La política económica de Cambiemos tuvo al inicio componentes de shock, como la liberación del mercado cambiario, las tasas de interés y demás precios. Y otros entre el shock y el gradualismo, como los precios de los servicios públicos. Pero se caracterizó por el gradualismo fiscal, acompañado por las Metas de Inflación, que son política monetaria también gradualista.
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El gradualismo fiscal significó necesidades de financiamiento -para déficit y vencimientos de deuda- superiores a 10 % del PIB por año. Vinieron del financiamiento externo y del Banco Central -vía transferencias y compra de dólares al Tesoro-, que debió absorber la expansión de pesos emitiendo deuda. Vía Lebac, Leliq y pases el Banco Central mantiene una deuda en pesos del orden de u$s60.000 millones. La economía comenzó a crecer, la inflación empezó a bajar y el oficialismo ganó elecciones. Pero no bajó el enorme gasto público improductivo, ni el déficit, ni las necesidades de financiamiento y con metas de inflación promedio de 22.5 % en 2016 y 14.5 % en 2017, la creación de dinero creció a un ritmo muy superior, de 30-35 % anual. Los corolarios fueron atraso cambiario, atonía de las exportaciones, un fuerte déficit en la cuenta corriente del balance de pagos y, desde fines de 2017, un nuevo repunte de la inflación.
Las emisiones de deuda empezaron a superar el apetito de los mercados, cambió la política fiscal de EE.UU., quizá la Fed acelere el aumento de las tasas cortas y se agregó el aumento de las largas. Y ahora, en un par de semanas, la debilidad en la demanda de deuda soberana se transmitió a las Lebac. ¿El gradualismo se quedó sin suficiente financiamiento? El Ministro Caputo acaba de afirmar que no, pero no lo sabemos. Afortunadamente prefinanció 80 % de las necesidades de este año. Ahora le debe quedar claro que lo que importa no es la remanida relación deuda/PIB, sino si hay recursos para el rollover y el déficit.
Que el programa fiscal gradualista estaba expuesto a la aparición de cisnes negros -locales o del exterior- le fue señalado al Gobierno por multitud de voces. Pero no solo sus funcionarios las rechazaron, sino que fueron temerarios a través de sus propios errores. La vulnerabilidad del gradualismo y la suba de las tasas internacionales están hace tiempo, pero fueron esos los errores locales los que determinaron que la inquietud de los mercados se amplificara en estas semanas.
El primer gran error fue no detener el impuesto a la renta financiera. No queda claro si Hacienda lo propuso, lo aceptó, o lo negoció, ya que ahora nadie, ni en el Gobierno ni en la oposición, se hace responsable. El segundo error grave fue el desacertado cambio de la meta de inflación para 2018, que aumentó las expectativas de inflación, la nominalidad y la volatilidad financiera. En este caso, al menos, el secretario Braun lo reconoció. Y estos errores se combinaron con la unidad oportunista de la oposición contra el aumento de tarifas, en un contexto de deterioro del Gobierno en las encuestas.
Pero la conferencia de prensa de Dujovne-Caputo confirma que el Gobierno no solo no reconoce la debilidad de su programa y sus errores tácticos, sino que tampoco reconoce el -como mínimo- llamado de atención de los mercados, ni estaba preparado. Dujovne atribuyó lo ocurrido solo a la volatilidad internacional, y agregó que si las medidas anunciadas no alcanzan, analizarán la realidad y adoptarán otras, lo que suena a improvisación.
Todo esto explica porqué las medidas fiscales anunciadas son débiles e insuficientes. Hacienda ya había adelantado que el déficit primario de 3.2 % del PIB previsto sería menor, por lo que bajarlo a 2.7 % es un ajuste de menos de 0.5 % del PIB, quizá solo u$s1.700 millones. La mejora en el déficit se apoya en el aumento poco virtuoso de la recaudación por mayor inflación, y en la reducción en la obra pública, en vez de atacar el gasto público improductivo. Las metas para 2019 y 2020, a su vez, no se cambian, apostando a que seguirá habiendo financiamiento. Y el esfuerzo fiscal que se proponen será entonces más liviano, dado el menor déficit en 2018. Un paquete con sabor a muy poco y mal orientado.
No sabemos si el financiamiento para Argentina volverá con la generosidad previa, o no. Si vuelve y el mercado se estabiliza, lo que quedará será un tipo de cambio real algo mayor, pero no mucho dado que habrá mayor inflación (por el pass through), y la reducción de esta deberá esperar, contra las expectativas, a después de mayo La mayor inflación también generará presión en las paritarias, tanto las cerradas como las pendientes, con efectos en 2018 o en 2019 por las cláusulas de revisión. El último REM arrojó una expectativa de inflación de 22 %, pero fue cerrado con información al 27 de abril Es difícil que las expectativas bajen de 25 % en este momento.
En el muy corto plazo, la respuesta más contundente es del Banco Central, con la suba de la tasa a 40 %, que deberá mantenerse por un tiempo apreciable, y afortunadamente completa el regreso de la independencia del Banco Central. Aunque suene sobreabundante, debe agregar a esto una decidida acción para absorber dinero, y asegurarse que la mayor tasa se transmite también a los depósitos. Pero el Banco Central necesita la ayuda de ahorros fiscales más contundentes, mejor orientados, y más creíbles.
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