4 de octubre 2018 - 00:25

"Borges sin la ciencia ficción hubiera sido distinto"

Carlos Abraham expone en Borges y la ciencia ficción su teoría sobre las influencias secretas y claves que inspiraron algunos de los mejores relatos del gran escritor.

Borges sin la ciencia ficción hubiera sido distinto
¿Qué leía Jorge Luis Borges y no admitía? ¿Cuál era su guilty pleasure literario que ocultaba o minimizaba ante a la opinión pública? ¿Tuvieron esas lecturas "ocultas" influencias sobre su prosa? ¿Qué historias eran y cuánto influyeron? Esas son algunas de las preguntas que responde Carlos Abraham en Borges y la ciencia ficción, publicado por primera vez en 2005 y reeditado recientemente por Ediciones Ciccus.

A través de un minucioso estudio bibliográfico, Abraham descubre textos clave que luego reaparecen reescritos al estilo Borges en los cuentos del eximio escritor al que le fue negado el Nobel de Literatura. De Borges se sabe que frecuentaba la ciencia ficción, de hecho prologó Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, y Hacedor de estrellas, de Olaf Stapledon. Pero su relación va más allá, y como sostiene Abraham, las lecturas del género influyeron estructuralmente en su obra: "(Sin la ciencia ficción) Hubiera sido un Borges distinto. Dado que muchos de sus principales relatos derivan de textos de ciencia ficción, sin la influencia de este género, la faceta narrativa de su obra hubiera sido mucho menos relevante".

Uno de los ejemplos más evidentes es el de "La biblioteca de Babel", una reescritura de del cuento "La biblioteca universal" (1907), de ciencia ficción, adaptado por Borges a su universo fantástico y metafísico, borrando en el camino todas las marcas propias del género, que el autor decía odiar. Pero como ese caso hay muchos más, en varios de sus relatos más destacados. "En Borges hubo un extenso proceso de asimilación y reescritura de textos de la ciencia ficción europea y estadounidense del período 1895-1950, consistente en la apropiación de estructuras argumentales, así como de ciertas escenas", explica Abraham. La ciencia ficción fue una de las más relevantes, pero el proceso se aplicó con otras literaturas "marginales" de la época.

Abraham (1975), escritor y profesor argentino, es un prolífico autor de diversas obras. Se destaca por ser un gran estudioso de la literatura de género en la Argentina con libros como Estudios sobre literatura fantástica (2006), La editorial Tor: medio siglo de libros populares (2012), Las revistas argentinas de ciencia ficción (2013), La literatura fantástica argentina en el siglo XIX (2013), Lovecraft en Argentina (2015), Lovecraft en español (2017), La editorial Acme: el sabor de la aventura (2017) y Las historietas argentinas de ciencia ficción (en preparación), entre otros ensayos, ficciones y poemarios. Dialogamos con él:

Periodista: A Borges se lo suele asociar con la literatura culta y con influencias del mismo tipo, ¿cómo fue su relación con la literatura "marginal"?

Carlos Abraham:
Borges era un lector muy ávido, que abrevaba de fuentes heteróclitas. Es algo parecido al caso de Cervantes, que en el prólogo al Quijote afirmaba que leía hasta los trozos de papel que encontraba en la calle. Borges señaló en una ocasión, hablando de Almafuerte, que aún en la peor de las obras es posible hallar algo bueno. Le llamaba la atención que incluso en textualidades muy burdas, como en las novelas de vaqueros o en las novelas de matreros de Gutiérrez, hubiera rasgos interesantes. Basta recordar su artículo sobre las inscripciones de los carros, donde hace un análisis casi benjaminiano de los textos escritos en esos vehículos. Es como si hoy en día alguien hiciera algo similar con un graffiti de un baño público. En Historia universal de la infamia, de 1935, es claramente visible el contacto con literaturas marginales: la novela de gángsters, la de vaqueros, la de piratas, la de aventuras, la chinoiserie y la parodia de Las mil y una noches. Posteriormente hubo un proceso de profundización y a la vez de depuración en su vínculo con estas literaturas, lo que lo llevó a trabajar únicamente con la literatura policial y la ciencia ficción. Ambos vínculos pueden apreciarse en Ficciones. Muchos críticos tempranos se mostraron algo incómodos con este empleo de géneros supuestamente menores. Llegaron a decir que Borges estaba malgastando su talento en la realización de "literatura de kiosco".

P.: ¿Cuáles son las huellas más reveladores que explican tu tesis de que Borges era un gran lector de ciencia ficción y de que muchas de sus obras son reescrituras de historias de ese género?


C.A.: En Borges hubo un extenso proceso de asimilación y reescritura de textos de la ciencia ficción europea y estadounidense del período 1895-1950, consistente en la apropiación de estructuras argumentales, así como de ciertas escenas. De forma paralela, esa asimilación fue deliberadamente disimulada, ya que borró las marcas genéricas de los textos originales (como las novedades tecnológicas y la ambientación futurista). Ello generó que no fueran leídos como ciencia ficción, sino como literatura fantástica. Te doy un ejemplo. "La biblioteca de Babel" deriva de un relato de Kurd Lasswitz titulado "La biblioteca universal". ¿Hay pruebas de que Borges lo conocía? Sí: lo cita en el ensayo "La biblioteca total", publicado en 1939 en la revista Sur, donde menciona que el primer expositor del concepto de una biblioteca de extensión ilimitada, que permitiera la combinación total de los signos del alfabeto, fue Lasswitz. La narración de Lasswitz está compuesta por un diálogo entre un profesor y un periodista. Dan en especular si, con el auge de la prensa, algún día no quedará nada nuevo por decir. Concluyen que el número de combinaciones posibles de una cierta cantidad de letras es elevado, pero finito. Luego debaten acerca de cómo sería dicha biblioteca. Además del tema central, hay elementos puntuales en común: el uso de la enumeración, el hecho de que cada obra esté traducida a todos los idiomas, y la mención a las obras perdidas de Tácito. Otro ejemplo es el cuento "El jardín de senderos que se bifurcan", que deriva de un fragmento de Star maker, de Olaf Stapledon, donde se especula sobre un universo donde el tiempo no es una constante unificada.

