12 de septiembre 2008 - 00:00

"Receta para la catástrofe"

Receta para la catástrofe
Islamabad- Tras los atentados del 11 de setiembre de 2001, el gobierno de Estados Unidos lo vio claro: Pakistán. El entonces presidente paquistaní, Pervez Musharraf, contó que Washington lo había amenazado con llevar a su país de regreso a «la Edad de Piedra» si no cooperaba. La administración de George

W. Bush lo desmintió, pero los hechos son los hechos: Pakistán dio un cambio radical, alejándose de los defensores del régimen talibán en Afganistán hasta convertirse en un estrecho socio de Estados Unidos en la guerra contra el terror. Pero siete años después del 11-S, las relaciones entre Islamabad y Washington son más tensas que nunca desde los atentados.

En Occidente se responsabiliza una y otra vez a Pakistán del fracaso en Afganistán, donde se está produciendo una escalada de violencia. No hay duda de que los talibanes perpetran atentados y reclutan combatientes desde los territorios tribales paquistaníes fronterizos con Afganistán, y además utilizan esa región como escondite. El gobierno de Kabul culpa a los malafamados servicios secretos paquistaníes ISI de simpatizar con los talibanes. Recientemente, el ministro afgano del Exterior, Rangin Dadfar-Spanta, dijo que Pakistán apoya con el Ejército y los servicios de noticias el terrorismo internacional.

A muchos paquistaníes estas acusaciones les parecen injustas, ya que ellos mismos se consideran víctimas del terrorismo de los insurgentes, que cada vez ganan más influencia en los territorios tribales y perpetran atentados en todo el país. Entre las principales causas del fortalecimiento de los extremistas en su país, los paquistaníes apuntan a la polarizadora guerra contra el terror, y con ello a Washington.

Estados Unidos es más impopular que nunca en Pakistán. «The New York Times» echó ayer más leña al fuego: según el rotativo, el presidente Bush ya dio luz verde en julio al envío de tropas especiales estadounidenses al territorio paquistaní fronterizo con Afganistán, permitiendo con ello ataques en su socio y Estado soberano.

El portavoz de los talibanes paquistaníes (TTP), Maulvi Omar, había provocado hace unos dos meses a Estados Unidos a atacar. «Nos encantaría que las tropas de la OTAN y estadounidenses vinieran a los territorios tribales de Pakistán, porque aquí podremos combatirlos y vencerlos», señaló. «Así, no tendríamos que ir a Afganistán.»

La situación saca de quicio al gobierno y al Ejército de la potencia nuclear surasiática. El primer ministro, Yusaf Raza Gilani, subrayó ayer que el gobierno «dará todos los pasos necesarios para defender las fronteras de su país».

El jefe del Ejército, Ashfaq Parvez Kayani, dejó claro que «ninguna potencia extranjera puede emprender operaciones en Pakistán». Este tipo de acciones son las que engrosan las filas de los extremistas.

Eso teme también el ex secretario del gobierno para los territorios tribales, Mehmood Shah. El ex general advirtió ya en julio que si Estados Unidos ataca la región, «el pueblo paquistaní se pondrá en su contra». Pakistán se vería obligado a detener el suministro a la OTAN (hacia Afganistán)». Las regiones tribales emprenderían una guerra abierta contra Estados Unidos. «Y eso sería la receta de la catástrofe.»

Un sondeo del instituto Terror Free Tomorrow mostraba a principios de año lo impopular que la guerra contra el terror se volvió en Pakistán: ni un cuarto de los encuestados la defendía, y más de la mitad la rechazaba. Sólo 11% tenía una buena opinión de Bush. Sin embargo, el líder de Al-Qaeda, Osama bin Laden, despertaba simpatías en alrededor de 23%.

Siete años después de los atentados en Nueva York y Washington, el presunto cerebro todavía no fue detenido. Y se cree que se esconde en los territorios fronterizos entre Pakistán y Afganistán.

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