“Cuando hablo de mis recuerdos siempre aparece el cine, y en esos recuerdos surgen de inmediato Beatriz Guido y su esposo, Leopoldo Torre Nilsson. Ella tenía un carácter extrovertido, comunicador, alegre; tenía una de esas personalidades que ayudan a un joven a vincularse con alguien cuando avanza hacia algo que le interesa”. Así recuerda Oscar Barney Finn a la notable escritora cuyo centenario se recordó el año pasado, y de cuya nueva puesta en circulación (a través de libros, reediciones, charlas, homenajes y futuros proyectos audiovisuales) él lideró hace dos años.
Barney Finn sobre Beatriz Guido: una vida a través de sus moradas
El cineasta, puestista y guionista fue amigo durante tres décadas de la autora de “Fin de fiesta” y “La casa del ángel”, y la evoca en una biografía personal que es, antes que nada, una semblanza emotiva.
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Oscar Barney Finn. Una evocación personal de Beatriz Guido, de quien el año pasado se celebró su centenario.
El jueves 23 a las 18.30, en el Museo Fernández Blanco (Suipacha 1422), Barney Finn presentará “Las moradas”, el libro que le dedicó a Beatriz Guido y que tiene un perfil particular, según explicó en su diálogo con este diario: “Lo hice casi sin darme cuenta. Yo no me propuse sentarme a escribir un libro de esta manera u otra. Fue saliendo así. Empecé a desarrollarlo y encontré que las casas, las moradas que habitó Beatriz a lo largo de su vida, marcaron su persona. Son seis estaciones, seis casas distintas, entre fines de los 50 y principios de los 80, correspondientes a momentos muy distintos de su vida. También lo había hecho así en el libro que escribí sobre Luis Saslavsky.”
Iniciativa
Barney Finn, un año antes de que se cumpliera el centenario de la autora, hizo una reunión en su casa donde empezó todo: “Vinieron Josefina Delgado, Cristina Mucci, José Miguel Onaindia, Cristina Piña, Héctor Olivera. De ahí surgieron muchas cosas, y aún faltan otras. También quiero hacer conocer la dramaturgia de ella, que no es muy numerosa, como ‘‘El puerto de Oriente’, ‘Esperando a los Castro’, una obra que rescaté de sus archivos porque ella no tenía idea de dónde estaba, y la más conocida, ‘Homenaje a la hora de la siesta’, que Leopoldo filmó en 1962.”
“También se la empezó a reeditar a partir de esa reunión”, continúa. “Su albacea, Adriana Martínez Vivot, dio el consentimiento y se reeditaron ‘El incendio y las vísperas’; los cuentos, en el FCE, y todavía falta que Eudeba publique ‘Fin de fiesta’. El 13 de diciembre, día del centenario, Rosario, su ciudad natal, la declaró Ciudadana Ilustre de la Cultura, se le puso una placa en el Monumento a la Bandera, hubo charlas, mesas redondas. Y quedó, por ahora, en stand by, mi documental ficcional sobre su vida.
Mucci reeditó la biografía ‘Las olvidadas’, que también comprende a Silvina Bullrich y Marta Lynch; Sabanés y Onaindia hicieron ‘Espía privilegiada’, un libro interesante”.
Sobre los inicios de su relación con Beatriz Guido recuerda: “El elemento inicial de seducción que ejerció Beatriz sobre mí fue su primer libro, ‘La casa del ángel’, que leí en la escuela secundaria. Era la época en que salió ‘Rosaura a las diez’ de Denevi, libros que se convirtieron en dos películas exitosas, hechas por Soffici y Torre Nilsson. Esas imágenes en blanco y negro, esos relatos, me impresionaron mucho.”
