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De leyendas porteñas a un San Martín con algo de ciencia ficción

Barrantes explica que para escribir «El Temponauta. Enrique Enríquez y el secreto de San Martín» se inspiró en H.G. Wells y también en la serie «Volver al futuro», pero fundamentalmente en «El fin de la eternidad» de Isaac Asimov.
Periodista: ¿Cómo pasó de recopilar leyendas urbanas a publicar una novela que une historia argentina, relato juvenil y ciencia ficción?
Guillermo Barrantes: Antes de la trilogía «Buenos Aires es leyenda», que realizamos con Víctor Coviello, yo escribía ficción, y trabajaba tanto en novelas como en cuentos. Por dar algunos antecedentes, hay cuentos míos en la antología de microrrelatos «En frasco chico»; el cuento «La sentencia» está en «Pasajeros en la Arcadia», una antología de nuevos escritores establecida por la Universidad de Belgrano, y el relato «Tierra virgen», que apareció en distintos libros, fue premiado con Mención de Honor, hace ya una década, en el concurso anual del Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía, así podría mencionar otras obras donde participé con textos de ficción.
P.: Pero la llegada al libro y a una gran cantidad de lectores fue con «Buenos Aires es leyenda».
G.B.: Todo comenzó en un programa de radio donde era coconductor y hacíamos una columna de mitos urbanos barriales. Cuando observamos la repercusión que alcanzaban esas historias, y teniendo en cuenta que lo primero en mí fue la escritura, le llevé a Víctor Coviello la idea, porque a él también le interesa todo lo referente a mitos y leyendas, para que juntos investigáramos el caudal de mitos urbanos que tiene Buenos Aires, que resultó riquísimo, prácticamente inagotable. Ahí unimos literatura, narrativa, con tradiciones urbanas. Los relatos que nos contaban, que descubríamos, eran cuentos fantásticos que buscaban verosimilitud en un marco ciudadano, y, en su mayoría, leyendas que se mantenían a través del tiempo. La investigación, el establecimiento de las historias, fue un fascinante desafío. Ahora he vuelto a mis raíces, a las del escritor de ficción pura, con «El temponauta. Enrique Enríquez y el secreto de San Martín».
P: ¿Tiene alguna relación esa novela con su trabajo sobre los mitos urbanos?
G.B.: Algo de eso hay si pensamos en José de San Martín como un ser mítico, en «el padre de la Patria», en «el santo de la espada», en el héroe continental que cruzó en un mítico caballo blanco los Andes para dar libertad e independencia a Chile y Perú, donde mucho de lo que se cuenta, por más real que sea, cobra carácter legendario, tiene algo de epopeya mítica. En mi novela busqué rodear al prócer con elementos provenientes de la más clásica ciencia ficción.
P.: Se planteó hacer una novela que llegara a los sectores juveniles.
G.B.: La idea primigenia de «El Temponauta» fue llevarle un poco de historia argentina a chicos y chicas a través de un relato de aventuras. La novela histórica ha demostrado desde siempre ser de gran atractivo. Esto se ha intensificado en los últimos años. Se podría pensar en lo que ha conseguido Arturo Pérez-Reverte con su saga del Capitán Alatriste. Y en nuestro caso, uno podría remontarse, por ejemplo, a la novelas históricas sobre los tiempos de Rosas que escribió Manuel Gálvez hace unos ochenta años, y ver la cantidad de escritores y escritoras argentinos que en los últimos años se han dedicado a la narrativa histórica, que por ser una recreación de la época siempre tiene algo ficcional. En mi caso lo ficcional es lo predominante, no me permito caer nunca en el aburrimiento de un manual de estudio. Me planteé contar algo interesante como vehículo para dar a conocer hechos históricos ciertos.
P.: ¿Cómo pensó lograr eso?
