24 de febrero 2017 - 00:00

Para el precio de los granos, la esperanza está en el exterior

En la medida en que el peso se revalúe más, los daños sobre la producción crecerán, mientras que las cotizaciones de los productos agrícolas no repuntan.

Cuando un país mantiene sus cuentas fiscales en orden es, en principio, porque logra financiar los gastos del estado con impuestos. Cuando no puede hacerlo, surge el déficit fiscal resultante del gasto que supera los recursos impositivos.

Básicamente, existen dos formas de financiar el déficit fiscal. Una es la de la deuda pública y la otra, la de la emisión de moneda. Ambas son riesgosas y tan sólo permiten superar tal desbalance en forma temporaria. La reciente historia argentina lo muestra claramente. Las peores crisis macroeconómicas, luego de la vuelta a la democracia, se han originado en un abuso en la emisión de dinero o en el uso de deuda pública.

Hagamos memoria. En los últimos años del gobierno anterior, las autoridades debieron recurrir a su financiación por vía del Banco Central, no sólo para atender el creciente gasto público, sino también para el pago de la deuda. La inflación derivada de tal política aumentó la pobreza y acentuó la regresión distributiva del ingreso nacional, con ricos más ricos y pobres más pobres.

A poco tiempo de asumido el actual gobierno, vino el arreglo con los holdouts. Con éste, se han abierto amplias puertas para la financiación del déficit, mediante endeudamiento público. Y así la entrada de divisas es hoy una realidad de peso.

Con la Administración Macri, se ha pasado de la financiación por emisión monetaria a la financiación por endeudamiento. Vale tener presente que el actual esquema mantiene un parecido con el de la década de 1990 y que, en definitiva, es tan sólo un parche, como lo fue en tal período.

Así las cosas, hoy el país sufre una forma especial de la llamada "enfermedad holandesa". Tal nombre proviene de la catastrófica baja de competitividad económica de los Países Bajos, luego del descubrimiento de gas natural en el Mar del Norte, que llevó a una fuerte apreciación del florín. Ahora la Argentina padece una incipiente "enfermedad holandesa". Sólo que acá no es el gas natural la que trae este mal sino, paradójicamente, son los flujos financieros.

El acentuado ingreso de capital afecta principalmente a las cadenas de valor ligadas a la exportación y a la sustitución de importaciones. En la medida que el "superpeso" se revalúe más, los daños sobre la producción crecerán.

Por eso, la agricultura siente con tal dureza las bajas de los precios internacionales. El caso de la soja se hace más patético si bien los costos de producción son relativamente menores a los de otros granos- por la aplicación de un elevado derecho de exportación. Para peor, el gobierno no ha cumplido su plan original de reducción de la alícuota.

En conclusión, el cuadro interno de corto plazo no contribuye al sostenimiento de los precios agrícolas. El buen viento habrá que esperarlo del exterior. La pregunta es ¿será así? Hay razones para ser optimista. Pero no existe certidumbre, en un mundo de alta volatilidad.

(*) Economista. Profesor Maestría

de Agronegocios UCEMA

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