2 de abril 2003 - 00:00

El Perón estatista

Veamos partes de dos discursos del general Juan Perón donde se reflejan sus dos formas de gobernar el país donde gravitó en forma directa y personal 30 años. Una, al inicio, en 1946, estatista; luego otra, hasta su muerte en 1974, libreempresista, privatista y de economía abierta. Esta dualidad sigue subsistiendo en la Argentina y no sólo en el peronismo que siguió a su líder fundador.

El primero, en realidad, fue una nota firmada por Perón, más que un discurso. Es de fecha 11 de octubre de 1951 y está ya en el límite porque para fines de ese año el entonces presidente gira hacia la libreempresa y la economía abierta.

Para 1951 eran repetidas las críticas -aunque casi no existía prensa libre, confiscados casi todos los medios por el gobierno- a la forma en que se habían usado, evidentemente mal, las enormes reservas en divisas acumuladas en 1946, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial.

Esta explicación de Perón fue la última y más detallada sobre lo que se había realizado con el país y cuando admite que «en 1949 (a 3 años de asumir la presidencia) no nos quedaba una divisa».

En este artículo, que en su versión original se tituló «Así paga el diablo», por error o deliberadamente Perón incluye afirmaciones no ciertas. Lo que importó del exterior, consumiendo las divisas, no fueron precisamente «bienes de capital» sino bienes terminados y lo narra: 60.000 camiones, los jeeps y tanques Sherman para el Ejército, etc. El error fue ése: malgastar las divisas en bienes finales que luego requerían permanentes repuestos y no en equipos para arrancar una industria local, una industria de base, que los elaborara. Se perdió una oportunidad única para tener una industria pesada en lugar de una industria liviana no ahorrativa sino permanentemente consumidora de las divisas que engendraba el campo. La «sustitución de importaciones» se hizo y aún se hace en la Argentina sobre bienes simples, en general. En 1946 se perdió la oportunidad histórica de haber encaminado otra Argentina y hoy se sigue sufriendo eso.

Además -léase el artículo-, ¿qué tenía que ver usar las divisas que nos trababan con haber estatizado la flota mercante, unificar en el Estado para compraventas con el exterior (el mal recordado IAPI que desalentó la producción), haber estatizado la Unión Telefónica que era norteamericana, más DINIE para la electricidad cuando, en el mejor de los casos, Inglaterra nos exigía que estaticemos sus obsoletos ferrocarriles?

En este artículo, además, se muestra otro error del primer gobierno de Perón: el terror con relación a la desvalorización de las monedas. Por ese temor él afirma que no se quedó «con ninguna divisa». ¿Contra qué se iban a devaluar sino contra las monedas fuertes que él tenía, fundamentalmente el oro a nivel de que «no se podía caminar por los pasillos del Banco Central de tantas barras de oro acumuladas», según la famosa frase del mismo Perón? Aunque buena parte era oro extranjero resguardado en la Argentina por algunos países beligerantes.

Veamos los párrafos del quizá más completo artículo que resume al Perón estatista. El mismo estatismo -casi sin tener reservas- con que sueñan algunos políticos del peronismo hoy todavía en la Argentina.

La mal recordada Unión Democrática, que en 1946 aglutinó desde comunistas hasta radicales y conservadores para que no ganara Perón. Presidían los actos retratos de Roosvelt, Truman (EE.UU.), Atlee (ingleses) y... Stalin.
La mal recordada Unión Democrática, que en 1946 aglutinó desde comunistas hasta radicales y conservadores para que no ganara Perón. Presidían los actos retratos de Roosvelt, Truman (EE.UU.), Atlee (ingleses) y... Stalin.
En 1945, cuando terminó la Segunda Guerra, Estados Unidos debía a la Argentina una crecida suma, producto de abastecimientos no compensados. Esos créditos fueron bloqueados al terminar la contienda. En otras palabras, el deudor se negaba a pagar, no cubría interés alguno y, entretanto, maniobraba con los precios de forma que ese crédito argentino bloqueado se «evaporaba» a la mitad.

Con esa maniobra el país fue estafado en una ingente suma. Nada pudimos hacer entonces porque, incluso, si reclamábamos nos decían que éramos «nazis».

