24 de enero 2005 - 00:00

El arte emergente refleja un espíritu menos festivo

Vista parcial de «Mix 05», ecléctica muestra en la que la Fundación Proa vuelve a presentar expresiones de la nueva generación de artistas, ahora notablemente expandidas con el arribo de obras del interior del país.
Vista parcial de «Mix 05», ecléctica muestra en la que la Fundación Proa vuelve a presentar expresiones de la nueva generación de artistas, ahora notablemente expandidas con el arribo de obras del interior del país.
Si los artistas de la última generación son capaces de transmitir a través de sus obras el nervio de los tiempos que corren, la muestra «Mix 05» que inauguró hace unos días la Fundación Proa, intenta capturarlo y presentarlo ante los ojos del público. Hace cinco años, al despuntar el nuevo milenio, con el propósito de tomarle el pulso a las expresiones emergentes, la Fundación había abierto sus puertas a los espacios alternativos y al diseño. Desde entonces, el criterio de la directora de Proa, Adriana Rosenberg, es que «si bien las instituciones son enclaves de consagración, también pueden funcionar como cajas de resonancia, para mostrar lo que ocurre en la actualidad».

Pasados cinco años, lo primero que se advierte en este nuevo testeo del acontecer actual, es la notable expansión del escenario artístico con el arribo de obras del interior de jóvenes desconocidos aún en el medio.

Mientras en el año 2000 bastó con convocar a los espacios alternativos, «Mix 05» demandó un ecléctico trabajo curatorial. Pese a todo, lo que se ve es apenas la punta del iceberg de una desbordante producción, y para acotarla, Proa convocó a los artistas Magdalena Jitrik, Daniel Juglar, Mónica Girón, los rosarinos Leo Battistelli y Román Vitali, el fotógrafo Alberto Goldenstein, y el crítico Daniel Molina, encargados de seleccionar artistas «sin trayectoria en el medio»; aunque lo cierto es que tanto Cristina Schiavi como quien se esconde bajo el seudónimo Stella Maris, la poseen y sobradamente.

• Preocupación

Luego, otra gran diferencia con la muestra anterior, donde predominaba un arte ligado a la subjetividad y ajeno al contexto sociopolítico, es que ahora se percibe una preocupación muy pronunciada por cuestiones sociales,económicas y políticas. En esta tendencia figuran los jardines realizados con balas (sin plomo) de Polo Tiseira, cuya mejor manifestación es el cuadro lumínico «Flor de bala», donde se conjuga la inocencia de una margarita con el helado rigor del metal. Oscilando entre la ficción y una realidad inquietante, figuran las fotografías de María Antolini, que retrata niños con gestos pérfidos y muestra los rostros más sórdidos de la infancia.

Por el contrario, el
«Proyecto-Zanon + Emei», marca el despertar de la utopía, la búsqueda de una sociedad ideal que emprendió un grupo de artistas, al rescatar las capacidades creativas y de autogestión de los trabajadores de una fábrica de cerámica. En esta línea, el proyecto «Super Sopa» está directamente ligado a la filantropía, fue creado en la Universidad de Quilmes por un grupo de diseñadores y alumnos de la carrera de Alimentos, con el fin de paliar carencias nutricionales.

Por otra parte, en un margen impreciso, mientras
Miguel Mitlag muestra las contundentes imágenes de mundos diversos, desde una inhabitable instalación hasta un cálido escenario, Jorge Miño parece encontrar un equilibrio al fotografiar antiguas balanzas.

Luego, sellando el encuentro con la felicidad privada, están las bellas pinturas de
Constanza Alberione, los registros de la vida cotidiana que documentan las fotografías de Cecilia Szalcowicz, la nostalgia de las fotos rétro de David Nahon, los «Mandalas» realizados con cuentas de colores de Marcelo Totis, y las páginas de Inés Dragonsch, donde con líneas y diminutos puntos rojos, configura un poético mapa para una selección de textos.

La curaduría de
Daniel Joglar está determinada por la supremacía de la sensibilidad. El artista propuso a sus invitados una extraña imagen para generar un clima compartido en las obras, le habló de una persona que avanza por un territorio nevado, absolutamente blanco, con una doble tarea: caminar y a la vez, borrar las marcas de sus pasos para no dejar rastros. La obra que mejor expresa esta levedad es la de Juan Souto, consistente en un gran bloque de arena que trajo desde su Mar del Plata natal, donde se percibe la huella sutil que al retirarse las olas, deja un hilito de sal.

Así, desde el clima de bolero del tatoo tumbero con formato mural de
Jimena Lascano, pasando por los bellos juegos de luces, espejos y reflejos de Christian Wloch, Gustavo Chistiansen y Livio De Luca, hasta las sofisticadas radiografías de juguetes japoneses de Fabián Bercic, con la dificultad que representa brindar una visión de lo que está aconteciendo, Proa se las ingenia para exhibir lo que a la gente le gusta mirar y, además, lo que algunos no pueden -o no quieren- ver.

Si en base a este fragmento de arte actual se hiciera un balance, podría decirse que la alegría que signó el fin de la década del los '90 ha desaparecido, y que más allá de los pulidos gestos poéticos, hay un orden y una interesante profesionalización del oficio.

Para destacar el espíritu multidisciplinario de las nuevas propuestas, en el auditorio se presentarán videos de los artistas invitados y producciones emblemáticas del siglo XX. Además, durante los fines de semana, habrá ciclos de poesía, concietos de música electrónica, performances y video instalaciones.

Dejá tu comentario

Te puede interesar