15 de mayo 2007 - 00:00

Por qué el Papa juntó menos gente en Brasil

Benedicto XVI
Benedicto XVI
Al terminar la Guerra Fría, cesa la competencia ideológica y pasan al primer plano las pertenencias culturales y religiosas. Ello debiera haber ayudado a destacar la importancia del rol del nuevo Papa. Sin embargo, el reciente paso de Benedicto XVI por Brasil -donde su antecesor movilizaba multitudes- resultó una decepción de convocatoria: menos de la mitad del número de fieles que se esperaba. ¿Por qué?

Sin aspiración de agotar las posibles explicaciones, anotemos algunas. Primero. En las demás religiones, incluso en otras vertientes judeocristianas, se verifica -malo o bueno- un compromiso mucho mayor con las cuestiones nacionales y sociales de los pueblos, frente a un catolicismo que sostiene que su reino no es de este mundo.

  • Fervor

  • Segundo. Ese mayor compromiso directo de los otros cultos despierta un elevamiento del fervor religioso promedio y la exacerbación de fundamentalismos antioccidentales muy militantes.

    A la inversa, una vinculación de sectores católicos con la luchas sociales en su momento generó -muy marcadamente en Brasil y América latina- movimientos como la teología de la liberación, que monseñor Ratzinger combatió ardorosamente antes de llegar a Papa.

    Tercero. En medio de ese resurgimiento planetario de las creencias religiosas, en Occidente se registra un porcentaje sensiblemente mayor de ateos y agnósticos. La extraordinaria importancia adquirida por el pensamiento científico desde la Ilustración -mucho mayor que en cualquier otra parte- y del marxismo durante casi todo el siglo veinte conspira contra las posibilidades de aglutinar voluntades en base exclusiva de una visión religiosa. Además, la emergencia de movimientos como los vinculados con el feminismo, la homosexualidad, el control de la natalidad, el aborto, el celibato de los sacerdotes, la legalización de las drogas, los problemas de género y la entera cuestión social es mucho más gravitante en Occidente que en cualquier otra región del mundo.

    Cuarto. Que la Iglesia Católica no quiere, o no consigue, desprenderse de una imagen de raza blanca y pensamiento eurocéntrico, que conspira contra su eventual extensión fuera de Occidente y, dentro de él, de quienes procuran sobrevivir en territorios periféricos a la globalización y el desarrollo del siglo veintiuno.

    La difundida gaffe del Papa respecto de la inexistente excomunión de políticos mexicanos volvió a poner en evidencia no sólo su desconocimiento personal de lo que sucede en la región, sino también el de quienes se supone que deben asesorarlo. Para peor, la cosa no mejora dentro de casa: el proyecto de Constitución de la Unión Europea contempla expresamente la condición laica del supraestado, a pesar de los esfuerzos en contrario del propio Vaticano.

  • Prescindencia

    En ese marco ¿quién pudo haber aconsejado a Benedicto XVI que levantara oficialmente ante Lula el tema de un eventual tratado con la Iglesia para la enseñanza religiosa en los colegios públicos, cuando hasta las piedras sabían que Brasil tiene decidido no cambiar su condición de Estado laico? La respuesta del Planalto no se hizo esperar: en el país del mundo con más fieles católicos, la lucha por la evangelización continuará sin que el gobierno intervenga.

    Quinto. Consecuentemente, puede aventurarse que la crisis de vocaciones, lejos de mitigarse, continuará en aumento. En un mundo caracterizado por la creciente importancia de lo religioso, la militancia y las teocracias, el catolicismo aparece desafiado por la superior expansión de sus competidores mientras en el campo propio se pierden seguidores, disminuyen los sacerdotes y los estados occidentales optan por el laicismo. Esperar contra toda esperanza, ésa es la fuerza de la fe.
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