23 de septiembre 2016 - 00:00

Cigüeñas desencantadas en un simpático film animado

Fábula. Con interesantes apuntes sobre las familias actuales.
Fábula. Con interesantes apuntes sobre las familias actuales.
Como es sabido, antes la cigüeña traía al bebé desde París y lo dejaba adentro de un repollo, para que una joven señora lo encontrara y así se convirtiera en madre. Un método limpio, cómodo, eficaz, pero repudiado por los obstetras, por esa gente políticamente correcta que reclama siempre decir la verdad, y por los defensores de aves y afines, que alertaban sobre el posible estrés emocional de las pobres viajeras. Parece que esto último era cierto, porque, según el dibujo animado que ahora vemos, hoy las cigüeñas prefieren dedicarse al oficio más aséptico de transportar encomiendas.

¿Pero cómo se formaban esos bebés? Los hacía Dios, por supuesto. Y a los hijos de no creyentes los fabricaba una máquina. ¿Y cómo sabían esos animales en qué domicilio debían dejar al bebito? Ah, porque los futuros padres escribían una carta de amor a París. O, si eran norteamericanos, llenaban un formulario. Así es como acá tenemos, por un lado, a las/los habitantes de Monte Cigüeña, que ya están en otra cosa, y por otro lado, al nene de unos padres demasiado ocupados, que se aburre, quiere un hermanito, y resuelve pedirlo por su cuenta. La cosa se complica con una criatura que nunca fue entregada y ya está mayorcita, una manada de lobos bastante graciosos y otros personajes. Todo, a velocidad supersónica, con varios descuidos argumentales, interesantes apuntes sobre las familias actuales, y, hacia el final, un toque de emoción. Se pasa el rato.

P.S.

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