“Los contactos personales empezaron después, cuando desde el cine club decidimos premiar, en un jurado que presidía Tomás Eloy Martínez, otra película del binomio, ‘El secuestrador’. Torre Nilsson fue mejor director. Llamé a su casa para informarles, me atendió ella, me pasó con Leopoldo, que se sintió muy feliz, pero me dijo, bueno, si yo soy el mejor director, ¿cuál es la mejor película? Y ahí tuve que decirle que era ‘El jefe’, de Ayala”. “Suele ocurrir”. apuntamos. “Alsina Thevenet ironizaba con eso y decía que a veces la mejor película no la hace el mejor director, como cuando ‘El padrino’ fue Oscar a la mejor película en 1973, pero Bob Fosse mejor director por ‘Cabaret’.” “Exacto”, responde, “nosotros no éramos la Academia pero hicimos lo mismo, no quisimos dejar fuera a los mejores, aunque después uno sepa, cuando ya hace cine, que no hay distinción entre director y película. Pero volviendo a mi relación con ellos: cuando los conocí en filmación descubrí que era ella la atenta, la cómplice, la que le cuidaba las espaldas. Eran tiempos de comunicación distinta con los directores, los de la generación del 60, que filmaban en las calles y se apartaban del estudio, y todo se volvía más accesible”.“La nouvelle vague argentina.”
“Tal cual. Mi amistad con Beatriz empezó a crecer entonces, en paralelo a mi admiración por su literatura. Primero fue ‘La casa del ángel’, después ‘El secuestrador’, ‘La caída’, ‘La mano en la trampa, ‘Fin de fiesta’. Yo tenía acceso al matrimonio, a sus diálogos, a los sets. Eran encuentros agradables, su casa era de puertas abiertas. Te hacían sentir que era muy importante lo que les decías.
Sobre la personalidad de Beatriz Guido recuerda: “siempre esa alegría, esa agudeza y también esa crueldad, a veces, es decir, lo mismo que en su literatura. El medio de donde provenía explica mucho. Ella había nacido en una casa nada convencional, bohemia, donde había una ex actriz que no se resignaba a haber dejado el escenario, su madre, Berta Eirin; y un arquitecto, Ángel Guido, su padre, que tenía un afán de coleccionista refinado, con piezas de los siglos XVI, XVII. Beatriz se formó en un ambiente especial, y siempre protegió a sus dos hermanas. Ella reflejó todo eso en sus libros, esas casas donde vivió, de allí que yo las haya elegido para basar mi libro; esos personajes, esos sentimientos complicados, y que Leopoldo captó tan bien en su cine. Esto también remite a cómo eran las familias en el pasado, la cantidad numerosa de primos, tíos, fiestas; en mi caso en la comunidad irlandesa, y la importancia de la familia en la historia de cada uno”.
Transformaciones
“Una institución cuyo peso ya no existe como era antes, que se ha disuelto.” “Por supuesto”, acuerda. “Eso se quebró. Y empezamos nosotros a hacerlo. Yo me fui a Europa a estudiar cine, me aparté, marqué una ruptura que sólo el tiempo me permitió ir reelaborando.
La amistad de Barney Finn con Beatriz Guido estuvo a punto de transformarse en una colaboración cinematográfica que, lamentablemente, se frustró. Una película sobre el cuento “Chocolates Überalles”.
“Sí”, señala. “Un cuento que ella publicó en ‘Clarín’. El problema era que, en vida de Leopoldo, nadie podía proponerle adaptar nada, porque ella todo se lo daba a él. Y él, después de empezar su etapa ‘Martín Fierro’, y ‘El Santo de la Espada’, con esos equipos enormes de guionistas, la dejó un poco relegada. Torre Nilsson se lanzó a la gran producción, las cosas cambiaron. Y a ella le costó volver a publicar. Tardó mucho en sacar ‘Escándalos y soledades’. El proyecto de ‘Chocolates Überalles’ vino después de la muerte de Leopoldo. Recuerdo que empezamos a hablarlo el día que ella fue a ver mi película ‘Comedia rota’, en el hall del cine. Firmamos un contrato, ella me entusiasmó a armar un gran equipo. Julia von Grolman iba a ser la protagonista. Trabajamos una década, hasta hubo un convenio de intercambio con Polonia, porque yo iba a filmar allá, en estudios, y los polacos venían a la Argentina porque se proponían hacer un largo con nuestros escenarios naturales. Pero, en fin, trabas de producción, problemas crediticios con el INCAA por ese convenio doble, al final no se hizo. Sin embargo, algo de ‘Chocolates’ estará en el documental ficcional, me he propuesto que así sea”.
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