Valérie Lemercier, la atribulada actriz de telenovelas que quiere hacer cine
arte en «Lo mejor de nuestras vidas».
«Lo mejor de nuestras vidas» («Fauteuils d'orchestre», Francia, 2006; habl. en francés).Dir.: D. Thompson. Int.: C. De France, V. Lemercier, A. Dupontel, L. Morante, C. Brasseur, S. Pollack.
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La inspiración y el ingenio que demuestra esta comedia coral francesa en el planteo de tantas escenas, así como en la concepción de más de un personaje, vuelven incomprensible su desenlace convencional y cierto aire tilingamente «encantador», identificado sobre todo con la figura de su protagonista Cécile De France, que dramáticamente no es mucho más que un nexo entre los personajes que sí interesan.
Daría la impresión de que la mano de un productor inseguro (por lo general son los sospechosos de siempre, de modo que esto no es más que un prejuicio) hubiera forzado a la directora y guionista Danièle Thompson a dar un remate de cuento de hadas hollywoodense a la sólida escritura neurótica sobre un conjunto de personajes antológicos, vinculados al show business, la música, el cine, el coleccionismo y el arte en París.
Lo mejor, lejos, es el personaje de Valérie Lemercier, quien interpreta a una actriz de TV altamente popular, acostumbrada a ofertas de 300.000 euros por capítulo, y que sin embargo sufre por no poder actuar en una película de cine-arte. Esa ocasión se le presenta cuando un director norteamericano, interpretado por Sidney Pollack, llega a París con la intención de filmar una biografía de Simone de Beauvoir. Todas las escenas jugadas entre Lemercier y Pollack son brillantes, con clímax en el diálogo donde ella le « desarma» el guión que él, típico idealizador extranjero de la cultura francesa, había preparado («¿De Beauvoir una transgresora? ¿Amores complicados y filosóficos? ¡Una loca! Lo conoció al americano ese, Algren, se acostó con él, y cuando se hartó, adiós, a otra cosa! ¿Transgresora de qué?»). Otro sutil, imperdible apunte visual y sin subrayado alguno: la escena en la que seis «Sartres» aburridos esperan en la antesala del casting.
El dilema interior del pianista que interpreta Albert Dupontel es igualmente interesante, aunque no llega a la misma altura. También tiene que ver (como casi todo en el film) con la insatisfacción: ser una cosa pero querer ser otra. Concertista de fama, casado con la italiana Laura Morante (nada menos), él quiere retirarse de todo e irse a vivir al campo. Pero el «sistema», y hasta la misma lógica, se lo impiden. Trata de planteárselo a la moza que interpreta De France: «Si tú quieres largar todo y dedicarte a otra cosa todos te entenderán. Pero a mí nadie me lo entiende».
Finalmente, la tercera historia lleva el melancólico rostro del gran Claude Brasseur: es el coleccionista de arte, casi anciano y enfermo pero con amante joven «comprada», que decide vender todos los tesoros que fue acumulando a lo largo de la vida. Tampoco puede dejar de elogiarse el breve papel de una madura asistente de artistas, que lleva a diario en sus auriculares las voces arquetípicas de ídolos de los 60, como Gilbert Bécaud.
Todas estas cosas hacen de «Fauteuils d'orchestre», es decir, «Plateas» (el sensitivo título local le da una resonancia a libreto de Marcia Cerratani) un film muy disfrutable, más allá de su feérico final.
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