14 de noviembre 2018 - 11:49
Generación del smartphone, menos rebelde y psicológicamente más frágil
Son los nacidos después de 1995, los primeros que vivieron toda su adolescencia en la era de los teléfonos inteligentes. Una experta afirma que al pasar mucho tiempo frente a las pantallas, son más inmaduros y propensos a la depresión.
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Jean Twenge: Cuando estudiamos los cambios generacionales en períodos largos, vemos que tardan mucho tiempo en ser visibles, por ejemplo, una o dos décadas. Pero a partir de 2011/2012, comencé a ver cambios más repentinos, como grandes incrementos de la cantidad de adolescentes que dijeron sentirse solos o excluidos o que creían que no podían hacer nada bien, que su vida no servía para nada, todos síntomas clásicos de depresión.
P.: ¿Cómo se manifestaron esos síntomas?
J. T.: Los síntomas depresivos aumentaron un 60% en solo cinco años, con índices de autolesiones, como cortarse, que se han duplicado o incluso triplicado en las niñas, y de suicidio de adolescentes que se ha duplicado en pocos años... Justo en el momento en que los teléfonos inteligentes se volvieron comunes, cuando la proporción de estadounidenses que tienen uno superó el 50%, se comenzaron a manifestar estos problemas de salud mental. Podría decirse que esto es solo una coincidencia, pero no hubo otro evento en ese momento para explicar estos cambios y su aceleración. Y sabemos, después de décadas de investigación, que dormir o ver a los amigos es fundamental para el equilibrio mental, pero pasar horas y horas frente a una pantalla, no. Hoy en día, los adolescentes estadounidenses pasan de seis a ocho horas al día en las redes sociales. No son las pantallas en sí mismas el problema, es el hecho de que reemplazaron otras cosas, lo que parece haber llevado a estos problemas de salud mental.
P.: ¿Qué consejo daría a los padres?
J.T.: En definitiva, esta es una buena noticia porque muchas de las cosas de las que dependen la felicidad y la salud mental están ahora bajo nuestro control. No podemos cambiar los genes con los que nacimos ni resolver la pobreza con un chasquido de dedos, pero podemos controlar cómo ocupamos nuestro tiempo libre y podemos ayudar a nuestros hijos a hacerlo. Los estudios abogan por limitar las redes sociales a un máximo de dos horas por día para adolescentes. Es un buen equilibrio para aprovechar las redes sociales y el smartphone sin los inconvenientes, que son considerables. Para los más pequeños, si creemos que nuestro hijo necesita un teléfono, podemos darle uno sin internet y, por lo tanto, sin todas esas tentaciones.
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