Las personas son seres sociales, eso quiere decir que viven mejor en sociedad, que necesitan del otro y que no son del todo independientes en un mundo en el que casi todas las otras especies si lo son. En este contexto, existen ocasiones en las que en el proceso de socializar, el cerebro puede tender algunas trampas.
Qué revela de tu personalidad olvidarte el nombre de las personas: esto confirma la psicología
Según la ciencia de la psicología, este fenómeno tan recurrente podría dejar al descubierto aspectos ocultos de tu persona.
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Si te olvidas del nombre de las personas ni bien las conoces, la psicología sabe algo sobre vos.
Olvidarse el nombre de la otra persona cuando recién la conoces es una de ellas, porque aunque pueda parecer un problema de atención, tiene más que ver con cómo se procesa y almacena la información en nuestro cerebro. Uno de los experimentos más conocidos sobre este fenómeno recibió el nombre de la Paradoja Baker/baker.
Qué significa olvidarse el nombre de las personas
En la paradoja Baker/baker las personas a cargo del experimento les mostraron la foto de un individuo a dos grupos por separado. Al primer grupo se le dijo que la persona se llamaba Baker (Apellido común en ingles) y al segundo que era un "baker" (panadero).
El último grupo logró recordar esta información con más facilidad mientras que le primero presentó algunas dificultades. Esto dejó al descubierto una problema en cómo el cerebro humano almacena los nombres propios. La memoria retiene mejor conceptos con carga semántica o imágenes mentales como pueden serlo profesiones o actividades, que palabras sin carga significativa como los nombres o apellidos.
Al escuchar que alguien es panadero se activan muchas asociaciones a nivel mental de forma automática, se imagina el pan, el horno, el olor, la panadería. Esto ayuda a que la información se retenga y se almacene, porque es de fácil asociación. Un nombre o apellido propio por lo general es solo eso, no se asocia con nada (a menos de que tengas un conocido que se llame o apellide igual) y por lo tanto, el cerebro lo tiende a descartar rápidamente.
En 1991, los psicólogos Deborah Burke y Donald MacKay postularon una teoría. Su trabajo decía que los nombres propios poseen una conexión más débil entre su forma fonológica (lo que se escucha) y el contenido semántico (lo que significa). Se diferencia de otras palabras como maestro o perro, que automáticamente se asocian con imágenes o emociones. Porque el humano conoce y aprende a través de la experiencia, por lo tanto desconoce lo que no vivió.
Con esto, se llegó a la conclusión de que el cerebro organiza la información de una forma que no siempre se alinea con lo socialmente agradable: prioriza lo que tiene sentido y puede enlazarse con otras ideas, lo que considera que es importante a nivel emocional o para la supervivencia.
A pesar de que se trata de algo natural, se desarrollaron estrategias para mejorar esto. Una es asociar el nombre con una imagen, rima o rasgo distintivo de la persona. También puede ser repetir el nombre varias veces. Esto establece las conexiones de forma manual e intencional, ya que el cerebro no lo hace automáticamente.
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