24 de abril 2020 - 00:00

"¿Keynesianos?" suben impuestos en plena recesión

Se trata de un impuesto que produce fuertes desincentivos a la inversión. Literalmente, espanta a los capitales y sin ellos es muy difícil imaginar una recuperación cuando las arcas del Tesoro están anémicas y las personas están perdiendo sus trabajos.

El presidente Alberto Fernández, junto al presidente del bloque del Frente de Todos en Diputados, Máximo Kirchner; el presidente de la comisión de Presupuesto, Carlos Heller; y el ministro de Economia, Martín Guzmán.

El presidente Alberto Fernández, junto al presidente del bloque del Frente de Todos en Diputados, Máximo Kirchner; el presidente de la comisión de Presupuesto, Carlos Heller; y el ministro de Economia, Martín Guzmán.

Imagen: Presidencia de la Nación

Impuestos adicionales en un país en recesión nunca son buena idea. Ahora, cuando el impuesto es sobre el patrimonio la idea es aún menos brillante.

¿Qué es el patrimonio? No es otra cosa más que el resultado de acumulación de las ganancias que una persona o una compañía obtuvo a lo largo del tiempo. Ganancias que… ya pagaron el impuesto a las ganancias. Al igual que otra larga fila de impuestos, en un país como la Argentina en el que la presión fiscal es abrumadora.

Se trata de un impuesto que produce fuertes desincentivos a la inversión. Literalmente, espanta a los capitales y sin ellos es muy difícil imaginar una recuperación cuando las arcas del Tesoro están anémicas y las personas están perdiendo sus trabajos.

Ya hemos visto el efecto expulsivo de capitales que tiene en el resto del mundo. Francia, por ejemplo, durante un período muy elevado de tiempo lo aplicó a las grandes fortunas y con un nivel recaudatorio bajísimo lo único que logró fue expulsar a inversores y capitales hacia otros países europeos, como España.

Bajo esta óptica es complicado entender cómo el diputado nacional oficialista Carlos Heller estimó que la recaudación de este impuesto potencial sea de entre 3 y 4 mil millones de dólares. Paolo Rocca, considerado el argentino más rico por la revista Forbes, tiene un patrimonio de unos 4 mil millones de dólares. Salvo que piensen en gravar el patrimonio ya en forma confiscatoria, veo muy complicado llegar a ese nivel recaudatorio. Quizás se refería a la cantidad de dólares que van a fugarse a Uruguay en el primer mes de vigencia del impuesto, vaya uno a saber.

El borrador en el que trabajan es tan ridículo como la idea en general: un porcentaje a definir deberán pagar quienes tienen un patrimonio de entre 3 y 5 millones de dólares; otro los de una segunda franja, que iría de 5 a 10 millones; otro entre 10 y 50; uno de 50 a 100; y otro entre 100 y 500 millones de dólares. Si la idea es hacer el impuesto progresivo… ¿Entonces por qué va a pagar la misma alícuota de impuesto un patrimonio de 101 millones de u$s que uno de 499 millones de u$s (casi 5 veces mayor)? En todo caso, el rango por tramo debería ser amplio en la franja inferior e ir achicándose.

¡Nunca al revés! Ya existe el Impuesto a los Bienes Personales. ¿Se puede tomar como pago a cuenta del impuesto a los grandes patrimonios o va a ser doble tributación lisa y llanamente?

¿Qué es esa peregrina idea de gravar solo a los que blanquearon en 2017? Es fácil prever una catarata de juicios en los que se solicite la declaración de inconstitucionalidad de estas normas, por su clara afectación al principio de igualdad ante la ley. Quienes se adhirieron al blanqueo lo hicieron en el marco legal establecido por el Estado argentino y no es válido que se los castigue por haber aceptado esas reglas.

Cuando más que nunca resulta importante que se promueva la repatriación de capitales para su afectación al financiamiento de actividades productivas en el país y el capital del trabajo de las empresas, tomamos la dirección contraria. No solo eso, sino que la propuesta es hacerlo con un impuesto que tiene como presupuesto de procedencia a otro impuesto; ilógico, irracional.

En países desarrollados, que han hecho tradicionalmente de la seguridad jurídica un pilar de su crecimiento económico y social, podrían considerarse en situaciones de emergencia tributos de esa naturaleza con carácter transitorio. En la Argentina, con su larga historia de ruptura de reglas y contratos, con desequilibrios macroeconómicos significativos, con altos costos laborales y asfixiante presión tributaria que no se traduce en servicios de calidad, estas iniciativas no hacen más que ahuyentar las inversiones, único camino genuino para crear empleo y mejorar la calidad de vida. Algunos serán afectados ahora, si el impuesto se sanciona; en el futuro, un tributo similar alcanzaría a muchos menos: la mayoría ya se habrá ido.

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