«El nacimiento» (The Nativity Story, EE.UU., 2006, habl. en inglés y hebreo). Dir.: C. Hardwicke. Int.: K. Castle-Hughes, O. Isaac.
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Complacerá a muchos creyentes (y sólo para ellos ha sido hecha) esta película que ya viene con el nihil obstat del Vaticano y los elogios de diversos líderes protestantes. Sin duda, gran cantidad de fieles irá a verla, y muchos curas pedirán una copia para darla en sus parroquias todos los 8 de diciembre, ya que describe piadosamente los meses de embarazo de la Virgen María. Por algo acá se iba a estrenar el 7, hasta que necesidades de mercado obligaron a adelantar la fecha.
Otra,en cambio, puede ser la reacción del espectador común, que a mitad de la proyección ya estará pidiendo que el chico nazca sietemesino, y eso que la película apenas dura 95 minutos, una duración «menor» dentro del cine bíblico de estilo hollywoodense al que «El nacimiento» pertenece, y espera resucitar. Pero ese cine, que tuvo su auge a fines de los '50 y comienzos de los '60, requiere una modernización de estilo que aquí apenas se advierte. La propuso Mel Gibson con «La Pasión», que estremeció e hizo llorar y reflexionar hasta a los ateos, pero lo que ahora vemos, en cambio, peca de solemnidad, lentitud, y a veces también de ridiculez, como decía hace ya años un formidable crítico católico, Jaime Potenze, frente a «La historia más grande jamás contada» y otras producciones similares.
Algunos agregados son interesantes, por ejemplo los que dan a San José algunos méritos que San Lucas y San Mateo nunca contaron, entre ellos el de partero. También, la expresión de miedo de la Virgen María tomando conciencia de los dolores de parto que le esperan. O los gestos de picardía inocente con que la conocemos, cuando aún no ha sido prometida en matrimonio, y el modo amoroso en que más tarde lava los pies de su marido (un acto muy significativo para los cristianos). Buena, además, y graciosa, la escena donde el padre y el prometido descubren que la novia viene con pancita. Pero, por lo general, los actores parecen casi siempre aplastados por la importancia de sus personajes. No se disfruta su cotidianeidad, ni (cosa rara) tampoco se disfruta la belleza de los textos antiguos. De todos los diálogos que cualquier cristianoama y conoce de memoria,sólo se aprecian la salutación de Elizabet, y,al final, unos versículos con la respuesta de la Virgen.
En cambio, se sufren interminablemente unos magos que parecen salidos de «Harry Potter», el rey Herodes de barba asiria y peinado «a la croquignole», el ángel sin alas con cara de pervertido, el vuelo rasante de una paloma que más bien parece un gavilán, la música demasiado presente y a veces demasiado imponente (y encima, al final de todo, canta la hija del compositor). Etc. Etc.
Hay un solo momento emotivo, cuando un pastor viejo no se anima a tocar al Niño Jesús, recién nacido, pero se rompe cuando la actriz abre la boca y dice una sentencia digna de poster new age.
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