2 de marzo 2011 - 00:00

La Fed no se aparta de la ruta trazada

Nunca es buen momento para soportar una crisis petrolera, pero la convulsión actual del Medio Oriente y Norte de África (que reúne todos los condimentos necesarios para transformarse en una crisis hecha y derecha) es particularmente inoportuna. Tras zafar de una ciénaga de desconfianza a mediados del año pasado, EE.UU. pudo retomar una senda de expansión vigorosa y apagar las luces amarillas de alarma. Por fin, tres años después que comenzara la recesión de 2008/2009, logró superar la cima previa del PBI. Una gama amplia de indicadores certifica el repunte. El flamante informe ISM manufacturero de febrero -conocido ayer- acusó el nivel más alto desde mayo de 2004. Y hasta el renglón de empleo contribuyó (por lejos, el sector de la economía más refractario), trepando a un umbral que sólo alcanzó tres veces en la última década. En ese sentido, la Universidad de Michigan ya había detectado también un sensible progreso en la percepción de oportunidades laborales. Y registró, gracias a su influjo, la lectura más robusta de confianza del consumidor desde enero de 2008.

Alinear los astros en una constelación favorable costó muchísimo trabajo, cientos de miles de millones de dólares en estímulo adicional (cuando las autoridades pergeñaban la estrategia inversa, la del repliegue) y no pocas disputas en el seno de la Fed. Se logró el objetivo pero, a no engañarse, el andamiaje reposa sobre un apuntalamiento que todavía requiere afianzarse. Así que el Simún político que sopla devastador desde el Norte de África y mantiene en vilo a gobiernos y mercados petroleros no podía ocurrir más a destiempo. No es sólo la amenaza de inestabilidad. Lo delicado es que su naturaleza opera a contramano de la agenda de la política económica. Lidiar con un shock petrolero abriría un segundo frente de combate en plena retaguardia. El arsenal de medidas que sirve para atacar la anemia de la demanda agregada podría probarse estéril -y hasta contraproducente- si la economía mundial debe afrontar una brusca retracción de la oferta. No habrá más remedio, en ese caso, que volver al tablero de diseño de las políticas y conformarse con objetivos más modestos. Pero, he aquí la clave, como lo que se arrastra es la penosa digestión de una crisis de crédito no está claro de antemano cuán estable resultará el tener que aminorar el trote.

Es a la luz de estas consideraciones que debe analizarse la visita de ayer del titular de la Fed, Ben Bernanke, al Congreso. En su testimonio, Bernanke ponderó los resultados de la fase dos del relajamiento cuantitativo, el QE2. Toda la evidencia apunta a que la iniciativa contribuyó a alejar a la economía de los EE.UU. de los peligros que la acechaban seis meses atrás. La temida recaída en la recesión no se produjo. Y, de hecho, la Fed escaló en casi medio punto las proyecciones de crecimiento para 2011 que había confeccionado en noviembre (a un rango confortable entre el 3,5% y el 4%). En paralelo, como subrayó Bernanke citando pronósticos privados, «los riesgos de deflación se tornaron negligibles». Es que hundirse en «la trampa japonesa» era El Peligro. Y, como fuere, mérito del QE2 o no, ello no sucedió. Más aun, los riesgos de un deslizamiento tal hoy lucen distantes.

Si la espada de Damocles de un posible shock petrolero no hubiese irrumpido tan de lleno, la faena de la Fed no precisaría otro remate que dejar que el tiempo pase y la mejoría se consolide por inercia. Pero no es el caso. ¿Cómo responderá el banco central ante la nueva realidad? ¿Qué ajustes deberá realizar? Bernanke fue muy claro. No hay motivos para apartarse del camino trazado. Es verdad que los precios del petróleo han subido, y en forma más general, los de una amplia canasta de materias primas, pero «las presiones de costos están compensadas por la estabilidad de los costos laborales unitarios». La Fed confía en una módica filtración de los aumentos de precios de materiales básicos e insumos hacia los índices de precios finales al consumidor según la «experiencia de las décadas recientes». En las propias palabras de Bernanke, «el resultado más probable es que el encarecimiento de los commodities, a lo sumo, conduzca a un aumento temporario y relativamente modesto de la tasa de inflación minorista». Nada muy distinto de lo que ya contemplan las proyecciones de analistas privados y de la propia Fed (y, por ende, nada que requiera una acción restrictiva específica). ¿Qué hacer si la suba del petróleo no se detiene y monta a mayores alturas? Bernanke reconoció la amenaza dual, en términos de actividad económica y de estabilidad de precios. La variable crucial: las expectativas de inflación. Si su anclaje se suelta la Fed deberá intervenir. Esto no lo señaló concretamente, aunque lo dio a entender. Pero Janet Yellen, la número dos de la Fed, ya lo había anticipado: «Todo incremento sostenido en las expectativas de inflación -o en la inflación núcleo- que señale una filtración sostenida de los mayores precios de las materias primas demandará una respuesta».

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