«Viaje por el cuerpo» (Argentina, 2000, habl. en esp.). Dir.: J. Polaco. Guión: J. Polaco, I. Fournery, sobre pieza teatral de H. Rivas. Int.: M. Marcilla, Guadalupe, I. Fournery, A. Blanco, M. Carranza.
El contenido al que quiere acceder es exclusivo para suscriptores.
A cuatro años del controvertido grotesco de «La dama regresa», ahora regresa su autor, Jorge Polaco. Más específicamente, vuelve al cine de sus comienzos, algo que varios seguidores venían esperando, y otros cuantos espectadores venían temiendo. Con él, no hay términos medios. Tampoco pueden establecerse parámetros estándar: a nivel artístico, una película suya no es ni buena ni mala, es «una película de Polaco».
Eso, a nivel artístico. Pero en otros aspectos los parámetros son más claros: espectadores que quieran ver una película de lo que a mucha honra se llama buen gusto, abstenerse.
De todos modos, hay que aclararlo, éste que vuelve parece un Polaco más asentado, más sencillo, menos enervante que otras veces, como si estuviera tratando de reiniciar un diálogo. Dios nos libre por la comparación, pero lo suyo recuerda un ensayo del viejo crítico mexicano Emilio García Riera, «Los tres pasos de la megalomanía», señalando cómo David Ward Griffith primero hizo una presentación ostentosa de sí mismo, luego pretendió ofrecer una onerosa cosmovisión propia, y, ante el rechazo del público, se refugió en un relato intimista de pobres víctimas, que en cierta forma oficiaba de metáfora sobre el propio autor, dolido por la supuesta incompresión general.
Teatro
Para el caso, lo que va de «Diapasón» y «En el nombre del hijo», a los provocativos cuadros de conjunto que culminaron con «La dama...», hasta derivar en este «Viaje por el cuerpo». Que es, en lo exterior, la adaptación de una pieza de teatro under, «Durero», sobre el encuentro de un fotógrafo de desnudos, pero virgen y reprimido, y una bailarina huérfana y ciega, mayor que él (señalable y agotador trabajo de Guadalupe, en un estilo de actuación realmente incómodo tanto para la actriz como para el público desacostumbrado).
El cineasta los hace suyos, casi como partes de su propio cuerpo, y su propio discurso. La madre represora, un par de alegres viboritas, los escenarios decadentes, forman una parte de ese discurso. La otra parte, está en una viejita que el protagonista encuentra siempre en los trenes, brindando una sonrisa, y un raro consuelo. Un plano de ella recuerda, de pronto, el primer plano de «Diapasón», con el mismo Polaco junto al protagonista, como si algo inconscientemente se cerrara. «Es un Polaco auténtico», celebran sus seguidores.
Dejá tu comentario