8 de octubre 2007 - 00:00
El fracaso de la guerrilla boliviana
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LAS DUDAS RAZONABLES
Según los documentos oficiales bolivianos, el 10 de octubre se practicó la autopsia; el certificado de defunción, que no precisa la hora del deceso, enumera las heridas recibidas por Guevara: una en la región clavicular derecha y otra en la izquierda; una en la región costal derecha y dos en el lateral izquierdo, una en el pectoral izquierdo, entre las costillas novena y décima; una en la pierna izquierda y otra en la derecha; una en el brazo derecho que le destrozó el cúbito. En total, nueve tiros, cuatro de los cuales quedaron en el cuerpo y cinco salieron de él.
El precario informe, que tampoco señala el calibre de las balas, justifica la muerte por las heridas del tórax y la hemorragia consecuente; niega, de esta manera, el famoso impacto en el corazón. La tardía emisión del comunicadb faculta para suponer que la censura del ejército se aplicó a estos papeles; los militares, finalmente, añaden un cuento sobre la batalla del Yuro.
"Ernesto Guevara cayó en poder de nuestras tropas gravemente herido y en uso pleno de sus facultades mentales. Fue trasladado a la población de Higueras el domingo 8 [de octubre], a las veinte horas, donde falleció a consecuencia de sus heridas." El texto salta de inmediato al día posterior, cuando el cadáver es trasladado en helicóptero al hospital Señor de Malta, en Valiegrande, y pasa por alto una declaración de José Martínez Caso, uno de los dos médicos que examinaron los restos de Guevara en el Señor de Malta y firmaron el acta de defunción (el otro: Abraham Battista): "Cuando llegó a Vallegrande, hacía apenas cuatro o cinco horas que el cuerpo había dejado de existir".
Esto es, desde el domingo 8 a las 20 horas, hastael lunes 9 al mediodía, hora de la muerte según el doctór Martínez (él observó el cadáver hacia las 17 del lunes; puesto que el deceso databa de "cuatro o cinco horas antes" debió ocurrir entre las 12 y las 13), corre un lapso de 16 horas que el ejército ignora. Es que para el comandante en jefe de las fuerzas armadas general Alfredo Ovando, y sus subalternos, el episodio está cerrado a cal y canto, así que basta de conjeturas. Sin embargo, no se trata de conjeturas sino de "dudas razonables":
Durante la conferencia del coronel Zenteno Anaya, los periodistas no se explicaron la indignación que lo agító cuando le preguntaron sobre la posibilidad de que Guevara hubiese sido " rematado". La semana pasada, cuando el doctor Martínez Caso revelaba la hora aproximada de la muerte del Che (12 a 13 del lunes 9), "Primera Plana" recordó que el mismo coronel Zenteno Anaya víajó a Higueras en la mañana del 9. En conseçuencia, Zénteno vio con vida al jefe guerrillero. De acuerdo con las sospechas, si Guevara fue "rematado", el coronel Zenteno Anaya, si no el ejecutor, pudo haber sido el responsable de semejante acto, como oficial al comando.
La revista "Así", de Buenos Aires, obtuvo las confesiones de cuatro soldados heridos en el combate del Yuro, quienes denuncian al teniente Gary Prado como "el ajusticiador de Guevara". Las autoridades militares desmintieron con indignación esas acusaciones; quienes conocen al coronel Zenteno y al teniente Prado, descreen de una acción personal de ambos, pero no de su sentido de la disciplina para cumplir las órdenes impartidas por el general Ovando, quien, casualmente, llegó a Vallegrande poco antes de que el cadáver de Guevara aterrizara en las patas de un helicóptero recién traído de Higueras En todo caso, nadie duda en Bolivia de esta tesis: las Fuerzas Armadas no querían tener en sus calabozos a otro Régis Debray, por más importante que fuera.
El enojado coronel Zenteno, quien -según parece- pronto será ascendido a general, cumplió diez años de casado el jueves último. Su estricto bigote estuvo nervioso durante tres días, y sólo recobró la naturalidad cuando el militar se despidió, el viernes 13, de un lógicamente escéptico Roberto Guevara; el hermano del Che regresaba a la Argentina sin haber podido ver el cadáver, ya incinerado. Pero al irse Guevara, Zenteno tornó a recalar en la impotencia: "No puedo decir quién dio la orden de cremar el cuerpo".
El médico Martínez -un hombre de vasta frente-, para quien no pudo haber incineración en Valle-grande por falta de elementos adecuadosaportaría el último dato sobre el destino del guerrillero: "En ia madrugada de1 miércoles 11 lo cargaron en un camión militar y lo sacaron del hospital". Una siniestra versión, que no todos propagan como versión sino como certeza, dice que los restos del Che fueron embarcados hacia Panamá, donde hoy reposan.
