25 de enero 2007 - 00:00

Gabinete "marcó" marxistas, pero no dio orden de matar

El abogado Gustavo Caraballo fue secretario técnico de la Presidencia con Juan Perón en 1973 hasta su muerte. Sufrió persecución, cárcel y exilio por esas responsabilidades y recordó detalles de las historias y leyendas que refluyen hoy con la apertura de causas por la actuación de la Triple A. Lo hizo en un reportaje a la revista «Debate» y pone luz sobre un episodio importante de ese proceso: la reunión de gabinete en la cual, según algunos declarantes en la causa contra María Estela de Perón, se «marcó» gente. Según Caraballo, fue una reunión en la cual la SIDE mostró diapositivas de personajes de ideología marxista que debían ser expulsados del gobierno. Caraballo dice que nunca se habló de órdenes de matar a nadie. El mismo admite que cuandose produjeron algunas muertes, quedóclaro que había un sector del gobiernoperonista de entonces que podía estardetrás de esos delitos, de los cuales cree no tendrían conocimiento ni responsabilidad Juan ni «Isabelita» Perón. Veamos lo principal de ese reportaje a Gustavo Caraballo, que es, además, un abogado de importante trayectoria ligado al grupo Bunge y Born.

José Gelbard
José Gelbard
Periodista: ¿Perón fue el creador de la Triple A?

Gustavo Caraballo: Perón no fue una monjita que descartara el uso de cierta violencia, aunque nunca aceptó el crimen. En una ocasión, mencionó con orgullo, en una reunión a la que yo asistí, cómo había terminado con un par de mitines de la FUBA autorizando a grupos pesados sindicales a desenfundar palos y romper algunas cabezas para responder así a las barras bravas de la FUBA que habían atacado a militantes peronistas.

P.: ¿Hubo reuniones de gabinete para «marcar»?

G.C.: A Perón no lo creo autor de la lista de condenados a ser asesinados ni organizar grupos parapoliciales. Tampoco es verdad lo que dice Eduardo Luis Duhalde acerca de que, en una reunión de gabinete, López Rega mostró en una pantalla los candidatos a ser asesinados y que Jorge Taiana le dijo que advirtiera a Julio Troxler.

P.: ¿Por qué dice eso Duhalde?

G.C.: No atribuyo mendacidad alguna a Duhalde ni al propio presidente Kirchner, a quienes admiro por su decisión de combatir a los represores y defender los derechos humanos (fui huésped del Pozo de Banfield y Puesto Vasco), pues la versión les llegó de cuarta mano (Troxler, Benítez, Taiana) y fue desvirtuada. Benítez, Gelbard y Taiana eran mis únicos aliados en la lucha contra López Rega, por lo que sólo ellos pudieron tener el coraje de plantear la situación.

P.: Pero hubo una reunión...

G.C.: La reunión existió. Pero la exposición no fue hecha por López Rega ni por «Isabel», aunque se hizo frente a ellos y a todo el gabinete nacional, por lo que yo t a m b i é n participé. La charla, con diapositivas, pero sin fotografías, fue hecha por un sujeto incompetente como era el general Morello, a quien se rescató del archivo de retirado y se lo mandó a la Secretaría de la SIDE por ser suegro del jefe de la Casa Militar, el coronel Corral, que en los hechos operó junto al «Brujo» y en contra mía, apartándome del lecho de enfermo de Perón e impidiéndome verlo, pese a que el General lo pedía. La voz en off que menciona el doctor Duhalde no era de López Rega, sino de Morello.

P.: ¿Cómo fue la reunión?

G.C.: En aquella época, la SIDE tenía capacidad para inteligencia interna, pero cualquiera que tenga un mínimo de sentido común no puede suponer que en una reunión de ministros, secretarios y otros altos funcionarios se despliegue un plan de asesinatos.

P.: Usted sostiene que, en esa lista, no estaban ni Silvio Frondizi ni Ortega Peña. ¿A quiénes incluía?

