7 de septiembre 2007 - 00:00

Obviedades con humor televisivo

«Un peso, un dólar» intenta pintar satíricamante los 90 y termina costándole noventaminutos de gritos, subrayados obvios y humor de TV al espectador desprevenido.
«Un peso, un dólar» intenta pintar satíricamante los 90 y termina costándole noventa minutos de gritos, subrayados obvios y humor de TV al espectador desprevenido.
«Un peso, un dólar» (Argentina, 2007, habl. en español). Guión y dir.: G. Condron. Int.: C. Sily, A. Politti, Cutuli, U. Dumont, M. Amigorena, M. Paolucci, M. Amigorena, Q. Dumont, L. Damonte, P. Condron.

La historia ya es sabida: un simple con ambiciones sigue los consejos de un pícaro con pretensiones, y termina peor que antes. Para el caso, un infeliz que anda en malas compañías pide el retiro anticipado, se pone un negocio gastronómico, lo comen los amigos, los impuestos, la devaluación, etc., y termina de remisero en un auto ajeno. Nadie reclame que le contamos el final, porque la película empieza, precisamente, por el final.

Nadie reclame tampoco demasiada originalidad de enfoque, ni de tratamiento, ni siquiera un chiste demasiado nuevo. Cuanto mucho, podría decirse que ésta es una sátira sobre el homo economicus nacional que intenta pintar los '90, como la recordada «Plata dulce», de Fernando Ayala, evocaba en 1982 los años de «la tablita», o el hoy olvidado telefilm «Yo tenía un plazo fijo», de Emilio Boretta, evocaba, con inmediatez, la crisis del '89. No está mal que se hagan sátiras. El problema es que la primera era realmente buena, con un director, dos guionistas (Oscar Viale y Jorge Goldenberg) y un elenco notables, la segunda era bastante floja, y la tercera, que ahora vemos, califica como la segunda, por decir algo amable.

Todo subrayado, gritado, obvio, de humor televisivo cualunquista, y hasta con la sospecha de algún pequeño descuido en la ambientación de época (el modelo de celular que por ahí aparece), «Un peso, un dólar» termina costando noventa minutos. En resumen, película indicada sólo para sociólogos, estudiosos de los derivados del grotesco criollo, y gente que sepa apreciar el humor de Coco Sily, un actor que acaso podría rendir más, con un libreto más cuidado.

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