16 de junio 2010 - 00:00

Joaquín V. González: luz y sombra de un pensador centenario

Horacio Raúl Campos, en «Joaquín V. González - La civilización en las rodillas de la barbarie», analiza a través de la obra del autor de «Mis montañas» el ideario de un hombre clave en el Centenario de la Argentina.
Horacio Raúl Campos, en «Joaquín V. González - La civilización en las rodillas de la barbarie», analiza a través de la obra del autor de «Mis montañas» el ideario de un hombre clave en el Centenario de la Argentina.
El periodista, docente, historiador y futuro novelista Horacio Rául Campos acaba de publicar «Joaquín V. González - La civilización en las rodillas de la barbarie». Además de sus valores propios, el libro de Campos contribuye a comenzar a reparar una de las lagunas más notorias de estos días en el país, la tarea por volver a pensar el Centenario, sobre el cual o se reflexionó muy poco, o se repitieron los mismos lugares comunes de siempre (en los que no faltó, desde luego, la mención de la Infanta Isabel, como si con su visita al «país agroexportador» se agotara todo).

Campos, riojano al igual que González, vuelve a traer a la luz al jurista, educador, político y literato a través de cuya vasta obra, en su mayor parte hoy sólo limitada a algunas bibliotecas públicas y sin reediciones comerciales («Mis montañas» dejó de ser hace tiempo un texto familiar para los escolares), puede rastrearse y entenderse, por caso, el conflicto interno que marcó a varios de los pensadores de la nación que se estaba construyendo. Justamente, desde su mismo título el trabajo de Campos examina a la lupa algunas de las contradicciones de González, sintomáticas de cierta corriente intelectual de aquel país.

Periodista: Su obra no es estrictamente una biografía.

Horacio Raúl Campos
: No, es una especie de biografía intelectual. Lo que me propuse fue rescatar al González escritor, y a través de sus textos trazar la evolución de un pensamiento que es muy distinto si se comparan sus trabajos de juventud con, por ejemplo, ese testamento que fue «El juicio del siglo», de 1910, un gran balance donde examina lo que hizo la Argentina en cien años de historia y las cosas que faltarían por hacer, y en el que ya asume definitivamente el concepto del país-estancia dentro de la llamada división internacional del trabajo. Esa fue una obra que le trajo muchos roces con Mitre.

P.: ¿Por qué?

H.R.C.: Paradójicamente, «El juicio del siglo» comenzó a salir algunos años antes como folletín por entregas en «La Nación», es decir, el diario de Mitre (cuando se publicó como libro Mitre ya había muerto). Allí González atacaba a la historia como disciplina, porque estaba seguro de que la historia no podía dar cuenta cabal de la realidad de un pueblo; es decir, todo lo contrario de lo que sostenía el historiador Mitre, quien creía que la historia era suficiente para entender un país. En el conservador González siempre hubo, desde su misma biografía un tanto desordenada (fue jugador, hombre de la noche) más de una contradicción, y eso es lo que lo hace interesante. Si bien, ante la alternativa sarmientina de civilización y barbarie adhirió desde luego a la civilización, hubo cosas del progreso que no podía tolerar.

P.: ¿Por ejemplo?

H.R.C.: La inmigración. A González, un provinciano completamente asimilado a la urbe cosmopolita de Buenos Aires, varias veces ministro y legislador, le provocaba repulsa el rostro multicultural que iba adquiriendo aceleradamente la capital federal a partir de las oleadas inmigratorias. No sólo porque esas lenguas extranjeras iban a dañar la «pureza» de la ciudad, sino también, por supuesto, por el peligro que significaba el avance, entre otras cosas, del anarquismo y de las organizaciones sindicales, encarnadas en su mayoría en esos inmigrantes.

P.: ¿Un caso típico de xenofobia?

H.R.C.: No sé si típico, pero algo había. Y esta es otra de las contradicciones de González, un hombre que en su ideario, expuesto tan tempranamente como en «La tradición nacional» de 1888, defendió de manera convencida conceptos como el del positivismo, el no racismo, etc. Esto no quite, sin embargo, que años después, cuando publique la ya mencionada «EL juicio del siglo», no evite varias consideraciones claramente racistas, surgidas justamente por el crisol de razas producto de la inmigración. Hay que considerar, sin embargo, que al lado de un Miguel Cané por ejemplo, González representó el ala que podríamos llamar más progresista. Sin embargo, no podía separar la idea de inmigración de la de corrupción. Esto también se refleja en lo literario.

P.: ¿De qué forma?

H.R.C.: A González suele ubicárselo, como lo hace Eduardo Romano, entre los llamados escritores «nativistas», esto es, dentro de aquellos que recobran líricamente la idea del paisaje regional, la naturaleza, el terruño embellecido a la manera de una Arcadia. Para algunos, por cierto, esto representó también una forma de oponer todo eso a la disgregación cultural que representó el paso del siglo XIX al XX marcado por la inmigración. Sin embargo, González cambió el eje del llamado «nativismo», es decir, él regresa a ese paisaje pero a través de la idea de la civilización sarmientina, un ensayo de conciliación entre lo «natural» y lo culto. Por ejemplo él, al igual que Obligado y en cierta medida el naturalista Cambaceres, desprecian el concepto de lo gauchesco y la literatura gauchesca. El modelo de González no es José Hernández sino Esteban Echeverría, el retorno al salón literario de 1837, esa era la continuidad que buscaba. Inclusive, a través de las formas de lo literario: González siempre desdeñó, por ejemplo, a la novela. La consideraba un género plebeyo, que jamás podría equiparse a la poesía, el cuento y el ensayo.

Entrevista de Marcelo Zapata

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