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Miguel Rothschild: mirada universal al diluvio bíblico

En la muestra de Rothschild, el mar flota como un fantasma a poco más de medio metro del suelo. Lo representa una gran tela oscura sostenida desde el techo por hilos que encrespan la superficie.
El despliegue de su obra comienza con los "Atrapasueños", una serie de fotografías tomada en la Villa 20 de la Ciudad de Buenos Aires. Las imágenes del precario caserío de ladrillo y cemento no se perciben con claridad desde lejos. Los vidrios que protegen las fotos están quebrados, dificultan la visión. Recién al acercarse, el espectador descubre que las líneas que dibujan las quebraduras coinciden -exacta y extrañamente- con la infinidad de cables que se cruzan y entrecruzan por la Villa.
Después de culminar el recorrido de una exposición donde Rothschild retoma sus temas celestiales y su preocupación por el destino de la morada del hombre, esas tristes imágenes cobran sentido y el señalamiento de los vidrios rotos adquiere otra dimensión. Los cables comunican el drama del mundo, representado en la marea de miseria del barrio Villa Lugano, con un espacio que está mucho más allá, en lo alto.
En una pared de la sala, junto a los "Atrapasueños" un texto de María Cecilia Barbetta menciona el relato bíblico del diluvio como metáfora de la tragedia que narra Rothschild en esta muestra. "El hilo conductor es siempre la desgracia", prosigue. "En la mitología son las Parcas las encargadas de tejer la hebra de la vida para cada mortal, medir su longitud y finalmente cortarla. Según Rothschild estas temidas hilanderas tienden sus redes sobre Buenos Aires para decidir cuál será el destino de la ciudad y sus habitantes. Las mismas deidades parecen irrumpir desde el cielo en la galería abriéndose paso a través de la lucarna y formando un arco iris sobrenatural compuesto por 370 colores diferentes", concluye Barbetta.
En el medio de la sala el mar flota como un fantasma a poco más de medio metro del suelo. Lo representa una gran tela oscura sostenida desde el techo por hilos que encrespan la superficie como grandes olas. En el fondo del gran espacio se divisan los hilos de colores que descienden oblicuos y luminosos desde los cielos. La invitación que cursó la galería a la exposición reproduce una pintura del pasado y un breve manuscrito en letra gótica. Allí, en medio de la inundación provocada por la lluvia, está el arca de Noé y a su alrededor la escena del verdadero drama: la humanidad ahogándose.
El Sturm Und Drang que Rothschild arrastra desde Alemania no ha inhibido el humor. En esta muestra homenajea a Juan Baigorri Velar, inventor de una máquina que hacía llover, con un cuadro azul idéntico al famoso color de Yves Klein, aunque su azul se transforma para pronosticar el tiempo. Así juega con la idea de ser un discípulo del ingeniero argentino cuya vida merece un recuerdo.
Cuentan que Baigorri viajó en 1938 a la localidad de Pinto con su máquina, la encendió y horas más tarde cayó un leve chaparrón. En Santiago del Estero lo esperaba el gobernador y una gran sequía. Llegó con una máquina más potente que funcionó durante 50 horas y cayeron 60 milímetros de lluvia. La hazaña se celebró en la Argentina y en el exterior, y cuando un estadounidense ofreció comprar la patente, Baigorri se negó. Luego, como respuesta a las críticas del director de Meteorología que no creía en "la seriedad del inventor", Baigorri anunció una lluvia en Buenos Aires para el 3 de enero de 1939. Y llovió. El ingeniero repitió la proeza en San Juan y La Pampa. Pero no quiso revelar el secreto y murió olvidado y empobrecido en 1972. La máquina que nunca fue encontrada.
Si bien la historia de la máquina de generar imposibles, brinda sustento ideológico a la muestra de Rothschild, la misión que cumplió Noé por mandato divino, induce a establecer una analogía entre este personaje y la condición del artista. Noé fue elegido por su dignidad moral, mientras la dignidad del artista como artífice o "ser superior" recién se consideró durante el período renacentista. No obstante, Noé trabajó en silencio, sin poder explicar su cometido, como de algún modo lo hace el artista cuya tarea es difícil de expresar en palabras. Noé construyó el arca cuando Dios miró la tierra corrompida y le dijo: "He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra. Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera. (...) Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la tierra morirá. Mas estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo. Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para que tengan vida contigo; macho y hembra serán (...) para que tengan vida. Y toma contigo de todo alimento que se come, y almacénalo, y servirá de sustento para ti y para ellos".
Los artistas, sin proponérselo, suelen cumplir el papel de sismógrafos del contexto social en el que viven, pueden interrogar y traer al presente tiempos remotos, indagar el corazón de la historia. Rothschild montó un "teatro intenso de tiempos heterogéneos que se corporizan conjuntamente", como señala Didi Huberman cuando habla de la "La imagen superviviente. Historia del arte y el Tiempo de los fantasmas, según Aby Warburg".
Noé ingresó en el arca y el diluvio cayó sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches y así murió todo ser viviente. Tan sólo había quedado el arca sobre los montes de Ararat cuando las aguas bajaron y Dios selló este nuevo comienzo de la humanidad con un arcoíris. El arca se ha buscado en vano desde la antigüedad.
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