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Torturas: ¿sobreactúa sorpresa la estrella demócrata del Senado?
Ella se defendió diciendo que sólo se les dijo que la CIA disponía de justificativos legales para recurrir a esos métodos, pero no que ya los estaban empleando. «No se nos informó de que el simulacro de asfixia (estaba) siendo utilizado». El republicano Porter Goss, entonces presidente del citado comité, dijo estar «boquiabierto» tras leer que algunos «alegaban no haber entendido que (esas técnicas) estaban siendo efectivamente utilizadas». En una columna en el Washington Post, Goss escribió: «No recuerdo ni una sola objeción por parte de mis colegas».
El problema es que Nancy Pelosi fue una de las primeras en pedir una Comisión de la Verdad, celo que se convirtió en un bumerán al saberse que desde hace más de seis años estaba al tanto de los hechos que hoy quiere investigar. Los republicanos la acusan de hipocresía y amnesia.
Ahora bien, difícilmente la revelación de estos aspectos tenebrosos de la estrategia del Gobierno anterior para enfrentar al terrorismo internacional deje inmune al sistema político norteamericano. Aquellas licencias en materia de respeto a los derechos humanos fueron tomadas en una etapa de fuerte consenso nacional. Mientras las Naciones Unidas, la Vieja Europa y el Vaticano se esforzaban por evitar la ofensiva unilateral estadounidense contra Irak, George W. Bush gozaba de un respaldo casi sin fisuras en su frente interno. En los primeros días de octubre de 2002, la Cámara de Representantes y el Senado (controlado por los demócratas) le otorgaban plenos poderes para decidir el uso de la fuerza armada contra el régimen de Saddam Hussein. Y mientras Bush espantaba al mundo con su doctrina de guerra preventiva, el 69% de los estadounidenses apoyaba la opción militar.
Hoy, 62% de la población dice estar a favor de algún tipo de investigación sobre las torturas. Pero la idea de enjuiciar a la precedente administración bien puede acarrear daños colaterales. Ari Fleischer, ex jefe de prensa de Bush, advirtió que «el escándalo crearía extraordinarias divisiones y devastaría a Washington por varios años».
Pelosi, por ejemplo, que como presidenta de la Cámara tiene la tarea de hacer avanzar proyectos clave para la administración de Obama, como el presupuesto y la reforma de salud, se vio en estos días obligada a justificar su conducta.
La polémica, que crece al ritmo de nuevas revelaciones y de las vacilaciones del Gobierno acerca de cómo enfrentarla, puede echar por tierra el llamado del propio presidente a «mirar hacia adelante y no al pasado».
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