La apertura al mundo, para desarrollar nuestro potencial, exige libertad cambiaria. Que cualquier persona pueda comprar y vender divisas libremente, sin restricciones. Y certidumbre para que las personas puedan programar sus actividades con horizontes amplios. La función del BCRA es asegurar una regla monetaria y cambiaria previsible. No obstante, hoy en día, entre autoridades y economistas, prevalece la opinión de que la flotación cambiaria es lo más conveniente para la Argentina. Sin que ninguno explicite cuál sería la regla para guiar la política de emisión monetaria. Esto es, postulan que la flotación, con cualquier emisión monetaria, es siempre mejor que las reglas de la convertibilidad, donde la emisión la decide el mercado.
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Una grave confusión. Comparemos el régimen de paridad fijada de la convertibilidad con la flotación, ambas con total libertad de transacciones cambiarias. Tanto la paridad fijada como la flotante tienen una variable flotante, una sin movimiento y otra fijada. La convertibilidad, con paridad constante, conlleva una regla conocida y fija. El tipo de cambio no se mueve y la emisión la decide el mercado. En contraste, la flotación deja al arbitrio de los funcionarios la emisión monetaria, dando poder omnímodo a los funcionarios y así dejando a la gente a la intemperie de las incertidumbres.
La paridad fijada y constante es de reservas internacionales flotantes según la oferta y demanda del mercado y con variación cero del crédito interno del BCRA (el stand by establece no emisión para financiar al Gobierno). El sistema de paridad flotante confiere al BCRA la decisión del crédito interno y veda intervenir en el mercado cambiario. Cualquier operación financiera debiera respetar la regla monetaria que se anuncie.
La Convertibilidad es un sistema superior, para nuestras condiciones, porque implica una paridad fija y constante. La flotación requiere explicitar el programa de emisión monetaria, que lo dejan en manos de funcionarios. Pero los flotadores no la transparentan.
En los dos años y ocho meses que llevamos de confusa flotación cambiaria, las reglas monetarias han cambiado continuamente y BCRA ha intervenido en el mercado de cambios y financiero contrariando el régimen. En realidad, ni ha flotado ni ha seguido un programa anunciado. No puede sorprender que inversores y población sean constantemente sorprendidos: las propias autoridades monetarias actúan sin reglas. Para colmo, los inversores se encuentran con el desplome de las cotizaciones del peso. Las personas se angustian porque el aumento del dólar alza violentamente los precios en pesos y deprime los valores de los activos en el país. No es el mejor modo de construir confianza, abrirse al mundo ni disminuir la pobreza.
Una administración disciplinada, un BCRA que no de créditos al Gobierno ni a otros agentes internos, un estado que se financie en el mercado de bonos y con entidades del exterior, conformaría las bases iniciales para un régimen monetario sustentable. La dificultad radica en las reglas monetarias y cambiarias incoherentes.
Mientras la cotización del dólar incide fuertemente en los costos internos, las autoridades mueven las tasas de interés o las metas de inflación, que son menos relevantes en nuestra sociedad. Es claro el traslado del dólar a precios internos; en cambio, la conexión con metas de inflación y tasas de interés es endeble.
Es difícil conectarnos al mundo con inflación tan pronunciada y desigual. Sin preconceptos, nadie podría fundadamente sostener la ventaja de flotar en la Argentina. Al tiempo que los argentinos mantienen 75% de sus activos financieros en el exterior.
La decisión de política monetaria y cambiara es crucial en esta crisis. Estabilidad monetaria y cambiaria, ajuste de gastos e incentivos al crecimiento del PBI conforman las tres flechas para adecuar nuestra economía a las posibilidades de financiación externa, al menor costo posible. Las tres están interrelacionadas. Pues a mayor estabilidad cambiaria, mayor certidumbre y horizonte para descubrir oportunidades de negocios y atraer inversiones. El ajuste de gastos acallaría los nervios y los incentivos al crecimiento económico y las inversiones en el país podrían atenuar la poda gastos. El programa debiera incluir liberación de trabas a los negocios. Y alentar iniciativas en ese sentido. Las entidades gremiales podrían aceptar aflojar la rigidez laboral en esta emergencia para estimular el empleo. Por ejemplo, los trabajos que se creen en este tiempo podrían estar exentos de los costos de despido y otros que no desbalanceen a terceros. O abrir acuerdos para reducir costos laborales o trabas y regulaciones que entorpecen la producción de valor en el país.
(*) Miembro del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso
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