«Jack el destripador» Libro: M. Taccagni. Mús. Orig.: J. Rodó. Dir. Mus.: A. Mahler. Dir. Gral.: D. Suárez Marzal. Int.: J. Rodó, G. Dufour, P. Toyos y otros.
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El más famoso asesino serial protagoniza este «thriller musical» con atributos de un monstruo moderno. En su debut como compositor, Juan Rodó decidió recrear las andanzas de Jack el destripador, ahora convertido en un aristocrático psycho killer.
El duque Ray Lusk (interpretado por el mismo Rodó) enloquece a consecuencia de una catástrofe familiar. Su madre adúltera da a luz un hijo extramatrimonial ante lo cual su marido muere del disgusto. Traumatizado por estos episodios, Ray sufre diversos brotes psicóticos hasta convertirse, a los 35 años, en el perfecto asesino.
A diferencia de los personajes que interpretó bajo las órdenes de Pepe Cibrián y Angel Mahler (en particular Drácula y Dorian Gray) su Jack resulta demasiado brutal y explícito, casi incompatible con el perfil de héroe romántico que intenta adosarle el libreto de Mariano Taccagni.
En términos musicales, Rodó parece repetir el modelo impuesto por Cibrián y Mahler con resultados más bien pobres. Algunos duetos abusan de los clichés del cancionero romántico, pero al menos permiten que los personajes vibren con mayor intensidad en las escenas «dramáticas», con muy buenas interpretaciones de Giselle Dufour (Melissa), Dorisa Garufi (su adorable abuela), Alejandro Vázquez (el joven que enamora a Melissa desatando la furia del duque asesino) y el propio Rodó, cuya expresión viril y torturada domina la escena al igual que su imponente voz. Su mera presencia logra compensar la debilidad del personaje. Pese a estas objeciones la historia se sigue con interés en su abundancia de intrigas.
El director y régisseur Daniel Suárez Marzal tuvo la astucia de disimular las contradicciones y tosquedades del libreto y de sus canciones apostando a una estética «gore». Los excesos sangrientos del personaje rozan el delirio. Se ven gargantas tajeadas, racimos de vísceras, chorros de sangre circulando a través de tubos y bidones de laboratorio, e incluso en algún momento el asesino recorre la platea amenazando al público con su bisturí.
Ya en un plano más metafórico, Suárez Marzal recurrió al tema del doble (el duque mata poseído por su hermano diabólico) y subrayó el contraste entre Eros y Tánatos: el amor y la energía vital amenazados por la descontrolada presencia de la muerte. Pero todo está dicho a puro trazo grueso: desde el humor revisteril que campea en el prostíbulo hasta la escalofriante escena final.
En los rubros técnicos se destaca el vestuario de Mini Zuccheri tanto en la lúgubre escena del funeral como en la suntuosa indumentaria de la heroína que se aproxima a su fin vestida de rojo. La renovada sala del teatro Liceo funciona como la más exquisita de las escenografías.
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