«El rastro» («The Tracker», Australia, 2002, habl. en ingl.); Guión y Dir.: R. de Heer; Int.: D. Gulpilil, G. Sweet, D. Gameau, G. Page, N. Wilton.
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Esta obra del holando-australiano Rolf de Heer no sólo pinta un personaje, sino que denuncia el rastro de un crimen, ese racismo que, como dice una de las canciones, aún necesita un acto general de contrición, elemento fundamental del sacramento de la penitencia. Ocurre en Australia, en 1922. Tres hombres blancos a caballo y un indígena a pie siguen por la tierra seca e inmensa las huellas de otro indígena, acusado de un crimen.
Tensión racial, desgaste físico, breves actos de violencia, ocasionales ironías, inesperadas vueltas de tuerca, buenos actores, empezando por David Gulpilil, dos actos de justicia, indiferentes a la exclusividad de una sola, remate feliz. Eso es lo que iremos viendo, y celebrando en este film duro, aspero y austero que permite el reencuentro con un cine de gran tradición, como el australiano.
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