El libro y su autor, Carlos Abraham.

P.: ¿Pensás que aquellas lecturas de ciencia ficción fueron determinantes para el estilo de Borges? ¿Podemos decir que sin la ciencia ficción Borges no habría sido Borges?

C.A.:
Hagamos una ucronía. Hubiera sido un Borges distinto. Dado que muchos de sus
principales relatos derivan de textos de ciencia ficción, sin la influencia de este género, la faceta narrativa de su obra hubiera sido mucho menos relevante. Hoy en día, su fama reside esencialmente en sus relatos. Si las cosas hubieran sido distintas (es decir, si no hubiera habido influencia de la ciencia ficción), quizá se considerarían más relevantes su poesía o sus ensayos.

P.: ¿Por qué creés que ocultó sus influencias? ¿Se explica sólo por la aversión de la crítica hacia los escritores de género o había algo más?

C.A.:
Borges criticaba algunos elementos o marcas genéricas de la ciencia ficción, como la ambientación futurista o la presencia de elementos científicos. Al hacer sus reescrituras, solía eliminar estas marcas. Por lo tanto, lo que era originalmente una historia de ciencia ficción se transformaba en una historia de literatura fantástica. Hay tres causas básicas de esos cambios. Una, propia del ámbito de la sociología artística, consiste en que la ciencia fue eliminada debido a constituir una intromisión de un elemento no literario dentro de la obra literaria. Borges consideró que, si los lectores comenzaban a juzgar los textos por la mayor o menor exactitud de los temas científicos, entonces estaban perdiendo de vista la auténtica función de la literatura, que es estética. La otra, de índole filosófica, es que al desdibujarse el peso del realismo tecnológico de la ciencia ficción se genera un desvanecimiento de las certezas racionalistas, de la noción de un logos integrado. Se trata de un pasaje de la fe en la capacidad de la mente humana a un descreimiento en dicha capacidad; de una disolución de las certezas positivistas en el progreso y en el caballo de batalla del progreso: la máquina. La tercera es de índole estética. Según Borges, resultaba más convincente una justificación mágica (un talismán, por ejemplo) que una científica (como un elixir creado en un laboratorio), pues permitía una mayor sencillez y limpidez en el desarrollo de la trama. Es decir, un simple acto de fe, una momentánea suspension of disbelief para decirlo con palabras de Coleridge, es más elegante estéticamente que una serie detallada de explicaciones científicas.

P.: ¿Por qué con tanta tradición de consumir ciencia ficción por un lado y tantos grandes escritores por el otro, no hay en la literatura argentina grandes autores y obras que se asuman dentro del género y que sean indiscutidamente reconocidos?

C.A.:
Hay autores interesantes en el ámbito de la ciencia ficción vernácula, como Helvio Botana, Luis Roca o Susana Calandrelli. Pero han tenido poca difusión. Ello se debe a que el género aún es sentido o considerado como algo extranjero. Ese fenómeno surgió en los años cincuenta, cuando la influencia del material anglosajón condujo a que los autores nacionales emplearan una onomástica de ese origen en sus personajes. Junto a la penetración cultural estadounidense, es posible señalar otros dos factores. En primer lugar, un héroe de ciencia ficción con nombre hispánico resultaba poco verosímil, siendo que tanto Latinoamérica como España eran ámbitos atrasados en el plano científico. Los lectores, acostumbrados a los textos estadounidenses y al hecho de que dicho país tuviera un desarrollo tecnológico tan avanzado que parecía futurista, percibían como forzado que una historia fantacientífica tuviera protagonistas argentinos o mexicanos. En segundo lugar, los editores del período tenían la noción de que un nombre anglosajón "vendía más", y no sólo exigían a los artistas que sus personajes tuvieran nombres como John, Smith o Robert, sino que incluso ellos mismos firmasen con seudónimo. Esa situación está cambiando en la actualidad, pero aún estamos en los albores de una nacionalización del género.

P.: ¿Cómo ves el género en la actualidad de la literatura local? ¿Crees que esa negativa de Borges a respaldarlo le quitó visibilidad? ¿O por el contrario preparó el terreno? ¿Hay todavía una tendencia a rehuir al encasillamiento en el género?

C.A.:
Cada año se editan en Argentina unos 30 o 40 libros de ciencia ficción de autores locales. La mayor parte, autoeditados y con muy baja distribución. Dejando de lado la inevitable hojarasca, hay algunos textos interesantes. Lo que he percibido en los exponentes más recientes es una tendencia a desdibujar los límites genéricos, a borrar las fronteras con la literatura convencional. Yo no diría que Borges se negó a respaldar la ciencia ficción. Sin ir más lejos, escribió los prólogos para Crónicas marcianas y Hacedor de estrellas, que contribuyeron a popularizar ambas obras. Pero fue un respaldo mucho menor que el beneficio que obtuvo de su contacto con el género. Hay que tener en cuenta que su vínculo con la ciencia ficción no fue el de un difusor militante o el de un fan, sino que fue el de un escritor centrado en lo que resultaba útil para su propia obra. Su vinculación con el género se produjo en la medida en que ésta fue funcional para su proyecto estético.

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