Sólo dos países de América Latina pueden asegurar que sus mejores años quedaron enterrados hace un siglo: Argentina y Uruguay. Es cierto que para los venezolanos su época dorada también es parte del pasado, pero su rápido colapso es bien distinto de la larga agonía argentina o uruguaya. De la misma manera que en México tal vez extrañan su década del setenta: la del boom petrolero, sin guerra narco y sin emigración masiva. Pero duró poco, demasiado poco.
¿Ya aceptamos la solución liberal para nuestra economía?
Lejos de la adictiva coyuntura, nos acercamos a un desenlace que sólo abre nuevas preguntas.
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Javier Milei, en su asunción como Presidente.
Lo cierto es que el presente es el mejor momento económico de casi cualquier economía latinoamericana, incluida la mexicana. Ni en los pasados de Chile o Colombia o Brasil o Perú hay una “Europa en América”, como se llamó a la Argentina, o una “Suiza de América”, como se etiquetó a Uruguay.
Sólo los dos países que comparten el Río de la Plata tocaron el cielo con las manos en la década del veinte del siglo pasado. Pero su forma de resolver esa caída del paraíso fue bien distinta: Uruguay no pudo o no quiso sostener lo insostenible y Argentina lo sigue intentando.
El peronismo, surgido con el respaldo del ejército, es la expresión de ese intento de una nueva fórmula socioeconómica que no signifique un achicamiento del país. Y por achicamiento nos referimos a dos cuestiones concretas: emigración fuerte y estancamiento demográfico. Uruguay sufre de ambas, mientras que Argentina de ninguna de las dos. ¿Por qué?
La eliminación de la artificialidad de la economía uruguaya, empezando por la industria subsidiada y el empleo público sobredimensionado, fue llevada adelante en conjunto entre el otrora hegemónico Partido Colorado y las Fuerzas Armadas en un proceso que comenzó hace sesenta años. Hoy ese proceso está completo. Esa transformación está tan consolidada que la ciudadanía fue legitimando a través del voto la nueva realidad.
Podemos fijar una fecha a esa aceptación del nuevo orden de cosas con el referéndum llevado adelante por el Frente Amplio para resolver si los uruguayos expulsados económicamente, 20% del país, tendrían derecho a voto en el exterior o no.
El 25 de octubre de 2009, el 64% de los electores decidieron negarle el voto a quienes habían emigrado. Con esta contundente legitimación del trago más amargo de su larga transformación, Uruguay consiguió cerrar todo un capítulo de su historia. Del optimismo del batllismo y de la “Suiza de América” se pasó a otro tono, más sombrío: en el Uruguay de la actualidad una broma conocida es que son “la Suiza de África”.
Fue una transformación que eliminó la artificialidad de la economía, es decir, una transformación liberal.
El caso argentino
El ejército en 1943 y el peronismo a partir de 1946 derribaron a la gran élite que había dirigido el país desde el rosismo: el sector agroexportador. Además capturaron buena parte de su renta. Con esos recursos, el estado argentino se embarcó en el intento de evitar la receta más agria: la liberal, o, en otras palabras, una solución sin estado sobredimensionado y donde sólo sobrevivan los sectores superavitarios en dólares. Ese desenlace hubiese significado, sin dudas, un achicamiento del país: una nación con menos población y probablemente expulsiva porque ninguna de las actividades primarias, aún combinadas con el sector servicios, generaría suficiente empleo.
Esos intentos comenzaron por, por ejemplo, negarse a desmantelar la industria liviana que naturalmente se había expandido entre 1930 y 1946 (y que no tenía futuro en la posguerra). En 2023 se puede expresar en otro ejemplo: el sobredimensionamiento del empleo público provincial.
Es decir, durante ochenta años, una artificialidad fue reemplazando o superponiéndose con otras.
De 1989 a 1999 parecía que el peronismo estaba siguiendo los pasos del PRI mexicano o del Partido Colorado uruguayo y aplicando la receta liberal. Parcialmente lo hizo, pero, la convertibilidad, sostenida con deuda y más deuda, terminó siendo otra metamorfosis de la vieja artificialidad de nuestra economía.
