30 de diciembre 2003 - 00:00

Hijas de Saddam, fieles pese a todo

Ranah Saddam Hussein tenía ocho años cuando descubrió que su padre era un hombre muy poderoso y 24 cuando su marido fue asesinado por traicionarlo. Hoy, a los 32 años de edad, Ranah está exiliada y su padre recluido en una cárcel.

Ranah y su hermana mayor, Raghad, viven en el complejo real de Amán, bajo la protección del rey Abdalá de Jordania, desde que Bagdad cayó en poder de las tropas norteamericanas. Hace dos fines de semana, un amigo las llamó por teléfono para anunciarles que su padre había sido capturado.

«¿De verdad? ¿De verdad?»,
gimoteaba Raghad mientras encendía el televisor. Cuando la cara ojerosa de Saddam apareció en la pantalla, Raghad dio un grito y se desplomó sobre el suelo.

En cambio, Ranah interpretó inmediatamente los gestos de su padre. Saddam se acariciaba la barba, lo que, según ella, era una señal que hacía a los líderes tribales iraquíes. Con aquello quería decir: «He sido traicionado».

Las dos mujeres han permanecido fieles a su padre, inclusive cuando llegó el momento de discutir la muerte de sus maridos. Saddam solía llevarlas de picnic y hasta les enseñó a nadar. Y cuando ya se convirtieron en adolescentes, las acompañaba a recorrer tiendas por todo Bagdad. «Nos llevaba él personalmente y se quedaba esperando a la puerta de la tienda. Se mostraba muy paciente mientras nosotras nos probábamos un vestido tras otro y pasábamos un montón de tiempo dentro de la tienda», comenta Ranah.

•Planes

En 1986, con 15 años, Raghad contrajo matrimonio con el general Husein Kamel al Majad, miembro de una prominente tribu procedente de la región de Tikrit y comandante en jefe de la Guardia Republicana. Los propios padres de Husein Kamel le pidieron a Saddam la mano de su otra hija, Ranah, que a la sazón contaba con 12 años, para su segundo hijo, Sadam Kamel.

En 1995, el marido de Raghad había llegado muy alto dentro del régimen. Su hermano, mientras tanto, se había convertido en jefe de seguridad del presidente.

A mediados de 1995, ambos hermanos urgieron al presidente Saddam a que cumpliera las resoluciones de Naciones Unidas para que el país pudiera librarse de las sanciones internacionales. Los hijos del presidente, Uday y Qusay, y su primo Alí (alias «Alí el Químico») se opusieron a su plan. Tras varios enfrentamientos serios con estos últimos, los hermanos Kamel llegaron a la conclusión de que permanecer en Bagdad podría ser muy poco seguro para ellos.

Hicieron planes para escapar, junto con sus respectivas familias, hasta Jordania y sin decirles nada a sus esposas hasta la víspera de su marcha.

Pero Saddam desacreditó a ambos hermanos, sacando a la luz un torrente de información sobre programas de armamento secretos y culpando a Husein Kamel de ocultarlos ante las inspecciones de la ONU. Los hermanos Kamel no lograron convencer de su buena fe ni a la CIA ni a los prohombres iraquíes en el exilio. Transcurridos seis meses, ambos decidieron que era el momento de volver a casa.

Al regresar, Raghad, Ranah y sus hijos fueron a ver a Saddam Hussein. Lo encontraron sentado en su habitación. Los tres se abrazaron y ellas comenzaron a llorar pidiéndole que las perdonara.
«Cuando correspondió a nuestros abrazos, él también rompió llorar, algo que nos hizo sentir terriblemente mal».

Saddam les dijo que, aunque a ellas las perdonaba, no podía hacer lo mismo con sus maridos, y que debían divorciarse. Las hermanas estuvieron de acuerdo.

Tres días después, las dos hermanas se enteraron de que se había producido un ataque contra el domicilio de la familia Al Majad en Bagdad, el mismo lugar en que se hospedaban sus maridos. Todos habían muerto.

Ranah rechaza enérgicamente la idea de que Saddam Hussein hubiese estado involucrado en el asesinato de los hermanos Kamel. Al contrario, afirma, Saddam se encerró llorando en una habitación cuando se enteró de la noticia.

Durante los meses anteriores a la guerra, Saddam reunió a sus nietos en torno de él para contarles la historia de su vida. «Nos contó lo mucho que había sufrido durante su juventud y que, al revés que a nosotros, lo que a él le había costado llegar a la cima», afirma Nabaa.

El 13 de marzo, Saddam pasó su última velada en compañía de su familia. Iba inmaculadamente trajeado, con unos pantalones de color marrón oscuro, una camisa azul y una chaqueta haciendo juego. También llevaba puesto uno de sus sombreros favoritos.

Según Ranah, su madre se encontraba tan preocupada que Saddam tuvo que animarla diciéndole:
«No te preocupes, Sujaidat, yo soy tu roca».

Dejá tu comentario

Te puede interesar