17 de julio 2013 - 00:09
Cura vuelve a “Otello” 14 años después de su debut
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José Cura: Siempre es especial entrar en este edificio, no sólo por lo arquitectónico sino por los recuerdos que me trae caminar por sus pasillos, comer en la cantina, sentir los olores, es un flashback de 30 años.
J.C.: Hay de todo: positivos y negativos. Los negativos, ahora que uno está viejo, quedan de lado, porque fueron los que me convencieron de dar el paso, y tal vez de no haber vivido esas malas experiencias no me hubiera ido y hecho lo que hice. Y entre las buenas, haber comenzado mi oficio aquí.
J.C.: No me gustaría hablar mucho de eso porque cuando uno se mete en política hay siempre heridos y contusos. Sólo voy a decir que siento a un pueblo un poco más triste que aquél. Mis recuerdos de hace 30 años eran de un argentino que caminaba muy elegante por la calle, siempre bien vestido, y ahora veo a la gente descuidada no por un abandono personal sino como reflejo de una situación. Pero no puedo ir más allá porque desconozco la realidad profunda. Sé que se han hecho muchas cosas muy buenas y que falta hacer otras, y yo juego de local en mis afectos pero no vivo aquí, de lo que pasa me entero por los diarios, y depende de qué se lea y cómo las cosas son de un modo o de otro. No quiero ahondar en los motivos porque los desconozco, pero mi percepción es la de un pueblo un poquito apaleado.
J.C.: Inevitablemente cuando hay crisis económica una de las primeras cosas que se recortan es la cultura, equivocadamente y no. A corto plazo si uno tiene que elegir entre poner comida en la mesa para sus hijos o ir al teatro, la respuesta es obvia, y hay que empezar a recortar por lo añadido. La diversión, aunque sea parte fundamental de la estructura de una sociedad, no deja de ser un hecho añadido, y cuando hay para divertirse, lo hay, y cuando no uno se queda en casa. Pero el recorte en la cultura se paga una generación después, y ahí el remedio es mucho más complejo. Un pueblo sin cultura, sin identidad, sin raíces, va a la deriva. Siempre que se ha querido minar los cimientos de una sociedad se atacó la cultura.
P.: ¿Por qué eligió volver con "Otello", la ópera que había cantado aquí en 1999?
J.C.: No la elegí, me invitaron a hacer una gran ópera de Verdi en el año verdiano, y cuando uno habla de conmemoración la obra que lleva como bandera es aquella con la que más se lo identifica dentro de la obra de ese autor. "Otello" es la ópera que estoy haciendo en algunos de los teatros más importantes del mundo, y además era la oportunidad de hacer la ópera como yo siempre la quise ver. El que hicimos en el 99 fue para mí un "coitus interruptus". Yo no tenía la madurez que tengo ahora, no sólo en la edad sino en las 150 o 200 funciones de este papel que canté después. Cuando uno es joven los dolores de la vida se los conoce porque a uno se los contaron, y luego uno los pasó. Todo eso afecta al personaje, sobre todo a Otello, que es un hombre de mi edad que siente el peso de la vida sobre su cabeza. Además era un momento en que había mucho bombo y platillo en torno a mí, mucho más del que yo podía controlar. Es un proceso por el que pasan todos los que están en un cierto nivel, de perfil de "producto", de "farándula", es casi obligado. Muchos no lo pasan, es un proceso de selección natural, pero los que lo pasamos, lo aguantamos y no nos mató, aprovechamos de la otra etapa, la verdadera, cuando uno se puede concentrar en hacer arte, que es la que yo estoy viviendo ahora.
P.: ¿Cuál es el conflicto principal de "Otello"?
J.C.: No hay uno, si lo hubiera sería fácil pero la obra no tendría la vigencia que tiene. La obra fue escrita alrededor de 1500 por Cinzio, en el cual se inspiró Shakespeare, y pasando por Rossini y Boito llegó a Verdi. Todavía se discute la temática, y nadie puede decir cómo es "Otello". Se puede sí elegir un camino. El mío es el encararlo como una búsqueda personal que no es dogmática pero es la que me resulta cómoda en mi modo de entender el drama, y es la de estar recreando la vida de una persona que abandona su religión original, la musulmana y se convierte al cristianismo para hacer una carrera y es contratado para matar musulmanes, por lo cual suma la traición a su apostasía, al hecho de abandonar su religión por conveniencia. A la luz de los hechos del inicio de este milenio impulsados por todo tipo de fundamentalismos, no sólo el árabe, que son casi uno de los motores económicos de la civilización, el personaje de Otello tiene un perfil psicológico mucho más denso y actual.
P.: ¿Cómo es el planteo visual?
J.C.: Es un ejercicio casi brechtiano, de teatro épico. Nuestro escenario está ubicado no en un mundo real sino en una caja negra, y en el disco giratorio se monta una escena para que todo fluya siempre sin interrupción. Los ambientes en sí mismos son realistas pero no en su relación.
P.: ¿En líneas generales, cuál es su relación con las repercusiones que genera su trabajo en el público y la crítica?
J.C.: Cuando era más joven me hacía problemas pero luego entendí que no hay forma de conformar a todos. Entonces hay que estar muy convencido de lo que uno hace. Si uno le gusta a todo el mundo es porque no tiene novedad, y si les disgusta a todos es porque lo que hace está muy mal. Ya no importa lo que un artista hace o no, sino el respeto: saber que uno comparte o no lo que hace un artista pero reconocer y respectar su trayectoria, su carrera, su investigación. Con educación se puede ir a todos lados, la falta de educación es lo que nos está dañando. Todos esos comentarios negativos que se generan en las redes sociales hacen más daño al que los hace que al que los recibe. Habría que canalizar esa energía en hacer algo positivo.
Entrevista de Margarita Pollini |
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