G.C.: En realidad, la lista no fue presentada, por supuesto, como de personas a matar, sino de funcionarios del gobierno supuestamente marxistas, para determinar su alejamiento del gobierno, si el presidente compartía los argumentos. En la lista estaba Troxler, subjefe de la Policía de la provincia, de quien se mencionó su entrenamiento en Vietnam. Otra inclusión era la de Moisés Ikonicoff, director del INAP (Instituto Nacional de la Administración Pública), por sus antecedentes marxistas.

  • Enfasis

    P.: ¿De qué lo acusaban a Ikonicoff?

    G.C.: Lo planteaban con tanto énfasis como si estuviera salvando a la Patria de un peligroso marxista. Lo consulté a Perón y me dijo, con sabiduría, que Ikonicoff, entonces profesor no rentado en la Sorb o n n e , cuando cobrara sus primeros salarios dejaría su marxismo. La única peligrosidad de Iko n i c o f f fue la de ser luego escriba de Menem en la incorporacióna las relaciones carnales y el P r i m e r Mundo o haber aspirado superar en la revista a otros brillantes antecesores de su estirpe como Marcos Kaplan, Adolfo Stray y Tato Bores...

    P.: ¿Quiénes más estaban?

    G.C.: Todos funcionarios de menor grado e ilustres desconocidos. Hubo algunas inclusiones insólitas. Por ejemplo, fue incluido entre esos funcionarios marxistas el director del Consejo de Educación Técnica, un señor Benítez, que se llamaba igual que el hermano de don Antonio, a la sazón ministro de Justicia. El «Negro» no cuestionó el punto en la reunión, y perdimos la oportunidad de descalificar su incompetencia. Confiando en mí, como lo hizo siempre, Benítez me dijo que se trataba de un error, que su hermano no tenía ni la edad ni la militancia en el viejo PC que se le atribuían. A la hora, llamé a Morello y le recriminé el error. Con gran desparpajo, me confesó que se trataba de un homónimo. Le pedí entonces que, en la primera reunión de gabinete, se hiciera cargo del error y pidiera disculpas públicas, especialmente al presidente y al ministro de Justicia.

    P.:
    ¿Qué respondió?

    G.C.: Me dijo que no. Y agregó: 'Che, el que no hace no se equivoca'. Le advertí también que era un error insistir en la remoción de Ikonicoff cuando el presidente ya había rechazado las objeciones de la SIDE, así como la metodología de considerar a alguien peligroso o marxista por un episodio de su vida hace veinte o treinta años. Yo, al llevarle la firma al General al día siguiente, le advertí de la estupidez de Morello, pero no pude conseguir que lo echara pues, para entonces, Corral, su yerno, se había asociado a López Rega y era una yunta difícil de abatir. Pero no creo que esa lista haya sido el índex de la Triple A. Era sólo de funcionarios, y no estaban ni Bernardo Alberte, ni Ortega Peña, ni Silvio Frondizi.

    P.: ¿Qué pasaba con el restodel gabinete?

    G.C.: Era difícil no relacionar eso con el terror que se vivía en la calle. José Gelbard, mi mejor amigo en el gabinete, no tenía mucha más información, aunque también estaba seguro de que todo provenía de López Rega.

    P.: ¿Con quiénes de todos estos personajes tomó contacto en ese entonces?

    G.C.: Una vez me visitó Felipe Romeo para que le diera dinero a su diario «El Caudillo». Romeo era un personaje de terror y de extrema derecha que pedía la sangre de todo zurdo. Decía que el «judeocomunista de Gelbard» le negaba apoyo y que Abras (N. de la R.: Emilio, secretario de Información Pública) no tenía partida. Le dije que yo tampoco. Esa negativa fue suficiente para que la Policía Bonaerense me considerara sospechoso y me delinearan un nuevo perfil ideológico, lo cual era de por sí difícil de sostener: como vincular, por ejemplo, mi relación con Bunge y Born y el PC. Llegaron a preparar una ficha sobre mí que fue publicada en un libelo sobre Gelbard y David Graiver en el que se decía que yo era un miembro importante del Apparatchik soviético, con acceso directo al Kremlin, y que eso no era incompatible con Bunge, pues toda la vida había hecho negocios con la Unión Soviética y había tenido treinta años antes un director comunista.
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