Algunos sensatos observadores sugerían que apenas el gobierno boliviano insinuase la muerte de Guevara, Fidel Castro aceptaría inmediatamente la propuesta. Tardó seis días en transigir: "Las fotografías son absolutamente verdaderas y el Diario es absolutamente verdadero", admitió en Habana este hombre que nunca vio el cadáver y que conoce el Diario a través de algunos fragmentos. Luego, el primer ministro se excusó ante la familia del Che, que no acepta la muerte, por no poder "ocultar esta triste verdad"; y más tarde, asombrosamente, se declaró convencido por las informaciones de la prensa, y eso que toda la prensa era "capitalista".
Bastante más encaminado estuvo Castro al referirse a los desertores, "esos traidores de siempre que cuando caen en poder del enemigo revelan todo lo que saben". Muchos izquierdistas latinoamericanos se preguntan cómo Guevara quedó aislado, cómo no lo ayudaron, si hacía más de un mes que la guerrilla estaba aniquilada. Otros, apretando los dientes, ni siquiera preguntan, se limitan a repetir una frase premonitoria escrita por Ramón en su Diario el día en que el ejército liquidó a Roberto Coco Peredo: "Esto parece que se acaba".
EL REVES DE LA TRAMA
El 23 de marzo, en Ñancahuazu, en una región abrupta y caprichosa, un soldado boliviano lloraba a gritos: "¡Hermano, han hecho leña de nosotros!". Acababa de estallar la guerrilla con sus primeros siete muertos.
A pesar del éxito inmediato, el movimiento nació cuatro meses antes de lo debido. Fue un error del segundo jefe, del lugarteniente de Ramón: el cubano Marco. Tal vez sorprendido, inició una campaña en un sitio donde, según los planes, debía terminar. Todavía estaban reclutando efectivos, mejorando los sistemas de comunicaciones, ampliando los centros asistenciales, perfeccionando la logística, fortaleciendo los arsenales.
Ñancahuazu sería una retaguardia con un abastecimiento sin fallas; la guerrilla debía comenzar donde Ramón encontró la tumba, del otro lado del Río Grande, cerca de Santa Cruz. El proceso se invirtió, el resultado fue negativo.
La aritmética no rige a la guerrilla y Ramón lo sabía. Por ese motivo, el comandante Marco fue degradado a soldado raso y el Coco Peredo pasó a convertirse en el comandante boliviano del movimiento. Sin embargo, para Guevara, Bolivia era apenas una cabecera de puente para saltar hacia su verdadero objetivo: la Argentina.
Cuando entró en Bolivia aseguró en carta a un amigo: "De aquí no me salgo si no es con las patas para arriba". El proyectaba dos años de guerrilla severa y triunfante; después, con 50 hombres, se internaría en la Argentina. La precipitación (o el deseo de gloria) de Marco deterioró todos los planes, la máquina publicitaria; tampoco funcionó a su debido tiempo un transmisor de radio de enorme potencia y así fracasó el reportaje que Debray debía lanzar desde París, con la voz del Che y sus proclamas.
Ahora que todo está perdido, aparecen otros errores, tan ingenuos como garrafales. Sin duda, la propagación de la guerrilla no es inmediata, pero al fin los campesinos deberían rendirse ante el sueño de la reforma agraria y una justa distribución de las riquezas. Ese es el programa de algunos ideólogos, pero no parece útil para Bolivia, donde el gobierno de Paz Estenssoro, una década atrás, esbozó una reforma agraria. ¿Qué podía ofrecer la guerrilla boliviana al campesinado que no tiene patrón? ¿Mejoras, alfabetización? Es lo mismo que ofrece Barrientos, a quien adoran los labradores. El campesino boliviano no entiende de otra revolución, y tal vez por eso mismo los guerrilleros, como los tíos ricos o el Tesoro norteamericano, sólo estaban en condiciones de brindarle dinero en abundancia (disponían de vastos fondos).
Claro que tampoco el dinero interesa al campesino boliviano: vive completamente aislado, no conoce placeres; su actitud de constante delación de los guerrilleros se justifica en un principio práctico: la represalia militar es más feroz que la simpatía o los billetes de Banco de los sediciosos.
