Los dichos del Papa criticando la indignante -no merece otra calificación- represión a la manifestación del 11 de septiembre, son incuestionables. Su relato sobre el pago de “coimas” también. Es claro que esto dolió en el Gobierno -tal vez mucho- al punto que disparó el aparato pergeñado por el asesor presidencial Santiago Caputo, para promover la imagen de Javier Milei y “aniquilar” cualquier cuestionamiento -sin importar de donde venga- a su líder.
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El Papa, Roca y Santiago Caputo
Jorge Bergoglio se salió del discurso oficial para referirse a la situación social en Argentina y como suele sucederle cometió un “gaffe”. Inmediatamente, se activó la usina de “trolls” del Gobierno, buscando limar la imagen y credibilidad del Pontífice. Casi al mismo tiempo, en un comportamiento esquizoide de LLA, el vocero presidencial presentaba al periodismo una inusual imagen de humildad y respeto a los cuestionamientos de Francisco.
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En un efecto “pinzas” y para que las cosas no se saliesen de madre, en su habitual conferencia ante el periodismo, el novel Secretario de Comunicación y Medios Manuel Adorni presentaba la visión oficial del Gobierno: “…la opinión del Papa Francisco, que nosotros respetamos, escuchamos, y hasta reflexionamos sobre lo que dice el Papa, pero, bueno, no tenemos por qué compartir la visión que tiene sobre algunas cuestiones, pero la… el respeto es total, total y absoluto por lo que pueda decir el Papa con respecto a cualquier cosa, pero puntualmente a nosotros, que es esta la referencia a la que vos hacés”
“El que tiene boca, se equivoca”, especialmente si está mal asesorado o la ideología política lo puede, y en sus dichos sobre la historia argentina el Papa cometió un error, al afirmar que: “Nosotros los argentinos, que tenemos solo 600,000 aborígenes sobre 46 millones de gente, acordémonos de Roca, que le cortó la cabeza a todos los aborígenes. Una cosa vergonzosa”.
La realidad es que ni los argentinos tenemos “solo 600.000 aborígenes” ni Roca “le cortó la cabeza a todos los aborígenes”.
Pero esto es algo que poco y nada importó a la maquinaria de control social “mileista”, que tergiversando hasta la exageración las palabras del nonagenario, comenzó a vender el concepto que: “el Papa -comunista- acaba de afirmar que Julio Argentino Roca le cortó las cabezas a 600.000 indios”.
La idea era que la “fake” se viralizara (la evidencia es que cuanto más disparatada la aseveración, más rápidamente prende, ya que salta el filtro de la razón), esperando que pasara de la “social media” a los canales habituales de comunicación, donde fuese recogida y difundida por algunos de los comunicadores más anticlericales del oficialismo (¿nombres?: Pichetto, Iglesias, Feinman, Majul, Lemoine, etc), para anular el efecto adverso de los otros dichos del Papa.
Mientras tanto, el presidente Milei no pudo con su genio y buscando dar un tiro por elevación -una crítica “académica” a la posición del Papa- se refirió en la red X a la relación entre el EMBI y el PBI y los degenerados fiscales, y en un remedo de ingenio este lunes, desde el NYSE, volvió a la parábola: "Muchos me cuestionan la política social. Dicen que no tenemos corazón, yo diría que no tienen cerebro los que hacen ese comentario".
Comenzando por el final
La cuestión de la elegancia del Presidente de los argentinos escapa a este comentario. Lo que no escapa es uno de los problemas que enfrentan todos los dirigentes: la propensión al “riesgo de confirmación” que ha llevado a aberraciones como el famoso “diario de Yrigoyen”, que nunca existió, pero ha tenido y tiene infinitas variantes.
El presidente Javier Milei -como cualquiera de sus antecesores- no escapa a esto y lo refuerza apelando a distintas estrategias, negándose a aceptar cualquier idea “que no le guste”, expulsando de su entorno a quien ose a cuestionarlo y “usando” a sus allegados.
En su “tuit” Milei reconoce que “pedí a @fedesturze que midiera la relación entre el EMBI y el PIB”. El Ministro de Desregulación y Transformación del Estado cumplió al pie de la letra y graficó la evolución trimestral del PBI contra la del EMBI argentino desde 1999 hasta 2024, presentando los valores en términos de “intervalos”.
El error de “Fede”
Como alguien con el máximo de los respetos por Federico Sturzeneger como profesional y como persona, no quiero creer que acá hubo un caso de “Cherry Picking” (escoger los datos que me convienen para probar algo, y descartar los demás), sino que con todo lo que tiene que hacer, “el Fede” no pudo dedicarle más que unos minutos al encargo presidencial y estará de acuerdo si defino el análisis que postea Milei de “primitivo”.
