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Sanz volvió a cautivar a “sus chicas” en Geba
Es sabido que hay cantantes, sobre todo los que apuntan al público femenino a través de repertorios eminentemente románticos, cuya principal virtud es ser ellos mismos. Importa, por cierto, lo que dicen las canciones, el tipo de melodía que usan, la parafernalia instrumental y tecnológica de la que se rodean, el profesionalismo con el que se mueven antes, durante y después de cada show. Mientras están vigentes, lo que más importa es la relación entre estos artistas y «sus chicas» (Sandro, un precursor, había entendido mejor que nadie esa relación y hasta hizo la caracterización de su público principal). Y así es que todo el resto, aunque importante, pasa a un lejano segundo plano.
El español Alejandro Sanz es, justamente, uno de esos artistas que se defienden solos y a los que les bastaría con su voz, su guitarra y, muy especialmente, su presencia, para conquistar sin necesidad de mucho más. De modo que la alegría, el fanatismo, la devoción y el erotismo que expresó la multitud que convocó para el fin de semana porteño -como sucedió también en Córdoba, Rosario y Mendoza- estuvieron de su lado desde un largo rato antes de comenzar cada espectáculo.
Esta vez, el motivo de la gira era presentar su nuevo disco, «La música no se toca», y de allí seleccionó unas cuantas de las canciones, con un arranque que incluyó «Llamando a la mujer acción», «Cómo decir sin andar diciendo» y «Se vende», y varias otras más de ese disco a lo largo de las dos horas de show. De todos modos, como era previsible, el mayor entusiasmo se produjo cada vez que aparecieron los hits, organizados como temas independientes o metidos en un par de popurrís; así, se escucharon, entre otros, «Quisiera ser», «Cuando nadie me ve», «Mi soledad y yo», «Corazón partío» y «Amiga mía».
Lo respaldó una banda numerosa y bien aceitada con una significativa presencia femenina. Una puesta sencilla permitió tener al cantante como principal referencia. Hubo frases de ocasión como «tengo porteño el corazón», y demagógica bandera argentina. Desde hace mucho tiempo, ya nada queda de aquel Sanz que cantaba y tocaba flamenco y que entusiasmaba, claro, más a los críticos que a «sus nenas».
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