13 de septiembre 2001 - 00:00

Igual que en la Guerra Fría, el mundo se divide en dos

La inédita y sorprendente oleada terrorista del martes no sólo derrumbó las Torres Gemelas de Nueva York y parte del Pentágono en Washington, miles de vidas plenas y la sensación de invulnerabilidad de la gran potencia mundial. También hizo colapsar, con similar estrépito, las hasta ahora incuestionadas doctrinas de seguridad de los Estados Unidos.

Habrá un antes y un después del 11 de setiembre de 2001. La política exterior, las hipótesis de inteligencia y defensa y -no menos importante-el ánimo colectivo de los norteamericanos ya no serán lo que fueron. La primera gran guerra del siglo XXI se llevó consigo un mundo conocido y hace nacer otro, mucho más preocupado por idear nuevas y más estrictas -y por ende controvertidas-medidas de seguridad. No será necesariamente un mundo mejor. ¿Cómo podría serlo si el resentimiento que hoy impera en los Estados Unidos es tan grande como el odio que lo generó? Pasada la conmoción inicial, es posible sacar ya algunas conclusiones acerca del mundo que viene.

• El trauma colectivo que sufren en estas horas la población y la dirigencia norteamericanas tenderán a reforzar las voces de dos sectores con tradición en la política exterior de ese país: los aislacionistas y los duros.


Participación activa

Los primeros pretenderán recrear las ideas con las que creció el país hasta las dos guerras mundiales, que imponían un virtual aislamiento con respecto a los acontecimientos mundiales. Sin embargo, EE.UU. es -acaso a pesar de ellos-demasiado poderoso como para adoptar un rol internacional tan inexpresivo. Los conflictos regionales y las crisis económicas de países clave para el sistema financiero internacional seguirán requiriendo su participación activa.

Quienes sí están en mejores condiciones de imponer sus ideas son los sectores más duros. Las voces que reclaman poner fin a regímenes molestos como el de los talibanes de Afganistán, el de Saddam Hussein en Irak, y otros como los de Irán y hasta Cuba, sonarán más fuertes que nunca. Y cualquier desliz de estos vecinos incómodos de la comunidad internacional podría recibir castigos impensados hasta hoy.

• Los atentados del martes prueban cuán errados están quienes descartan por pasadas de moda la guerra y la defensa convencionales.
Dejando de un lado la masividad y espectacularidad de los ataques, la batería usada por los terroristas no escapa en lo más mínimo a lo que es más ampliamente conocido: secuestros aéreos y ataques suicidas. En ese sentido, iniciativas como el escudo antimisiles, que suponen la ruptura de acuerdos que hacen al corazón de la estructura de seguridad internacional, podrían resultar un remedio peor que la enfermedad que se pretende curar. Mientras algunos sueñan con un ataque espacial y -para combatirlo-pelean con Estados que resisten esos planes de seguridad, se olvidan los ataques terroristas convencionales y se ignora que esos países «rivales» comparten el mismo problema del terrorismo, eliminando cualquier posibilidad de una cooperación transnacional absolutamente imprescindible.

• Aunque el terrorismo y la defensa convencional deben recuperar su vigencia en la agenda de seguridad, después de los hechos del martes ya no parece descabellado imaginar atentados terroristas con pequeñas bombas químicas, bacteriológicas y hasta nucleares.
El intenso contrabando internacional hormiga de sustancias peligrosas, y lo barato y sencillo que resultaría incorporarlas a bombas de fabricación casera para aumentar exponencialmente su poder letal deberán ser más tenidos en cuenta. Además, si algo prueban los últimos episodios es que los terroristas han comenzado a hacer planes a lo grande.

• El mundo que viene volverá a dividirse en dos: de un lado los países «civilizados»; del otro, los regímenes dictatoriales y amenazantes.
Entre los primeros predominará la cooperación. Estados Unidos -sobre todo si se comprueba la matriz islámica de los atentados-, una Europa plagada de peligrosos activistas camuflados en cada vez más numerosas colonias musulmanas, una Rusia con un terrorismo checheno creciente y de cuño cada vez más fundamentalista y hasta una China con incipientes movimientos separatistas en regiones mahometanas deberían ponerse del mismo lado. Las declaraciones de espanto, solidaridad con EE.UU. y sincera congoja emitidas el martes en Moscú y Pekín resultaron en ese sentido reveladoras.

• Los organismos de inteligencia de Estados Unidos, y sus hipótesis de trabajo, serán revisados de pies a cabeza.
Hasta ahora todas las hipótesis atribuyen los atentados al terrorista islámico Osama bin Laden, a otros grupos o regímenes árabes y a sectores racistas y antigubernamentales internos. Todos éstos son grupos ampliamente conocidos y -supuestamente-vigilados por la CIA y el FBI. ¿Cómo estos organismos no lograron detectar ni siquiera un indicio que permitiera al menos atemperar una cadena de golpes tan duros?

• En esa comunidad de naciones deberán estar los llamados países emergentes.
La Argentina ha sufrido pesadamente el terrorismo internacional y conoce los riesgos de no intentar compensar sus carencias de seguridad con una activa cooperación internacional. Además, con la seguridad nuevamente al tope de la agenda, las dificultades de la economía pasarán por un tiempo a un segundo plano. El rol de país aliado será de importancia crucial entonces para no perder espacio en un mundo que también en lo económico se presenta como más hostil: si la recesión mundial era hasta el martes una acechanza, ahora es para no pocos analistas una inminente realidad.

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