A grandes rasgos la relación que grafica en los cuadros, entre el EMBI y el PBI está bien de hecho, se verifica incluso a nivel anual, aunque si tomamos el contexto latinoamericano, la cosa no es tan clara.
Mas allá de esto, el problema es que la comparación no es más que un espejismo grafico del cual se quiso, erróneamente, sacar conclusiones.
El PBI y el EMBI caen dentro de lo que en estadística llamamos datos de razón (Ratio Data), aquellos que tienen un “cero” real, aquellos que nos permiten hablar de proporcionalidades.
Si lo que queremos es sacar conclusiones -con alguna validez- sobre cómo afecta el comportamiento del PBI al EMBI o viceversa, lo que debemos es emplear sus variaciones en el tiempo (porcentuales) y no los valores absolutos (esto Sturzenegger lo sabe de memoria).
Cuando hacemos esto, lo que parecía un vínculo, deja de serlo, la correlación entre las dos variables (un valor que Milei/Struzeneger deberían de haber incluido) cae a -7.2% y el R2 a 0.05%.
En castellano: lo que pasa con el EMBI no tiene nada que ver con el comportamiento del Producto Bruto Interno ni lo que hace el PBI con la Tasa de Riesgo País, al menos para un análisis tan “primitivo” como el de Sturzeneger/Milei.
Si bien muy probablemente es cierto que una política monetaria -o de otro tipo- que termine con la inflación y que el equilibrio fiscal y una presión impositiva descendente, sean fundamentales para una política social realmente “buena”, tratándose de los dos economistas más encumbrados del país, más que un error involuntario, el error parece ser un acto de “mala propaganda” dirigida a los ignorantes.
El error Papal
Para decirlo de la manera más simple, al hablar de Julio Argentino Roca y los indios “el Papa metió la pata”.
Según el ultimo censo, 2022, en la Argentina hay 1.306,.730 personas que se perciben como indígenas o descendientes de indígenas, y no 600.000 como afirmó el Pontífice, quien pareciera que tomó los datos del censo del año 2001 (es cierto que ya no quedan onas, diaguitas, tehuelches, quilmes, etc. “100% puros).
De todas formas, hay que tener mucho cuidado con estos números. Recién en aquel censo se comenzó a preguntar por la afiliación étnica. Para llegar a los valores actuales, la tasa de natalidad entre quienes se definen como “originarios” debería de haber sido 3.8% anual durante los últimos 21 años, frente al 1,1% del resto de la población, lo que claramente es un disparate.
No es entonces que en las últimas décadas el número de aborígenes está creciendo exponencialmente, sino que mas gente se define como tal.
Si bien esto puede obedecer a una distorsión por los incentivos estatales, la inmigración, o algún otro fenómeno, no podemos descartar que los cambios sociales, “donde ser indio” deja de ser un estigma un estigma, pudiera ser el factor más gravitante.
Si bien son parciales, los estudios genéticos hablan en general de un componente nativo en el ADN de los argentinos que iría del 18% (Caputo 2021; Corach 2009) al 30% (Parolin 2019; Oliveira 2008) lo que sugiere un grado significativo de mestizaje.
Lo irónico entonces, es que no es que los “indios” hayan sido diezmados, sino que se fusionaron con el resto de la población en un crisol de razas, por lo que somos muchos más de 1.3 millones de argentinos por cuyas venas corre sangre indígena.
No es que no estemos, es que no nos ven.
El horror de Roca
Según David Viñas (Indios, Ejercito y Frontera, 1982) fueron decenas de miles los aborígenes asesinados durante la Campaña al Desierto (1878-1885). Osvaldo Bayer (Rebeldía y Esperanza, 1993) es algo más modesto y habla de más de 14,000 indios muertos y entre 10,000 y 15,000 prisioneros tomando los datos Carlos María Sarasola quien un año antes (Nuestros Paisanos Indios, 1992) había estimado unos 15,000 prisioneros. Con esto y sin ninguna fuente, arranca la leyenda del genocidio indígena de Roca.
Como hombre de su época, seguramente Jorge Bergoglio leyó a estos autores y es en base a ellos que cometió en disparaste semántico de afirmar que “…Roca, que le corto la cabeza a todos los aborígenes ”.