G.B.: Enrique Enríquez es un chico que ha heredado una máquina del tiempo de un abuelo que, para definirlo en el lenguaje de los jóvenes, es medio «catrasca», es decir que hace lío tras lío, que cada paso que da deja atrás un tendal de desastres. El abuelo tiene también algo de esos científicos que resultan cómicos por su desubicación cuando están fuera de su laboratorio. Y el abuelo de Enrique vive en un laboratorio construyendo una máquina del tiempo, cuya intención final, para qué la hace, recién se sabrá hacia el fin del relato. En sus primeros viajes al pasado, el abuelo, como buen catrasca, no para de hacer líos. Habla con quien no tiene que hablar, mueve cosas que no tiene que mover, adelanta sucesos que van a ocurrir y que no debería mencionar. Ante esto le pide a Enrique que use la máquina de viaje en el tiempo para reparar los errores que él cometió. Esto se lo deja por escrito, porque el abuelo se pierde en uno de los viajes.
P.: ¿Y cómo entra San Martín en todo esto?
G.B.: En esta primera misión Enrique tiene que hacer algunas cosas en Mendoza, en 1816, para que San Martín pueda cruzar los Andes. Y para esto tiene que ir más allá del San Martín del bronce, ir en busca del ser humano y, en esa medida, descubrir algunos de sus secretos. Esa es la semilla de «El Temponauta», que empezó siendo para preadolescentes y terminó, creo que gracias al humor, para todas las edades.
P.: Y para ello retomó un recurso de H.G.Wells en su novela «La máquina del tiempo», basada en la teoría del «Eternalismo».
G.B.: Más allá de la novela, quién no ha visto alguna de las versiones que se llevaron al cine, como la protagonizada por Rod Taylor que llegué a ver cinco veces en el ciclo «Sábados de superacción». Hace ocho años vi la que dirigió Simon Wells, el nieto del escritor, con Guy Pearce, que no está mal. A ese recurso de ir atrás en el tiempo, creo haber sumado cosas de «Volver al futuro», la serie ícono de los años 80. Creo que hay algo del «Doc» Emmett Brown, el creador del auto viajero, encarnado por Christopher Lloyd, en el abuelo de Enrique. Pero, el libro que más me marcó para comenzar a escribir fue «El fin de la eternidad» de Isaac Asimov, que es para mí la biblia de los viajes temporales. Es una aventura en el tiempo de amor y desamor, donde uno se encuentra con un universo de paradojas, y la aventura da lugar a reflexión filosófica. En mi novela hay guiños y homenajes a todas esas historias.
P.: Usted afirma que ésta es una primera aventura, ¿Tiene otras?
G.B.: Tengo idea de viajes posibles. Enrique puede ir tanto a Tucumán el día de la Declaración de la Independencia como al Mundial de Fútbol de «la mano de Dios», el abanico es amplísimo. La cuestión es el dato real, poco conocido, lo histórico que enriquezca la aventura.
P.: ¿Le siguen acercando leyendas urbanas de la ciudad de Buenos Aires?
G.B.: Constantemente. Después del primer «Buenos Aires es leyenda», que lleva vendidas 10 ediciones, más de 45 mil ejemplares, creamos un buzón de mitos y leyendas urbanas en Internet. Esto hizo que en el segundo tomo, dedicáramos una sección a leyendas que nos habían llegado por e-mail y que habíamos investigado, y son historias que aunque no sean verosímiles, se cuentan y se creen. Del último tomo de «Buenos Aires es leyenda» acaba de salir su tercera edición. Y la gente nos pide un cuarto tomo. Pero con Víctor Coviello pensamos que es una trilogía y está bien que sea así. Ahora trabajamos en un libro que, para usar una palabra de moda, es un spin-off, un apéndice de la obra, un desprendimiento, una empresa colateral a la empresa principal. El año que viene saldrá algo así como, por adelantar en borrador un nombre, «Buenos Aires es leyenda, el bestiario», que será un cruce entre el comic y nuestras investigaciones sobre leyendas urbanas. Trabajamos sobre protagonistas de mitos como «el último taxi de Chacarita», que mejor no hay que tomar porque lleva al descanso eterno en el lugar de partida; «el enano vampiro del Bajo Flores», al que echaron de un circo a mediados de los 70 porque desangraba a los animales, y se quedó en una casa abandonada, y en esa zona de Flores, cuando se acabaron los gatos, comenzó a atacar los tobillos de la gente; «el lobizón de Versalles», «el mimo zombie», etcétera. Pensamos en que acaso tendrá finalmente alguna relación con el «Libro de los seres imaginarios» de Borges.
Entrevista de Máximo Soto
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