10 de septiembre 2008 - 00:00

"Con la violencia expresamos nuestra gran incomunicación"

Después de los libros autobiográficos «Papá» y «La PatriaJeanmaire dice que llegó «a un momento de hartazgo demismo, En lo autobiográfico está todo cerrado, no se puedeelegir entre dos posibilidades como cuando se escribeuna novela».
Después de los libros autobiográficos «Papá» y «La Patria Jeanmaire dice que llegó «a un momento de hartazgo de mismo, En lo autobiográfico está todo cerrado, no se puede elegir entre dos posibilidades como cuando se escribe una novela».
Con «Miguel», una biografía ficticia de Cervantes, Federico Jeanmaire fue finalista del prestigioso Premio Herralde de Novela en 1990, y así comenzó una elogiada carrera literaria. Por ese tiempo, licenciado en Letras y profesor en la UBA, Jeanmaire estaba becado en Madrid para trabajar en la Sala de Manuscritos de la Biblioteca Nacional como Investigador del Siglo de Oro. Dieciocho años después, y con más de una docena de obras y varios galardones, Jeanmaire acaba de conquistar el Premio Emecé 2008, que tuvo como jurado a Rodolfo Rabanal, Ana María Shua y Pablo De Santis, con su novela «Vida interior». Dialogamos con él.

Periodista: ¿Cómo surge el tema de «Vida interior»?

Federico Jeanmaire: Yo venía de publicar dos libros autobiográficos, «Papá» y «La Patria», después de varios libros de pura ficción, que nada tenían que ver con mi vida. Pero, a partir de la muerte de mi viejo hubo algo que me cambió, que me focalizó en mi historia, y me hizo buscar ver qué pasa cuando uno se pone a hacer literatura con las propias emociones, algo que siempre me ha parecido que era algo que quedaba afuera de la literatura. Así estuve unos cinco años muy pegado a mi autobiografía. Llegué a un momento de hartazgo total de mí mismo. En una novela se está todo el día con la historia, con los personajes, y en este caso, como el gran protagonista era yo, viví todo ese tiempo pegado a mí mismo. Cuando terminé «La Patria» sentí la obligación de salir, pero no es fácil salir de un mundo en el cual se ha estado tantos años. Pero, así surgió «Vida interior» que en algunos aspectos es aún autobiográfica.

P.: ¿Cómo creó la historia amorosa que relata?

F.J.: No la creé, la viví. Tuve una novia finlandesa con la que, como teníamos que tomar una decisión sobre nuestro futuro, decidimos viajar a México para ver qué hacíamos.

P.: ¿Por qué México?

F.J.:
Ella tenía que ir, y yo no conocía México. Siempre había querido conocerlo, y ásta era la gran oportunidad. Estuvimos en Oaxaca tres días encerrados en un hotel porque a ella le agarró el mal de Moctezuma, y estuvo con permanentes problemas gástricos, vómitos y diarrea. Lo que iba a dar lugar a una charla sobre el futuro de nuestra pareja no se puede producir porque ella está mal, se pasa todo el tiempo en la cama. Todo eso lo viví pero, al narrarlo, a partir de un momento decidí salir, dejé que el personaje piense, porque es una novela muy introspectiva, y construya no sólo su interior, observando el estado de su relación, sino también el exterior. Me dejé llevar por ese juego que me permitió volver a la ficción otra vez. Y salí de tal modo que acabo de concluir una novela que es pura ficción.

P.: Un regreso a lo imaginario.

F.J.: Lo que siempre me encantó de escribir novelas es el abanico de libertad que se abre en cada paso que da un personaje, en cambio en lo autobiográfico está todo cerrado, no se puede elegir entre dos posibilidades, está todo demarcado, está en la lógica misma de la constitución de nuestro pasado. «Vida interior» me devolvió a la ficción cuando mi protagonista pudo elegir entre mil caminos y se puso a mostrar la imposibilidad de comunicarnos y el estado de las relaciones actuales. A partir del momento en que el personaje dejó de tener algo de mi historia me divertí escribiendo.