Probablemente nos quede la duda de si alguna de las reconversiones productivas emprendidas por los únicos dos actores que podrían haberlas completado, las Fuerzas Armadas o el Movimiento Justicialista, hubiese logrado el cometido: evitar la transformación liberal pero sin la agonía, estancamiento y crisis crónicas como resultados de esos intentos.
Lo cierto es que las contradicciones dentro de las Fuerzas Armadas sobre cómo proceder fueron insuperables. Tan insuperables que las llevaron a su actual irrelevancia.
Y también es cierto que la ambición por la conducción y reelección indefinidas hicieron que cada ciclo peronista subordine la economía al fin personal de cada uno de sus líderes. Por ese motivo el peronismo puede estar en ese mismo trayecto hacia la irrelevancia, porque el electorado parece haberse hartado de sus oportunidades desperdiciadas, por derecha o por izquierda.
Algunas pistas
Algunas señales son claras de que la sociedad argentina puede estar aceptando la dura transformación liberal.
Es cierto que desde 1946 el país nunca dejó de capturar, de alguna forma u otra, buena parte de la renta del sector agroexportador. Pero también es un dato inapelable que captura poco y nada del otro sector superavitario en dólares: el minero.
Argentina tiene uno de los regímenes mineros más liberales del planeta, más allá de los pataleos, lobby y propaganda bien aceitada por parte de los concesionarios de los yacimientos. Ni el código minero ni la desnacionalización del subsuelo, ambos de mediados de los años noventa, fueron tocados. La crucial derrota del peronismo en la gobernación de Santa Cruz también se debe al nulo avance del gobierno kirchnerista por sobre los intereses de los dueños de los yacimientos de oro y otros metales. El nuevo gobernador no-peronista de Santa Cruz prometió otro proceder, pero sólo el tiempo dirá si quiere y puede cumplir.
Además, ante la dificultad de disciplinar rápido a la sociedad argentina, lo que viene sucediendo es una resignación en cámara lenta. En buena media, Argentina descubre la pobreza en los años ochenta y, más crucialmente, la desocupación en los años noventa. La desocupación es más trascendental porque fue casi inexistente desde que este territorio fue colonizado. El paso obvio después que la pobreza y la desocupación se convierten en estructurales -la realidad que hoy vivimos- es la emigración.
Elecciones
Pero el punto clave es el electoral.
Los liberales, sin el tutelaje ni de las Fuerzas Armadas ni de la UCR ni del PJ, son la fuerza de mayor crecimiento desde la restauración democrática. En 1983 Alsogaray obtuvo un 1% de los votos, seis años después un 7%, Domingo Cavallo 11% en 1999, en 2003 Ricardo López Murphy sorprendió con un 16%, siguió Mauricio Macri en las primarias de 2015 con 25% y en las de 2019 con 33%. Y ahora vivimos la explosión electoral liberal en la que podemos sumar el resultado de Javier Milei y el de Patricia Bullrich en las primarias de este año.
La suma da un impactante 47%.
¿Qué viene?
¿El reciente aumento de retenciones (otra vez con el trillado argumento de que es “medida transitoria”) nos habla de una captura estructural e irreversible de la renta agrícola? ¿La dolarización, una medida heterodoxa, terminará salvando el proceso liberal, o con Javier Milei en la presidencia ya tocó techo? ¿El fracaso por derecha y por izquierda del peronismo cierra definitivamente las chances de cambios de fondo que fuercen al capital a ceder recursos al estado? ¿Quién puede aplicar cambios estructurales para el desarrollo del país si no es el PJ y sus factores de poder? ¿Los liberales, ante la dificultad de transferir activos y facultades del estado nacional al sector privado, los cederán a las provincias?¿Puede la CGT resistir como último núcleo del viejo orden? ¿El país ya renunció no sólo al desarrollo, sino también a evitar una fuerte emigración?
Los próximos lustros, y no las próximas elecciones, nos darán algunas respuestas.
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