18 de enero 2007 - 00:00

Personajes tristes en busca de un guión

Jude Law, en lugar de mirar a Juliette Binoche, parece estar esperando que el director loanime un poco.
Jude Law, en lugar de mirar a Juliette Binoche, parece estar esperando que el director lo anime un poco.
«Violación de domicilio» («Breaking and Entering», EE.UU., 2006; habl. en inglés). Dir.: A. Minghella. Int.: J. Law, J. Binoche, R. Wright Penn, M. Freeman, R. Winstone y otros. 

El cine de Anthony Minghella, cuyo afortunado y oscarizado «El paciente inglés» lo ubicó hace una década como un cineasta a tener en cuenta, sigue desde entonces sin dar con una historia que lo vuelva a justificar. «Violación de domicilio» se origina en un guión suyo, tal vez lejanamente influido por aquel film donde mezcló culturas opuestas y personajes en crisis de identidad. Pero ahora el marco es distinto (no hay más exotismo que el de un grupo de inmigrantes marginales en Londres), y el interés dramático es notoriamente inferior.

Además, y pese a haber trabajado con dos de sus actores favoritos, Jude Law («El talentoso señor Ripley», «El regreso a Cold Mountain») y Juliette Binoche (la enfermera en «El paciente...»), ninguno de ellos parece cómodo con sus papeles. Law, como el arquitecto que se instala en uno de los barrios más peligrosos de Londres, King's Cross, al que van a cambiarle la cara, se excede en frialdad; quizá su personaje lo requiere, pero no tanto. Peor Binoche: le toca interpretar a una sufrida refugiada bosnia, reñida con su historia, dilema que no llega a superar al de la propia actriz de habla francesa, obligada a hablar inglés con acento de Sarajevo. Por momentos hasta recuerda las parodias de Juana Molina. El detonante del conflicto es el pillaje de un grupo de pequeños delincuentes (uno de ellos, el hijo de Binoche en la ficción), que asaltan más de una vez el estudio que el arquitecto, junto con su socio, establecieron en el riesgoso King's Cross. En el primer atraco, Miro, el chico en cuestión, se lleva la laptop de Law, que no sólo es su instrumento de trabajo sino que en ella, a través de fotos y textos, tiene un compendio de casi toda su vida familiar con su mujer Liv (Robin Wright Penn), otra inmigrante pero de la rica Suecia, y madre a su vez de una adolescente anoréxica.

La ecuación de «computadora robada igual a vida robada» es bastante más obvia que algunos pasajes del desarrollo de la historia, que no deja de tener, pese a todo, momentos de interés. Y no tanto por el conflicto central -las crisis familiares y de identidad-, sino más bien por la aparición de personajes secundarios, que animan subtramas atractivas, como la de la prostituta que tiene a mal traer a Law, o la de la historia del socio y su empleada negra. La ficción que arma el arquitecto, que -en principio- se vale de Binoche para llegar a su PC pero termina descubriendo cosas más interesantes en el proceso, se merecía un tratamiento más apasionado, más astuto, menos flemático.

M.Z.

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