P.: Algo mantuvo, es la historia de un escritor.

F.J.: No podía no serlo. En algún momento pensé cambiar eso porque la novela de escritor me tiene podrido, pero no podía salir de ahí sin que el personaje perdiera verosimilitud.

P.: Además de México, de un sentimiento contrariado, está el alcohol que bebe el protagonista, ¿es un homenaje al Malcom Lowry de «Bajo el volcán»?

F.J.: No, o, mejor, supongo que no, porque mi memoria es horrible donde no registro argumentos de novelas, me ha pasado con «Crimen y Castigo», pero me puedo acordar de frases, de estructuras sintácticas. Recuerdo dos páginas donde Lady Chaterley espera junto a una ventana para concluir diciendo: «Pero, llegó...»; y muy poco o nada del argumento, de la trama. Así Lowry puede estar pero no como algo voluntario, no soy de andar con guiños y citas, ni por ver que hay una posible referencia, dedicarme a volver a leer «Bajo el volcán». Eso yo no lo hago.

P.: ¿Se deja llevar por la historia?

F.J.: Lo que me importa no es la historia, es la escritura. Por eso recuerdo escrituras, grafismos, y no aventuras. Y esta novela tiene mucha historia. Lo que a mí me gusta es lo que llamo «construir lengua», descifrar en un personaje su forma del habla, su respiración, su cadencia. Y que esa escritura, al centrarse tanto en su propio trabajo, se olvide un poco del sentido. eso lo he buscado mucho. Cuando siento que en una novela se está construyendo un sentido, trato de sacarla de ahí. Me veo más como un escritor del Barroco o del Renacimiento, que como un escritor del siglo XX. A mí no me gustan los libros en los cuales no se puede no leer un sentido, no se puede leer si no es una significación que el autor le quiere pasar, mis libros intentan otra cosa, le doy el trabajo al lector de construir un sentido propio.

P.: ¿Por qué le interesó escribir una historia sentimental?

F.J.: Desde un cierto punto de vista todos mis libros son historias de amor. ¿Me interesa contar historias de amor? No, nunca me interesó. Pero las historias de amor o de desamor («Vida interior» es una brutal historia de desamor) muestran que supone como entidad la ilusión de poder salir de todos los problemas que se tienen. En mi vida personal le atribuyo al amor los poderes de ayudarme a superar los grandes problemasque me toca vivir. Ese deseotiene la construcción de una novela, acaso por eso en algún momento me encuentro que estoy contando una historia de amor. Pero no me interesa decir algo del amor o dar alguna respuesta. En «Vida interior» me atrajo ver qué hace un hombre ante ciertas situaciones para no decir algo que provoque una catástrofe que no quiere vivir todavía. Me atraen esas circunstancias humanas que giran en buscar la forma de no decir lo que se quiere hacer. Me importan las estrategias que la gente arma para no mostrar lo sola que está.

P.: ¿Qué buscó ahora, en la novela que acaba de concluir?

F.J.: Ir al meollo de mis preocupaciones como ser humano, no tanto como escritor. Ir de lleno sobre lo que me importó siempre escribir, que es sobre la violencia cultural argentina, el desquicio de esta cultura donde pasan hoy las mismas cosas que hace 150 años. Recuerdo haber leído de la violación seguida de muerte de una chica que se repitió casi exactamente noventa años después. Pero ésa es la cúspide de una violencia que se manifiesta a cada instante en el trato, en el habla. En la Argentina es imposible mantener una charla sin que cualquiera de los participante no intente ser el más vivo, el más cruel, el más sabio. Es imposible mantener una charla distendida como en un café de Viena o de Madrid. Me interesa esa violencia que pasa a la lengua y que habla de nuestra gran incomunicación, de la imposibilidad de dialogar, de construir algo conjunto.

Entrevista de Máximo Soto

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