha de clases entre ricos y pobres. Ahora la lucha es entre anónimos y celebridades.
Los anónimos (entre ellos muchos políticos) luchan por ser celebridades, y las éstas se agrupan para defender su plaza y no dejar entrar a esos anónimos. El rencor de las celebridades hacia los anónimos intenta frenarlos cuando éstos quieren ocupar espacios sin reunir esa condición esencial para el éxito que es ser conocido. Eso explica el descrédito de la lista sábana, acusada de ser refugio de ignotos, y el auge de pedidos de que las elecciones de diputados sea por el sistema uninominal por circunscripción. Según ese mecanismo, usado en países anglosajones, un diputado lo es por una vecindad y la minoría no tiene representación. (De paso: aplicar este sistema en la Argentina, un país donde la oposición suele acusar a los gobiernos de robar y los gobiernos acusan a la oposición de ser «forajidos» sería toda una experiencia esto de dejar a la oposición sin representantes por una vecindad.)
La sociedad de las celebridades va forjando sur reglas, y Carrió aporta esta nueva de conmiserarse con el caído. Otra, que les sirve mucho a los políticos, es la que dice: «Famoso saluda a famoso». Por ejemplo, Carrió no lo conoce a Víctor Laplace, pero como los dos son famosos cuando se encuentran en su estudio de TV o en un restorán lo saluda con la efusividad propia de quienes se conocen desde la infancia. Por aplicación de la misma regla lo puso en una lista de candidatos sin siquiera consultarlo, sin siquiera averiguar dónde estaba. Laplace, entonces de viaje, al volver no firmó la lista, rechazó la nominación y puso algo de criterio.
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