Se atribuye al Che, en 1965, una frase sintomática: "Las revoluciones liberadoras no tienen por qué llevar un signo obligado". Desde Cuba, sus disidencias con el comunismo ortodoxo son notorias: de ahí su alejamiento (voluntario, según ciertas fuentes; forzoso, según otras), su paso por el Congo y, tal vez, su quimera de reproducir en un país totalmente distinto en geografía, clima y gente, las hazañas de 1956-1958 en Sierra Maestra; su voluntad de demostrar cuanto enseñaba su famoso manual de guerrillas; su peligroso, vesánico anhelo de que América rebosara de Vietnams. En Bolivia, el Partido Comunista está escindido en tres tendencias: la rusófila, la chinoísta y la castrista, esta última líderada por los hermanos Peredo. Al principio, la línea moscovita alentó la guerrilla, luego se apartó de ella, acaso la delató, y terminó reprobándola. Hoy, en Bolivia, ya no hay guerrilla; la fracción pequinesa naufraga en la indigencia y sólo llueve la propaganda del ala rusófila, revitalizada y compañera de ruta del presidente Barrientos.
Es cierto que, gracias al Diario de Ramón, el ejército posee ahora un preciso detalle de los sediciosos y sus acciones. Sin embargo, no necesitaba tan valioso documento: en la guerrilla pululaban los espías. Es que la mayoría de sus integrantes eran mercenarios, simples aventureros atraídos, por la aventura y la seguridad de una paga.
Extraña que la experiencia del Che no le haya servido para insuflar una mística a sus hombres.
El ejército boliviano conocía los usos y costumbres de Ramón, sus horarios, cada una de sus actitudes. Sabía, por ejemplo, que prefería dormir sentado (cosa habitual en los asmáticos), que tenía un solo servidor, invariablemente el Coco Peredo, quien le cuidaba la espalda, le sazonaba la comida y prestaba guardia mientras Ramón leía, escribía o satisfacía sus apuros fisiológicos. Ramón casi no hablaba con el resto de su tropa, sólo daba órdenes secas y frías. Apenas Joaquín ( comandante en Cuba), Tania, cuatro o cinco cubanos, los médicos y tres bolivianos tenían un contacto intenso con él.
Tampoco ignoraba el ejército que Guevara disponía de un doble, Tuma, caído en combate. Los guerrilleros casi siempre se llevaban a sus muertos y los enterraban posteriormente (el encargado de las pompas fúnebres era El Negro, un cubano de 1,93 de estatura); pero el cadáver de Tuma no pudo ser arrastrado, por el infierno de la batalla. Los insurgentes, entonces, para eliminar la evidencia, le cortaron las manos y lo decapitaron. Los soldados regulares sólo encontraron un despojo monstruoso.
DE ESPALDAS A LA REALIDAD
El aislamiento que ejercía Guevara favoreció enemistades dentro del movimiento. Los cubanos, que sólo usaban a los bolivianos como agentes de transporte o combatientes, tradujeron unas máximas quechuas del Imperio incaico, tal vez las más ofensivas para un boliviano, y las esgrimían como moneda corriente. Son éstas: ama sua (no robes), ama llulla (no mientas) y ama kella (no seas cobarde). Además, si bien todos comían de la misma cocina, cuando se compraban alimentos únicamente los cubanos gozaban de ellos. Tal vez en estos hechos se originen muchas de las delaciones.
Hasta la semana pasada, el ejército dice haber contado los cadáveres de 33 guerrilleros; los insurgentes quedaron reducidos a media docena. Estos 39 hombres, según la contabilidad militar, pertenecían a las siguientes nacionalidades: 19 boivíanos, 16 cubanos, 2 argentinos, 2 peruanos. Todos ellos, hace ya tres meses, se hallaban registrados y dibujados en los archivos de las Fuerzas Armadas. Guevara, embriagado de violencia, o de romanticismo, o de sed de justicia, o de desaliento vital, nunca prestó atención a la contrainteligencia, a las traiciones; en suma, dio la espalda a la realidad.
El día anterior a su muerte escribió en el Diario: "Cumplimos 11 meses dc guerrilla, sin complicaciones". ¿Sin complicaciones? El 7 de octubre eran poco más que 15 harapientos, cercados, sin municiones, descalzos. ¿O acaso Guevara estaba bromeando, como parecía estar bromeando con ese rictus irónico que reveló su cadáver en la sórdida pileta del hospital Señor de Malta? También es posible. Tiempo atrás había sentenciado: "Cuando se lucha, la muerte es bienvenida, siempre que nuestro grito de guerra haya llegado a un oído receptivo". En Bolivia, no hay oídos receptivos.
(R.G.)
(«Primera Plana», N° 252, 24 de octubre de 1967)
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