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Una recaída en la crisis que llega en el peor momento

Entonces, en octubre de 2016, Rajoy asumió el mandato que había ganado dos veces en las urnas: el 20 de diciembre de 2015 y el 26 de junio de 2016. Fueron los 314 días sin gobierno a los que se llegó por la incapacidad del conservador para lograr los apoyos necesarios para su investidura, lo que desencadenó en la repetición de los comicios, algo inédito.
El Estado español vivió semiparalizado y la realidad demostró que la fragmentación política y la agonía de los partidos tradicionales, que se creían consecuencias temporales de la crisis económica, no eran parasajeras. La fisonomía política era, es, la de la multiplicidad de fuerzas.
Un año después, el referendo del soberanismo catalán volvió a encender las alarmas sobre la falta de respuestas en el sistema político para desafíos políticos.
La anacrónica institucionalidad española acusó el recibo de transformaciones profundas en la ciudadanía y su forma de concebir la política. No es un caso aislado, sino que encuentra a Europa afrontando desafíos similares. Basta recordar los 171 días sin gobierno en Alemania mientras se sucedieron las negociaciones para un cuarto mandato de Angela Merkel, amenazando inesperadamente la estabilidad de la primera economía de la eurozona. O el más reciente caso de Italia, donde se demoraron 90 días después de las elecciones para llegar a un nuevo Ejecutivo que, además, será el primero populista de su historia.
Es cierto. Son diferentes las peculiaridades que llevaron a cada país a esa situación. Pero es pauta que los sistemas políticos han quedado desactualizados frente a sus realidades, acercando cada vez con más facilidad a los países a crisis institucionales.
España enfrentará desde hoy una nueva prueba. El futuro político se presenta, una vez más, incierto. Acaso la tensión constante con la que vivió los últimos tres años abra la discusión a esperadas reformas políticas.
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