7 de enero 2020 - 00:00

La percepción y sus leyes, ejes de la obra de Gilda Picabea

En sendas series se genera la ilusión de movimiento.

Contrapunto. La artista toma en cuenta la dualidad de la imagen, la batalla entre la figura y el fondo. 

Contrapunto. La artista toma en cuenta la dualidad de la imagen, la batalla entre la figura y el fondo. 

Al ingresar a las salas de la galería Hache en el barrio de Villa Crespo, se divisa una serie de pinturas en blanco y negro de Gilda Picabea (1974), artista que habla sobre las leyes de la percepción en dos exposiciones simultáneas que presenta hasta fines de febrero. La primera, “Un perfil dibujado en el espacio”, reproduce -según observa Picabea- las formas de las esculturas “aladas” de Alicia Penalba, los ángulos agudos de sus bronces. “La forma horizontal de ritmos concentrados, evocadora de alas de pájaros y alas de viento”, según Marta Traba. Y nada cuesta reconocer en las pinturas las formas de Penalba. Si bien, desde lejos, la ambigüedad de esas formas “aladas” invita a compararla con el rastro que deja el gesto de una pincelada espontánea como la de Robert Motherwell; luego, al acercarse, la nitidez de la línea que separa las superficies negras y blancas, impide ver la obra como el rastro de un pincel imaginario. La definición de las alas no proviene de un gesto rápido.

La percepción y sus leyes son los temas y problemas que plantea Picabea en ambas muestras. Para comenzar, toma en cuenta la dualidad de la imagen, la batalla entre la figura y el fondo, y así genera la ilusión de movimiento en sus obras. Se supone que la figura se destaca y que el fondo contribuye a potenciar esta percepción óptica. Pero ambos luchan por ocupar un lugar primordial. Marita García acompaña la muestra con un texto donde señala: “La lectura figura-fondo es el asunto central en las obras que Gilda presenta en esta exposición. Filosa, evasiva, oblicua nos enfrentan precisamente a este problema: ¿es la superficie negra la figura? ¿es el plano blanco el fondo? ¿o es al revés? Ni lo uno ni lo otro. Son formas en tensión, en lucha por no constituirse ni en fondo ni en figura, por mantenerse ambas “adelante”.

En la siguiente sala se presenta la muestra “Distante”, título que describe la característica primordial de esta serie de pinturas donde la percepción visual está afectada por las diferentes distancias que separan los cuadrados y rectángulos estratégicamente ubicados dentro del campo pictórico. Todos los cuadros poseen formatos cuadrados o rectangulares y configuran obras muy similares pero distintas a la vez.

La simplicidad de las formas y una quietud inicial reciben al espectador y, en la misma medida que el contemplador se involucra, reaparece la tensión enervante que genera la ilusión del movimiento. La figura y el fondo no son estáticos, tienden a intercambiar sus lugares. El fondo puede convertirse en figura y la figura en el fondo, siempre y cuando el espectador descubra este juego. Entretanto, en la serie “Distante”, predominan los negros y una variada gama cromática de los azules, aunque hay verdes, rojos, amarillos y rosados con tonalidades naranjas. En su texto crítico, la artista Leticia Obeid nombra algunas artistas que “Gilda mira y admira”: Carmen Herrera, la primera. “Loló Soldevilla, Zilia Sánchez, Lía Bermúdez. O la literatura de Carson McCullers que, según dice, le mostró que la soledad permite ver mejor los detalles”. Pero más allá de los soportes teóricos, la reiteración del movimiento aparece en las pinturas como una potencia vital, producto de la sensibilidad.

Luego, se abre un nuevo capítulo con las transparencias y el quehacer de Picabea, que arrastra la tradición del óleo desde un pasado lejano. La obra se consolida y crece con el recuerdo de la pintura, sobre todo si al ver las imágenes acude a la memoria del espectador la marea de recuerdos que acarrea el inconsciente estético. Recién entonces, aquel que mira, vivirá la experiencia del festín de la pintura.

Picabea estudió en la Escuela Prilidiano Pueyrredón y se formó con maestros como Susana Schnell, Karina Peisajovich, Cynthia Kampelmacher y Tulio de Sagastizábal. Pero su arte rinde cuenta de su parentesco con el fecundo movimiento abstracto que surgió en Buenos Aires en el año 1944, con Carmelo Arden Quin, Tomás Maldonado, Edgar Bayley, Alfredo Hlito, Lidy Prati y Tomás Maldonado, entre otros. En efecto, desde hace poco más de una centuria -con diversos matices y elementos visuales más o menos contaminados- nuevas generaciones de artistas mantienen viva la abstracción.

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