Aunque despojados inicuamente, debimos emplear lo que nos quedaba en compras apresuradas para satisfacer necesidades apremiantes y cobrar de alguna manera, ante la amenaza de una «evaporación» progresiva de los saldos. Fue entonces cuando se acusó al gobierno de gastar apresuradamente nuestro saldo en dólares. ¡De no haber sido así!...

En 1946 la deuda de los Estados Unidos era aproximadamente de 2.000 millones, y la de Gran Bretaña, de unos 3.500 (117 millones de libras). La Argentina, acreedora de ambos, dispuso emplear tales saldos en la adquisición de manufacturas indispensables.

El gobierno de S.M. Británica se comprometía a mantener la convertibilidad de la libra esterlina.

En base a esa convertibilidad se mantenía el «comercio triangular» de la Argentina, Gran Bretaña y Estados Unidos. En otras palabras, era posible emplear libras para comprar en los Estados Unidos, y, por lo tanto, parte del saldo de los 117 millones de libras podía ser invertido en los Estados Unidos convertido en oro o en dólares.

Una vez utilizadas, de la manera que se ha descrito, las reservas en dólares, el país no tenía otra solución financiera, para seguir importando de los Estados Unidos, que recurrir al uso de las libras esterlinas devengadas por su comercio con el Reino Unido.

• Inaceptable

Para la Argentina, celosa cumplidora de sus pactos y compromisos internacionales, era inconcebible el pensamiento de que el gobierno de Su Majestad Británica, comprometido en acuerdos y pactos solemnes a mantener la convertibilidad de las libras bloqueadas, pudiera unilateralmente violar los compromisos. Sin embargo, a mediados de 1947, decreta unilateralmente la cesación de tal obligación financiera.

En estas condiciones, algunos bancos argentinos se excedieron en la apertura de cartas de crédito en libras con sus corresponsales norteamericanos, y firmas privadas argentinas hicieron, a su vez, utilización del crédito que normalmente concedían sus proveedores estadounidenses, acumulando saldos en cuentas corrientes. De esta manera, se acumuló entre firmas y bancos privados argentinos, con firmas y bancos privados yanquis, una deuda de carácter comercial y bancaria que, en condiciones normales, se hubiera liquidado en el curso regular del intercambio. Pero «el tiro» no era ése. Se trataba intencionalmente de perjudicar a la Argentina en su crédito, haciéndola aparecer como deudora morosa y, en consecuencia, cortarle el crédito y difamarla por todos los medios.

Fue
casi paralelo al anuncio del Plan Marshall, que, según se comprometió y consta en actas del Parlamento yanqui, habría de constituir un plan de recuperación mundial que favorecería por igual a todos.

Latinoamérica y, en especial, la Argentina jugarían un papel esencial. En los cálculos de la administración yanqui (de acuerdo con documentos oficiales debatidos en su Senado) consta la decisión de
adquirir en nuestro país más de mil millones de dólares en productos necesarios a la rehabilitación económica de Europa.

Por eso no se paralizaron las importaciones provenientes de Estados Unidos
, sino que se prosiguió el abastecimiento esencial de la economía argentina, aun cuando el saldo deudor de los importadores argentinos con los exportadores yanquis se elevó a casi doscientos millones de dólares.

Aprobado el Plan Marshall, llegó a Buenos Aires el señor Hensel, representante del mismo, y ante el estupor del gobierno argentino y del propio embajador de los Estados Unidos, señor Bruce, manifiesta que tal plan es simplemente financiero y que en la Argentina no se compraría nada.

• Estrategia

En tal situación, el gobierno argentino dispuso dar fin a este abominable asunto disponiendo que 30% de sus divisas en dólares fuera puesto a disposición de los bancos y firmas privados, deudores de sus similares yanquis, para amortizar los saldos aún pendientes.

En esa situación llega a Buenos Aires el señor Miller, secretario ayudante del Departamento de Estado, e inicia, bajo la promesa de mejorar las relaciones y subsanar «malentendidos», gestiones para que nuestro ministro de Hacienda (Ramón Cereijo) hiciera un viaje a los Estados Unidos, a fin de dar término a las gestiones ya realizadas allí por una comisión mixta. Dentro de los diversos asuntos considerados y aprobados, casi todos unilateralmente, favorables a empresas yanquis, se encaró la solución del pago de los saldos pendientes de las firmas privadas.