La realidad es que no tenemos ninguna referencia sobre degüellos durante la Campaña al Desierto, siendo lo mas cercano el parte del coronel Federico Rauch del 12 de noviembre de 1826, durante la campaña de Rosas, que menciona Ignacio Yaben en su biografía, según el cual dice haber degollado a 37 indios (la ironía es a su vez Rauch seria degollado por un indio, “Arbolito”, durante la batalla de Vizcacheras en 1929).
A fines de la década de 1870 el ejército argentino comenzó a muñirse de fusiles Remington Rolling Block de retrocarga, con una distancia de disparo efectiva de hasta 500 metros y capaces de disparar seis cartuchos por minuto. Esto minimizó las contiendas cuerpo a cuerpo, forzando a los indígenas a emplear una táctica de guerrillas y retirarse cuando avanzaban las tropas del ejército, dejando a los ancianos, enfermos, mujeres y niños detrás.
De hecho, cuando la columna central del ejército comandada por Roca llegó a la isla de Choele Choel, en el Rio Negro (el límite sur del territorio que se pretendía recuperar) lo hizo sin haber experimentado ningún enfrenamiento.
Las cifras oficiales sobre la campaña, reconocidas hoy por todos los historiadores, salvo los mas recalcitrantes, son: 1.265 indios muertos (los padres Salesianos que acompañaban las tropas y estaban a cargo de bendecir los cadáveres hablan de 864) y 2.320 guerreros y 10.539 ancianos, mujeres y niños (la “chusma”) tomados prisioneros.
No hay un número exacto sobre la cantidad de soldados muertos en acciones, pero apenas serian algunas docenas, mientras se liberaron 300 cautivos. Un dato: entre un cuarto y un tercio de las tropas “roquistas” eran indígenas.
¿Se cometieron “horrores” durante la Campaña al Desierto?. Si, pero estos fueron principalmente con los prisioneros, algo que fue denunciado y ferozmente criticado por casi toda la prensa de aquel entonces.
Según el historiador Eduardo Lazzari cuando Roca retornó a Buenos Aires le reclamaron por los pocos indios muertos que había generado la campaña, su respuesta fue: “es que yo no encontré indios”
El enfrentamiento vínculo entre Cristina Kirchner y Santiago Caputo
No fue el primero, pero ya en 1532 Nicolas Macchiavello discutía en “El Príncipe” como los gobernantes podían consolidar su poder, identificando o creando enemigos externos, usándolos para unir a la población y desplazar su atención de los problemas internos. Con esto le daba sin saber un inicio a lo que hoy conocemos como el “realismo político”.
Después siguieron Hobbes, Rousseau y finalmente Carl von Clausewitz con la publicación por su viuda del incompleto “Vom Kriege” (Sobre la Guerra) en 1832, donde apelando a una estructura dialéctica (siguiendo la línea Kant/Hegel) desarrolló una filosofía sobre la guerra, que aun hoy sigue siendo estudiada por los militares de todo el mundo y cuyo extracto más conocido es su definición: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”.
Entre nosotros dos alumnos destacados de von Clausewitz fueron Julio Argentino Roca y más recientemente Juan Domino Perón, quienes no dudaron en aplicar las enseñanzas del prusiano a la esfera política.
Otro de los que abrevó en Clausewitz fue Carl Schmitt, quien en 1927 escribió ("Der Begriff des Politischen”), “El Concepto de lo Político”, donde sostiene cosas como que “La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo”, “Sólo es enemigo el enemigo público”, “un globo terráqueo definitivamente pacificado sería un mundo sin la diferenciación de amigos y enemigos y, por lo tanto, sería un mundo sin política” generando la ideas que los grupos políticos no se definen por sus ideas, sino en oposición a sus enemigos, y que este principio es la esencia de política (la necesidad de tener siempre un enemigo en frente).
Schmitt fue un jurista y teórico de la política, cuyas ideas han sido tomadas tanto por la derecha como por la izquierda, en especial los extremos (se lo asocia al Nazismo, pero en 1937 se alejó del partido y fue absuelto por el tribunal de Nuremberg), y es el padre del “pensamiento político realista”, influyendo sobre infinidad de filósofos y políticos del siglo XX y XXI: Michel Focault, Ernst Jünger, Martin Heidegger, Leo Strauss, Jacob Taubes, etc.
No está claro si Perón lo leyó, pero es innegable que tuvieron muchos puntos en común (ver “Perón, Schmitt y la Relación Entre la Política y Guerra” de G.Tripolone o de M.M.Mira “El peronismo como mito”). Posiblemente Néstor Kirchner, que no fue conocido por su amor a los libros, tampoco, pero quién si abrevó de él, es Cristina Fernández de Kirchner.
