Increíble pero real, veinte años mas tarde, están regresando. Los tecnócratas del ajuste formaron parte de importantes designaciones gubernamentales, una “autonomía relativa” gracias al apoyo de los gobiernos para así facilitar los cambios, y fueron una pieza clave en el esfuerzo “por enviar señales adecuadas al mundo de los negocios y las finanzas” (Silva, 1997, pág. 3). Este apoyo y margen de maniobra también se daba a nivel internacional, contando con el respaldo de organismos como el FMI y el Banco Mundial y el de países desarrollados como EE.UU. También fueron partícipes de significativas negociaciones, que se traducían en “nuevos créditos y ayuda financiera” (Silva, 1997, pág. 4) internacional y compartían con sus colegas en el exterior la educación e ideas, sin embargo la posición importante de los tecnócratas, aunque influida por éstas relaciones e importancia de las redes exteriores, no ha sido su resultado directo. Después del resonado fracaso del gobierno de De la Rúa se trazaron diversos intentos de comparación con experiencias internacionales. Uno de ellos fue la crisis financiera internacional 2008-2009. Pero antes de ese estallido, que mucho tuvo que ver con la burbuja inmobiliaria y el colapso del sistema de hipotecas (y de los instrumentos financieros derivados que se basaban en ellas) en Estados Unidos, está el antecedente de la crisis británica. Que comenzó un año antes: en agosto de 2007 comenzaron a quebrar las llamadas “hipotecas basura” en Londres (Ver BBC, 13 de febrero de 2009, http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/specials/2008/crisis_financiera/newsid_7629000/7629122.stm “Cronología de una crisis”).
Memoria activa 2001 (parte 29)
Después del resonado fracaso del gobierno de De la Rúa se trazaron diversos intentos de comparación con experiencias internacionales. Uno de ellos fue la crisis financiera internacional 2008-2009. Pero antes de ese estallido está el antecedente de la crisis británica de 2007.

Hay distintos argumentos sobre el rol de los expertos y las causas de la crisis financiera del Reino Unido a partir de ese año. Pero nos interesan en particular los enfoques que se han concentrado en describir la crisis como “una debacle de la política de elite”. Según Ewald, Sukhdev, Adam y Karel, lo que ocurrió fue que “las elites políticas y tecnocráticas se desprendieron del proceso de innovación financiera” y pusieron las finanzas más allá del control técnico (Ewald, y otros, 2012, pág. 360). Hay dos problemas asociados a ésta crisis, y fue que hizo caer ideas ligadas a la autorregulación. El primero tuvo que ver con la casi imposible “búsqueda de restablecer el control de los mercados financieros” y los límites del conocimiento vinculado a ello, la que requeriría más bien una “reforma transformadora” más que “restaurativa”. Y el segundo fue relacionar la crisis con “el resultado de un fracaso técnico en los mercados financieros”, algo que en realidad debería relacionarse con la “debacle política y reguladora” y por lo tanto la falta de “un mayor control y responsabilidad democrática a nivel normativo y político”. Dicho de otro modo, la necesidad de una reforma que vaya más allá de la corrección socio-técnica, y que incluya una “rendición de cuentas en las estructuras político reguladoras”.
Hubo una “notable ausencia de discusión sobre los límites del control tecnocrático tanto en el sector de finanzas como el sector institucional. Sin embargo, muchos análisis -algunos más simples, otros más complejos- se han enfocado más que nada a comprender soluciones en torno a la corrección tecnocrática y de sus métodos; o han desligado a los tecnócratas y a los agentes de la responsabilidad ante la crisis, bajo el argumento de un mal funcionamiento del sistema y de su complejidad (Ewald, y otros, 2012, pág. 362).
Contrariamente, podemos encontrar diferentes motivos para asignarles cuotas de responsabilidad a los actores tecnocráticos, que fueron conscientes de los riesgos y conservaban capacidad de intervención técnica. Aunque existen autores que relacionan la crisis y el mal funcionamiento económico no con errores técnicos o sistémicos, sino con los actores políticos y regulatorios. Estos enfoques recuerdan a las teorías conspirativas, en las que los políticos realizan acuerdos en las sombras, tienen un conocimiento completo de lo que sucede en los mercados, y posibilidad de controlar lo que ocurre en ellos. Descartando la posibilidad de que políticos, élites tecnocráticas y banqueros no supieran lo que estaba sucediendo, carecieran de buenas proyecciones o desconocieran los resultados probables de sus acciones.
Este debate tuvo lugar en el contexto de que el gobierno británico, en el peor momento de la crisis, se movió en dirección de una nacionalización parcial de su sistema bancario. El gobierno británico, entonces conducido por Gordon Brown, no asumió la responsabilidad de gestionar las instituciones bancarias, pero impulsó la inyección de dinero público en el sistema bancario para evitar que los bancos británicos colapsen, tras tres días de caída libre de las acciones de bancos en los mercados bursátiles; el sistema financiero británico representa un quinto de la economía del país, y la bancarrota no era un lujo que el gobierno de Londres podía darse. La intervención posterior puso de manifiesto que los instrumentos políticos estaban disponibles.
