El Museo de Bellas Artes presenta en estos días «Mirar, saber, dominar. Imágenes de viajeros en la Argentina (Siglo XIX)», una muestra tan breve como ambiciosa, que trata sobre el deseo romántico de explorar la vasta desmesura de nuestro territorio, el afán científico de documentar el exotismo de la naturaleza y el ansia de legar testimonios históricos a la posteridad. A pesar de su pequeño formato, la exhibición cala profundo en la historia a través del mirar distante y supuestamente incontaminado de los pintores viajeros, con el objetivo de revisar las diversas influencias que tiñen esos relatos visuales.
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La exposición se abre con las litografías y pinturas con escenas costumbristas de Jean León Pallière, brasileño de origen francés que al promediar el siglo XIX residió durante una década en Argentina. Con unos ojos que idealizaban la realidad, Pallière muestra el gaucho y la inmensidad de las pampas durante los comienzas de la organización nacional, y también un par de indígenas en una canoa donde se cuela el estilo de la pintura orientalista. Sus pinturas y el álbum de litografías «Escenas Americanas», demuestran la formación académica pero sobre todo la inspiración romántica que indujo a Pallière, como a tantos otros viajeros, a internarse en la inmensidad de la llanura.
La exhibición está planteada como un viaje en el tiempo, el espectador debe atravesar un túnel que separa las salas y que desemboca frente a la imponente pintura del suizo Adolf Methfessel que retrata las cataratas del Iguazú. La belleza de esos saltos de agua envueltos en brumas color turquesa, pone en evidencia el sentimiento sobrecogedor que la visión de las cataratas suscitó en el paisajista.
Methfessel acompañó en ese viaje al naturalista argentino Juan Ambrosetti, quien describe el «delicioso pavor» que los invadió ante ese espectáculo. Luego, del mismo autor son unas abismadas acuarelas de la Patagonia, que muestran la desolación de esos confines y los cielos sombríos del Río Santa Cruz. En este sentido, la dimensión colosal del territorio, está representada en las vistas del naturalista Hermann Burmeinster.
Si bien entre los viajeros se advierten algunas ausencias, como las del apasionado Johann Moritz Rugendas y de Raymond Quinsac de Moinvisin, la muestra pone en primer plano una pintura de fines del siglo XVIII atribuida al salteño Tomás Cabrera que retrata la entrevista del gobernador Matorral con el cacique Paykin. Es decir, presenta el encuentro entre dos mundos.
Con su estilo narrativo, el cuadro ilustra la reunión del conquistador español con el indio, en un campamento rodeadode palmeras y aves multicolores bajo la imagen protectora de la Virgen. La curadora de la muestra, Marta Penhos, cuenta que la pintura, reiteradamente reproducida en los libros de historia, quedó como testimonio de un encuentro que «no fue tan exitoso» en los hechos.
A la visión idealizada de Cabrera, se contrapone el realismode Florian Paucke, donde los indios mocovíes aparecen con sus adornos bárbaros, tatuados, perforados con sus aros y sortijas. De este modo, la exhibición cuestiona la veracidad de algunos datos que alimentaron el imaginario argentino y contribuyeron a configurar nuestra historia.
Al final del recorrido hay unas elocuentes fotografías de 1924. Estas imágenes muestran un grupo de indígenas en Buenos Aires, posando de frente y de perfil según la costumbre de la época, semidesnudos y con sus collares, sus arcos y flechas, sus pieles de yaguareté y los chirimbolos que los autores o gestores de la toma sacaron del Museo Etnográfico para la ocasión. En una estas fotos, rigurosamente ordenada en el escenario urbano, una treintena de indígenas enfrenta la cámara. En el medio del grupo una nativa amamanta a su hijo y unos niños sonríen con gesto inocente. Pero las expresivas miradas de los adultos, evasivas, atemorizadas y avergonzadas de algunos, e inquisidoras y desafiantes de otros, revelan la incomodidad que les provoca la situación. La fotografía, con la cualidad de ser veraz que se le atribuye, sienta un registro de que esos indígenas fueron forzados a mostrar una imagen de sí mismos que no coincidía con la realidad. Así, mientras las certezas acerca del pasado tienden a desvanecerse, la muestra cobra su verdadero sentido.
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