Claro que lo hizo bajo la versión más “light” del historiador y filósofo Ernesto Laclau (“Yo creo en el antagonismo administrado”, admitió poco antes de morir), un seguidor de Schmitt quien fue su intelectual favorito y el principal sustento teórico del Kirchnerismo con “La razón populista” de 2005.
El acercamiento entre Cristina y Laclau se dio cuando en marzo de 2007 Alberto Fernández le regaló lo que la ex presidente ha llamado su libro favorito, “En torno a lo político”, escrito por la belga Chantall Mouffe (esposa de Laclau), en donde analiza el pensamiento de Schmitt, definiéndolo como “uno de los oponentes más brillantes e intransigentes del (contra el) liberalismo”.
Allí Mouffe da pie a sus ideas que “la estrategia populista es siempre una estrategia de guerra de posición”; “En una guerra de posición siempre hay momentos de avance y momentos de retroceso, y yo no creo que de alguna manera se vaya a poder regresar a una concepción anterior, ya sea la socialdemócrata tradicional o la revolucionaria”, que resultan fundamentales para entender como la Cristina de hoy, renegando de su pasado izquierdista pero entendiendo los cambios sociales, se muestra -sin ningún rubor- mucho más conservadora en lo político y lo económico que la Cristina de antes.
De Marcos Peña a Santiago Caputo
Es seguro afirmar que ni Mauricio Macri, ni su delfín Marcos Peña, ni tampoco su asesor comunicacional estrella, Jaime Duran Barba, leyeron a Schmitt o a Laclau.
Esto sin embargo no evitó que apelaran a la estrategia política del Kirchnerismo, del “ellos contra nosotros” que surgió a partir de la pelea con el campo, claro que, en una versión mucho más edulcorada, según aconsejó el ecuatoriano, lamentando mas tarde este comportamiento timorato.
Durante el gobierno de Alberto Fernández -por razones obvias- el “enemigo” pasó a ser el COVID, así que una vez acabada la pandemia y visto el desastre económico, no fueron capaces de recrear una mística.
Desde que se acercó a Javier Milei en 2001, Santiago Caputo -otro que no es muy propenso a las lecturas sesudas- tuvo claro que la sociedad argentina no estaba para “las medias tintas y la necesidad de potenciar el conflicto si lo que se quería era generar una mística libertaria. Esto no surgió de un proceso intelectual, sino de la experiencia perdidosa que tuvo bajo las ordenes de Duran Barba en la gestión macrista.
Es así como hoy vemos al gobierno posicionando a cualquiera que ose cuestionarlo de alguna manera como “el enemigo”, “la casta”, disparando toda su maquinaria comunicacional de manera solapada -a través de los trolls- y explícita -medios y comunicadores- buscando en muchos casos una aniquilación total.
La ironía está en que esta misma razón del éxito de la estrategia ideológica de La Libertad Avanza posiblemente es su “talón de Aquiles”.
"Errare humanum est, perseverare autem diabolicum."
“Errar es humano, perseverar en el error, diabólico” (atribuido a Seneca).
Schmitt advertía que el enemigo, siempre necesario, debía ser real y representar una verdadera amenaza a la identidad política de la comunidad de manera que unificara a la gente, significante pero no tanto como para arriesgar la derrota y que ese enemigo debía ser tratado siempre con un nivel de respeto, porque mas allá de las cuestiones morales, lo que hace es representar otro orden político.
Lo deseable entonces no es apuntar contra todos, sino contra un número limitado, manejable y singular de “adversarios”, que permitan solidificar la identidad del grupo político, pero que no sean tantos como para generar una desunión interna o sobre-extender los recursos.
Si esto es así, a pesar del éxito obtenido hasta aquí, Milei y su gente están sumando una serie de errores que más tarde o más temprano comenzaran a jugarles en contra.
Apelar a las “fake news” y/o escoger contrincantes que como Roma sabemos que nunca retrucaran los ataques, no es una buena estrategia.
Pasó desapercibido, pero entre sus dichos, el Papa dijo la semana pasada: “Algún hermano me ha dicho: ‘Padre, usted habla mucho de los pobres y poco de la clase media’. Puede ser cierto, y por eso les pido perdón. Cuando el Papa habla, habla para todos porque la Iglesia es para todos”.
En esto, Javier Milei y Jorge Bergoglio comparten el mismo pecado, el olvido de la clase media. Mientras no haya una verdadera voluntad -y acciones- de enmienda por parte de ellos, ni los argentinos ni los cristianos los perdonaremos.
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