Más allá de lo “conspirativo”, no podían desconocerse los aspectos políticos asociados al contexto y las instituciones. Pero para entenderlo correctamente es necesario entender la crisis financiera como algo diferente, que no sólo requiere seleccionar las herramientas técnicas adecuadas, sino también asegurar una mayor responsabilidad y supervisión de los políticos y tecnócratas (Ewald, y otros, 2012, pág. 364). Como consecuencia del desarrollo de nuevos productos derivativos cada vez más alejados de la emisión monetaria soberana, las finanzas son ahora técnicamente ingobernables y el intento de una “regulación restaurativa” e incluso improvisada no tiene el éxito garantizado. Por el contrario, puede tener consecuencias negativas tangibles. La regulación no es un experimento científico” o un “gran plan”, sino algo conocido como “bricolaje”, reaccionando a “eventos”, “improvisadora” y sin gran racionalidad. Se aleja de la innovación financiera, basada en la aplicación de fórmulas científicas inducidas por experimentos y aplicadas en mercados por ingenieros financieros (Ewald, y otros, 2012, pág. 365). Aunque parece contradictorio, debido a la necesidad de usar modelos, éstos son múltiples, deben ser utilizados de manera sumamente selectiva y no deben ser un simple recurso.
Dicho esto, las intervenciones técnicas que responden a problemas inmediatos son poco probables de prevenir futuras crisis porque se convierten en otro evento sobre el cual las instituciones financieras improvisarán (Ewald, y otros, 2012, pág. 366). La improvisación ha producido nuevos desafíos para las regulaciones restaurativas, que son las que se hacen ingobernables y requieren intervenciones transformadoras. El volumen de los mercados ha sido diseñado para fabricar riesgo y apalancamiento, y no para mitigar riesgos. Actualmente los mercados son tan grandes que resultan desestabilizadores. Otro tema que plantean los académicos es que la complejidad del sistema financiero reduce aún más su gobernabilidad. Y también está la cuestión de la opacidad, consecuencia de la complejidad, que plantea un problema de control importante y exacerbado por el avance del sistema bancario “paralelo”, del que son parte las instituciones domiciliadas en paraísos fiscales, protegidas del escrutinio de los reguladores (Ewald, y otros, 2012, pág. 369). Finalmente, está el problema de la interconexión entre las instituciones financieras nacionales y extranjeras, que explica en buena medida por qué los tres desafíos anteriores no son superados sólo con recetas restaurativas.
La combinación de estos cuatro desafíos asegura la autodestrucción mutua en caso de que uno se derrumbe, y las respuestas en forma de bricolaje hace pensar que hay que “rechazar las intervenciones técnicas restaurativas y comenzar a pensar radicalmente soluciones transformadoras” para restringir este bricolaje y limitar el tamaño del sector financiero” (Ewald, y otros, 2012, pág. 370). Esta transformación no debe ser sólo técnica, debe ser también un desafío democrático, ya que las instituciones financieras y el tamaño de los mercados conducen a desequilibrios y desarrollos potencialmente perjudiciales para las economías nacionales.
Los banqueros improvisados y las regulaciones permisivas han sido parte importante de la crisis, que tuvo las formas de una debacle de élite. Tanto es así que los analistas encontraron sus raíces en el modo de gobierno desprendido de los años ochenta tras la desregulación, que más adelante se reinventaría como una “regulación ligera”, patrocinada políticamente y alentada por nuevos modos de gobernanza. Las elites políticas no comprendieron que estas finanzas, en tanto bricolaje destartalado, iban a traerles serios problemas en diferentes sentidos.
La falta de control y monitoreo, la confianza en el conocimiento financiero de los tecnócratas y una fe excesiva en los operadores del mercado, como consecuencia de los largos hábitos establecidos de la regulación financiera anterior, caracterizaron un nuevo tipo de confianza que resistió los imperativos de la auditoria y la evaluación. La particular regulación realmente existente depende en gran medida de los conocimientos compartidos, las relaciones interpersonales, y una evaluación y toma de decisiones a menudo demasiado informales (Ewald, y otros, 2012, pág. 373). Que no excluyen recompensas económicas a los altos funcionarios y burócratas que abandonan el servicio público a través de la puerta giratoria entre academia, sector privado, tecnocracia y organismos internacionales, que describía Stiglitz (2002).
Estas eran las ideas y retórica neoliberales impuestas desde los años ochenta, aunque no hayan sido seguidas completamente. El neoliberalismo tuvo más bien un rol de “centro ideacional de gravedad” que influyó y alentó, dicen los autores antes citados (Ewald, y otros, 2012, pág. 374) una frágil regulación. A su vez, esta regulación fue potenciada por el éxito a corto plazo del auge y reforzó el consenso neoliberal” y su optimismo” (ibid, pág. 375). Se fomentó así un modo de liderazgo “arrogante” después de los años ochenta, tanto a nivel político como regulatorio, asociado también a otros dos procesos igual de importantes: primero, la separación de los “los políticos de alto nivel” de los acontecimientos en los mercados financieros, dejándolo en manos de la elite tecnocrática, despolitizando la toma de decisiones económicas y desplazándola más allá del control democrático; segundo, el énfasis en el “control de la inflación”, convertida en la principal preocupación, por el cual se eliminaron controles y equilibrios y se alentó “la remoción de las principales instituciones reguladoras” (Ewald, y otros, 2012, pág. 376).
Estos casos son algunos elementos que refuerzan la apreciación de que el objetivo de la reforma no sólo sea “susceptible de controles técnicos”, sino también un nuevo pacto entre la sociedad civil, sus políticos, reguladores y una agencia técnica transformadora (Ewald, y otros, 2012, pág. 377). Y en este marco se debe buscar reducir el financiamiento, y volverlo a controlar en términos democráticos: “el fracaso del conocimiento en mercados amplios y densamente interconectados causó la última crisis, no el riesgo moral” (Ewald, y otros, 2012, pág. 379). Continuará mañana.
(*) Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros. @PabloTigani
- Temas
- Sistema
- Mercado financiero
Dejá tu comentario