Pero, para captar la atención de dicho público hubiera sido imprescindible un título mucho más atractivo que «La Cenicienta», de Prokofiev y, sobre todo, en una producción coreográfica más acorde con la importancia de los espectáculos operísticos que se brindan en los abonos, en ocasiones, de calidad.
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«La cenicienta». Ballet en tres actos. Mús.: S. Prokofiev. Coreog.: R. Lastra. Esc.: V. De Pilla. Vest.: A. Gumá. Ilum.: E. Caride. Ballet Estable Teatro Colón. Dir.: R. Candal. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Dir.: P.I. Calderón. (Teatro Coliseo, hasta el 26 de agosto.)
Es plausible la incorporación de un título de ballet dentro de los abonos oficiales del Colón. De esa manera, un público no habitué a los espectáculos coreográficos se familiariza con el trabajo de uno de los cuerpos estables de infrecuente calidad que posee el teatro. Pero, para captar la atención de dicho público hubiera sido imprescindible un título mucho más atractivo que «La cenicienta», de Prokofiev y, sobre todo, en una producción coreográfica más acorde con la importancia de los espectáculos operísticos que se brindan en los abonos, en ocasiones, de calidad.
Se podría haber optado, por ejemplo, por la coreografía de Ben Stevenson de «La cenicienta» que se puede ver en el American Ballet Theatre y que posee producción visual del Houston Ballet. Además, se podría haber aprovechado la presencia en el país de Paloma Herrera, quien interpreta en esa versión a una soberbia protagonista. En cambio, se eligió volver a una vetusta versión de Rodolfo Lastra vista hace unos años atrás en el Colón, ahora acotada para las dimensiones del escenario del Coliseo. No fue feliz la decisión.
La partitura de «La cenicienta», que argumentalmente se basa en el relato de Charles Perrault, es menos efectiva que la de «Romeo y Julieta», por ejemplo. Posee algunos momentos bellos en el vals y en el pas de deux final, pero es una obra en tres actos que se hace tediosa en más de una oportundidad. La maestría de Prokofiev se evidencia en la instrumentación y en la dinámica, pero no siempre es una propuesta sonora eficaz.
Rodolfo Lastra la trabajó con lenguaje neoclásico adecuado para la compañía del Colón y logró en los dúos de los protagonistas y en ciertas secuencias de las hermanastras lo mejor de su labor, que en el resto cae en una soporífera acumulación de personajes feéricos (hadas, mariposas, saltamontes, etc.) que invaden el escenario -chico para el ballet- en los tres actos. Los personajes deambulan como en medio de un rapto onírico de una Cenicienta bastante sofisticada y melosa en esta versión. No hay demasiada imaginación en los diseños coreográficos y tanto solistas como cuerpo de baile del Colón, con la siempre cuidadosa dirección de Raúl Candal, nada pueden hacer por insuflarle vida y brillo a una obra opaca de por sí.
Karina Olmedo y Dalmiro Astesiano en la personificación de Cenicienta y el Príncipe bailan con mérito, pero la producción no les da demasiadas oportunidades de lucimiento. María Eugenia Padilla y Noemí Szeszynski (las Hermanastras) aportan una cuota de humor saludable (las únicas muestras en la extensa obra).
Pedro Ignacio Calderón dirige bien a la Filarmónica y saca provecho de una partitura algo árida. La escenografía de Víctor De Pilla de telones geométricos y unos pocos elementos corpóreos, ambienta con propiedad la puesta que trascurre en los '40. Ni las luces ni el vestuario (este último amanerado en grado sumo) coadyuvan a la valorización de esta pobre cenicienta kitsch e insustancial.
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