Estos intereses privados entendieron que convenía mejor al juego normal de sus operaciones la concertación de un arreglo financiero que sería llevado a cabo con el Export-Import Bank de Washington.

En tales condiciones sólo un embustero o un canalla puede hacer la afirmación de que el gobierno argentino ha contratado un empréstito en los Estados Unidos. Ni el origen de la operación, ni la persona jurídica envuelta, ni la finalidad perseguida son del resorte propio del Estado argentino. El embajador argentino en Washington decía en tal ocasión: «El gobierno del general Perón no desea ni necesita un préstamo de los Estados Unidos».

Hemos
historiado cómo nos robaron; deseamos también explicar cómo nos defendimos. Esa defensa fue realizada a base de decisión y habilidad.

En efecto,
en 1946 nos bloquearon los fondos y se negaron a entregar el oro equivalente. Entretanto, elevaron los precios en forma sideral y agregaron a ello la imposición de pagar coimas por los permisos de exportación.

Había terminado la lucha, pero venía una etapa difícil de la guerra: pagarla.

El Consejo Nacional de Posguerra encaró decididamente el estudio de la situación económica mundial.

De ese estudio resultaron dos conclusiones fundamentales:

1°) Que había que
contar a corto plazo con una desvalorización general de las monedas como consecuencia de la inflación provocada desde los mercados manufactureros, y

2°) Que
era el momento de realizar la recuperación nacional comprendiendo todos los servicios públicos enajenados por los gobiernos anteriores e incrementando con ello dos o tres veces el haber patrimonial del Estado argentino.

Contra la desvalorización de las monedas bastaba prever que en esta guerra pasaría lo que en todas: que se pagan en parte con esa desvalorización. Eso, que sucedió recién en 1949, fue previsto por nuestro gobierno en 1946. Como era de esperar, la desvalorización de las monedas traería un aumento inversamente proporcional en los precios de los bienes de capital, que eran la casi totalidad de las importaciones argentinas.

• Creativo

Todo el éxito residía en ganar tiempo empleando hasta la última divisa -que se desvalorizaría- para adquirir bienes de capital que se valorizarían.

Fue entonces cuando nuestro gobierno dispuso que el
IAPI comprara de inmediato todo lo necesario al país y lo transportara sin más al puerto de Buenos Aires. El secreto estaba en que la pérdida de valor de las monedas «no nos agarrara» con un solo billete desvalorizado. Así se dotaron todas las necesidades nacionales en maquinarias, vehículos, etc., que durante los cinco años de guerra no habían podido llegar al país. En una sola operación se compraron 60.000 camiones y 1.000 tornapuls; 20.000 equipos industriales fueron adquiridos para ampliar y reacondicionar la industria liviana; se compró la marina mercante; se motorizó el Ejército y se dotó a la Aeronáutica, etcétera.

El puerto de Buenos Aires llegó a estar atestado de materiales
; fue menester estibarlos en los lugares libres, aun a la intemperie, porque faltaba tiempo para retirarlos. Se oían a menudo críticas de los que pasaban por allí. En 1949 no nos quedaba una divisa. El gobierno había cumplido su plan de cambiarlas por bienes de capital. Entonces vino lo previsto: cayeron todas las divisas y los bienes de capital comenzaron a subir catastróficamente. Y, si no, veamos: cada camión que en 1947 costó 8.000 pesos hoy vale más de 100.000; cada tornapul que costó 25.000 hoy cuesta 250.000; los equipos industriales que, «grosso modo», vinieron a un dólar el kilo hoy cuestan diez; los tanques del Ejército, que se pagaron a 22.500 pesos cada uno, hoy no se los consigue por 500.000; los aviones, los barcos, etc., si se los comprara hoy, costarían entre cinco y diez veces los precios pagados entonces por ellos.

Sin embargo, cuánta incomprensión y
cuánta estupidez hemos escuchado en la crítica por haber gastado las divisas. Ellos hubieran preferido que se evaporaran bloqueadas en las cuentas de las metrópolis que sirven.

Fue precisamente ese fabuloso negocio del Estado y la Nación argentina lo que permitió al país llegar a 1951 habiendo realizado la recuperación nacional y ejecutado más de 75.000 obras públicas en todo el territorio. Los charlatanes que capitanean bandas políticas dicen que el gobierno peronista ha arruinado el país.

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