Las situaciones de descontrol y agresividad que se viven a diario, especialmente en aquellos sitios que reúnen a nuestros adolescentes, obligan a una serie de reflexiones que, como padre, exdeportista y exentrenador de rugby, quisiera proponer a través de este espacio.
No es el deporte, es la educación
Las situaciones de descontrol y agresividad que se viven a diario, especialmente en aquellos sitios que reúnen a nuestros adolescentes, obligan a una serie de reflexiones que, como padre, exdeportista y exentrenador de rugby, quisiera proponer a través de este espacio.
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Fernando Báez Sosa junto a sus padres.
Para empezar, vale la pena enumerar los factores, situaciones y actores necesarios para la existencia de estos desmanes y/o actos delictivos: consumo masivo de alcohol y drogas, bocas de expendio de bebidas alcohólicas y boliches, y concentración masiva de público en tiempo de fácil descontrol como suelen ser los períodos vacacionales.
En el podio de los responsables se ubican los padres de esos adolescentes que no han respetado y mucho menos ejercido las reglas básicas de convivencia (entre otras, la honestidad, el trabajo, el respeto a las normas y, por ende, a las autoridades), predicando en cambio la cultura de la denominada “viveza criolla” como base de la educación de sus hijos. En consecuencia, el ejemplo transmitido se absorbe por el camino más corto, por la veneración, y es allí donde aparece la inexistencia de límites para alcanzar el pedestal social.
Los otros grandes responsables son las autoridades nacionales, provinciales y municipales, que reaccionan (tarde) cuando suceden los desmanes echando mano a remanidas frases como: “Hay que educar”, “Son adolescentes”, “Tomaremos medidas”, etcétera. Pero nunca actúan preventivamente en tareas de presencia y vigilancia en aquellos lugares que tienen perfectamente identificados.
Con idéntica responsabilidad aparecen los propietarios de boliches, que hacen su negocio de manera inescrupulosa, promoviendo el consumo de alcohol y drogas con ambientaciones sonoras (música a alto volumen), exacerbando la euforia de adolescentes trasnochados.
Los penosos sucesos que hemos visto en estos días en la costa atlántica expresan, en gran medida, la síntesis de nuestras carencias como sociedad.
Las playas invadidas durante todo el día por grupos de adolescentes portando bebidas alcohólicas y equipos de música que “comparten” a altos decibeles suelen terminar en peleas y agresiones, que incluso involucran a turistas ajenos a esos grupos que ante la arbitrariedad de los jóvenes deciden intervenir pidiendo límites a las transgresiones, recibiendo muchas veces como respuesta una violenta reacción.
Dentro de los boliches, en tanto, grupos de adolescentes que llegan alcoholizados y drogados se provocan entre sí y terminan expulsados a la calle por “patovicas” que, en lugar de buscar disolver el enfrentamiento, los invitan a continuar esa batalla fuera del local que termina, como en el aberrante caso de Villa Gesell, con Fernando Báez muerto.
A la hora de la individualizar a los responsables los medios hablan de “grupos en manada de rugbiers”, y nuestra sociedad facilista consume esa calificación que, suponen, justifica el monstruoso proceder. Debemos tener mucho cuidado con esta metodología de individualización y calificación porque, si usáramos idéntico criterio, podríamos decir hordas constituidas por jugadores de ajedrez (el juego es de ataque y defensa), ping pong (se pega a la pelotita para atacar y defender), etcétera. Expresar que el rugby enseña la cultura de la agresión es desconocer absolutamente el mundo de este deporte. Comencé a jugarlo a los 9 años y hoy a los 78 años sigo vinculado a la actividad y nunca constituimos “manadas”, mucho menos para atacar o matar. Los valores y el espíritu del rugby nada tienen que ver con las infinitas elucubraciones de los últimos días.
Nuestra sociedad no quiere admitir la palabra “delincuente” que es la correcta definición que le cabe a los culpables de estos penosos hechos y elude así asumir la incapacidad para educar y poner límites. Estos chicos no son “rugbiers” ni “hijos del poder”. Son los hijos de una sociedad que vuelve a caer en lugares comunes, prejuiciosos, abriendo una nueva e innecesaria grieta.
(*) Exjugador Rugby Club Los Matreros, exmiembro Unión de Rugby de Buenos Aires.




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