Días atrás, un informe de la UADE actualizó un tema que periódicamente es noticia: la Argentina es uno de los países que mayor cantidad de salarios se necesitan para comprar un auto. El trabajo mostraba que el país estaba ahora a la cabeza de ese ránking con 26 sueldos como mínimo para adquirir un 0 km. En el otro extremo se encontraba Estados Unidos, con sólo 4,5. Sin embargo, en el medio había países como Brasil, Sudáfrica e India, en los que la demanda de salarios estaba por debajo del caso argentino. Incluso, era llamativo ver a Australia -un país que alguna vez fue equiparable a la Argentina- con apenas 5,1 sueldos para hacerse de un vehículo. Este caso es especial porque, hasta hace unos años, esa nación tenía una industria automotriz considerable pero ineficiente y se decidió implementar un plan de reestructuración para cerrar todas las fábricas para concentrarse en importación. Pasaron de producir autos caros a importar baratos. Todo un mensaje. Pero más allá de este ejemplo tan particular, lo que muestra el estudio de la UADE son las dificultades argentinas para solucionar los problemas estructurales. Eso queda en más evidencia en estos días de euforia automotriz por el plan de subsidios lanzado por el Gobierno. La pregunta que hay que hacerse es: ¿es lógico que un país que fabrica autos necesite una ayuda estatal para que la gente pueda comprarlos?
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Primero hay que aclarar que apenas el 30% del mercado o menos corresponde a vehículos nacionales. La mayor parte son importados. De todas formas, vale el cuestionamiento ya que la radicación industria (aunque esté planteada para la exportación) define el perfil del país. Los autos en la Argentina son caros pero son más caros aún por el escaso poder adquisitivo de los salarios. Gran responsabilidad del valor de los 0 km se debe a la alta presión impositiva. Es por eso que se da la paradoja de que, como los autos son caros porque los impuestos son alto, el Estado tiene que salir a subsidiarlos para que sean más accesibles. Se puede entender -no compartir- la medida del Gobierno en un momento crítico por la fuerte caída de las ventas y para evitar que se siguieran perdiendo puestos de trabajo en las redes comerciales. Pero este experimento oficial está dejando una enseñanza para que estos funcionarios, en caso de continuar, o los que vengan, la tengan en cuenta. Hay una reactivación de la demanda por el festival de descuentos. Esto quiere decir que, más allá de la crisis, hay un sector de la población que no consumía, no porque no tuviera el dinero, sino porque le parecía caro el precio de los autos. Entonces, si la demanda responde ante este estímulo, sería más sano que la rebaja llegue por bajar estructuralmente los precios de manera constante y no transitoria que, además, depende de la discrecionalidad de uno o más funcionarios. La solución sería, entonces, que el costo de comprar un auto baje porque se reduce la presión impositiva -como sucede en CABA y provincia de Buenos Aires con la exención del Impuesto a los Sellos- y no porque el Estado decida subsidiar el consumo. Hay sectores y necesidades prioritarias en un país con semejante crisis.
Desde el Gobierno explican las dificultades que enfrentan para avanzar en una baja de impuestos. La primera, la cuestión fiscal. El tema es que los propios funcionarios admiten, por ejemplo, que el costo para el Estado de los $1.050 millones que destinarán para el plan “Juni0km” será neutro porque recaudarán más por mayores ventas. Es decir, que el argumento esgrimido es retrucado por ellos mismos. El inconveniente real es la dificultad de congeniar con gobernadores y políticos en general con visiones tan disímiles. Nadie quiere arriesgar la “caja” aunque el propio Arthur Laffer le explique su famosa curva. Mientras tanto, el mercado comenzará a arrojar datos positivos. Junio se empieza a comparar con un mes malo de 2018 -esto hará que la caída sea menor-, las paritarias están recuperando el salario y la demanda postergada de los últimos meses está aprovechando el “Juni0km”. Un combo para transitar unos meses de bonanza.
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