El tema dominante de la muestra de Tellería es la muerte, pero la espectacularidad de sus obras no alcanza a provocar emoción. La relación de la artista con la pasión, el suicidio y la muerte es fría y distanciada.
La muestra de la joven Mariana Tellería (1979) que desde la semana pasada exhibe la galería Ruth Benzacar se llama "Los Ángeles". Lejos, sin embargo, de evocar a esos seres celestiales, las obras se asemejan más bien a los restos dispersos que deja un vendaval después que arrasó con todo. Al ingresar a la sala se divisa el esqueleto de un inmenso paraguas. La gigantesca estructura negra sorprende en medio de una sala de arte (a lo Duchamp) por su pretensión estética, pero también por el considerable cambio de escala. La dimensión alterada del paraguas depara el encuentro con algo inesperado, provoca un efecto que se asemeja al que causa la contemplación de las enormes arañas de hierro negro de Louise Bourgeois. A partir de esta obra, la convocatoria de la artista rosarina, su llamado a Los Ángeles se torna menos explícita. ¿Es acaso un pedido de ayuda para contrarrestar la catástrofe?
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La catástrofe es una presencia real. Está en todas las obras, desde el destartalado paraguas hasta las bandas negras que recorren la galería. Las cintas elásticas cruzan la sala, marcan las tensiones y sujetan, entre sus idas y vueltas, los cuernos de un ciervo.
En el espacio de la exposición, Tellería despliega con habilidad y en tres dimensiones las líneas de sus dibujos, nítidas y oscuras. Luego, frente a una de las paredes colocó una serie de paneles que configuran un largo pasillo, allí vuelve a mostrar la fuerza de sus estudiados y pulidos diseños. Sobre las superficies de los paneles hay fotografías ploteadas que representan paredes descascaradas, y sobre los deteriorados muros aparece una serie de pinturas donde se puede intuir el relato de los motivos del desastre. Las imágenes con personajes ahogados traen el recuerdo del llamado Bosque de los suicidios. Aokigahara o el Mar de árboles del Monte Fuji en Japón, es un bosque en cuya historia se entretejen los dramas del presente con los de un remoto pasado, un sitio especialmente poblado por la muerte y los demonios de la mitología. En la muestra, además de las pinturas, hay elementos (ramas, huesos, piedras, cañas, pajas) que cuelgan como extraños frutos y recrean el bosque. La realidad y la ficción se cruzan en la narración. Allí, en ese bosque vagaban como fantasmas las almas de los niños y ancianos abandonados durante las grandes hambrunas. El suicidio de los amantes en ese lugar se convirtió en tema literario. En el año 1993 Wataru Tsurumi publicó "El completo manual del suicidio", una guía donde recomienda el bosque para quitarse la vida. Y los suicidios aumentaron desde entonces.
El crítico Claudio Iglesias, destacó hace unos años al hablar del arte de la artista rosarina que, "se pone automáticamente en línea con los desarrollos del 'conceptualismo sensible' de artistas como Gabriel Orozco o Jorge Macchi: una poética que, amén de sus distintos matices, confía en reunir el máximo grado de familiaridad con el mínimo de acción por parte del artista, capaz de convertir un elemento de la vida corriente en un verdadero 'objeto anómalo'".
Desde luego, el tema dominante de la muestra de Tellería es la muerte, pero la espectacularidad de sus obras no alcanza a provocar emoción. La relación de la artista con la pasión, el suicidio y la muerte es fría y distanciada. La tragedia de Tellería se reduce a la perfección del escenario, en la exhibición falta el pathos, el desgarramiento existencial que provoca el deseo de la muerte.
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