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De lo salvaje a lo conceptual De lo salvaje a lo conceptual

Juan José Cambre, «T.S. Elliot y yo», acrílico s/papel, 1982. En el Fondo de las Artes, el artista muestra su camino del expresionismo hacia el arte de ideas.
El arte de Cambre cambió con los tiempos. Solía ser gestual, revulsivo, conscientemente desprolijo, como sello generacional.
Hubo, sin embargo, siempre un trasfondo sistemático en su pintura, una especie de obsesión geometrizante, una preocupación por el espacio y los efectos de la luz que lo distinguían entre sus compañeros de ruta.
De hecho, nunca fue un pintor excesivo, visceral, sino más bien lírico, volcado hacia la imagen interior.
Siempre había una preocupación por el color, la luz, la pintura.
Los años ’0 le sirvieron para ahondar en el color, como lo demuestra la serie de los cuencos o vasijas que pintó en aquella época. Con el cambio de milenio, profundizó en los secretos de la luz y la sombra. A partir de fotografías, pintó una serie de fragmentos de paisaje donde un fondo de cielo contrastaba con el follaje de árboles.
Se había enfrascado en una pintura investigativa, en una búsqueda casi obsesiva del claroscuro en clave posmoderna. Lo que presenta ahora en el Fondo Nacional de las Artes es una síntesis de aquellos caminos de indagación.
Pentateuco
A partir del círculo cromático, encuentra un quinteto de colores puros y bellos, un pentágono armónico que sacraliza con el título bíblico de Pentateuco.
Son lienzos grandes y pequeños, una serie exhaustiva de brillante prolijidad donde el artista exhibe el color como tal, pero no en un sentido unidimensional, sino atendiendo a la profundidad, a la luz y a la oscuridad que compone cada uno de ellos.
Sin duda, un ejercicio conceptual, pero saturado de poesía.
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