22 de junio 2007 - 00:00

14 días pasaron sin que Kirchner hable de Macri

Román Riquelme, Mauricio Macri, Néstor Kirchner, Daniel Filmus y Cristina Kirchner.
Román Riquelme, Mauricio Macri, Néstor Kirchner, Daniel Filmus y Cristina Kirchner.
Tal vez, si Mauricio Macri hubiera abrazado la profesión de su padre (Franco), hoy estaría sentado en el banquete de la obra pública del gobierno, miembro de la patria contratista que sirve a emprendimientos de Néstor Kirchner. Ninguno de los dos, por obvias razones, se alarmaría por entrevistarse, más bien se ofrecerían en fotografías. Pero, el ingeniero de Boca prefirió la actividad de político y esa decisión ya en el pasado había molestado al hoy Presidente. Si antes lo irritaba, es de imaginar ahora la roja erupción que le provoca, sobre todo luego que el domingo lo someta en público, a la vista de todos, paradójicamente desde un inmenso cuarto oscuro.

Por más que haya un intento oficial de disimulo frente al hecho ineluctable y, carne de diván en bruto, se piense en un festejo porque el «progresismo del modelo» arañó o superó 40% de los votos en Capital Federal. Dirán: una epopeya frente a un electorado que, otra vez, como hace dos domingos, se equivocó. Casi una explicación fúnebre, de velatorio, semejante a «por suerte murió en la cama, sin sufrir», como si la evasión de esa frase no computara la muerte. Sorprendente falta de realismo.

Se equivocó Néstor Kirchner con Macri. Ya le ocurrió hace años, cuando iba a la cancha de Racing -tiempo glorioso de campeonato- y un amigo de ambos pretendía introducir al ingeniero de Pro con el reconocido administrador de Santa Cruz que soñaba con una Presidencia en un par de lustros. Eran, los dos, integrantes de la farsa habitual de la «nueva política» que auspiciaba Eduardo Duhalde. Rechazó entonces Kirchner el convite, cuestionaba al «niño bien» (en rigor, el hijo de un exitoso pantalonero italiano) que -según él- pretendía acceder a la política por la claraboya, al revés de él que había cursado desde abajo (de la política, claro). No era menor la diferencia de domicilio (uno de Barrio Parque, el otro del frío austral), que algunos imaginarán ideológica. Para el sureño, entonces, Macri emprendía un hobby del cual, luego de gastar millones, finalmente se apartaría. No fue así.

Se equivocó también Alberto Fernández, reproche que le colgará con escarnio en los hombros casi todo el mínimo equipo presidencial. Es que el jefe de Gabinete no se aburría de repetir: Macri podrá ser cualquier cosa, hasta presidente de los argentinos, pero nunca será jefe de Gobierno de los porteños. Su aserto científico se apoyaba en las encuestas, las que afirmaban un persistente voto negativo contra el ingeniero siempre superior a 50%. Como si la opinión pública no fuera volátil -más, la porteña- y esa expresión transitoria no se cayera como la piedra movediza de Tandil. Más bien, otro elemento alimentaba esa negación: la imposibilidad cierta de confrontar con Macri, ya que las mismas encuestas jamás le abrieron a Fernández la eventualidad siquiera de poder subirse al ring para pelearlo, su quimera de vigilia. Le impedían convertirse al menos en un Salieri, sentimiento robustecido por otros vínculos cargados de resentimiento, como el de Aníbal Ibarra y conmilitones del estilo. También, cuestiones de domicilio, muchachos de Villa Urquiza o Paternal contra el de barrio Parque que estudió en el Newman. De ideologías, ni hablar, por más que la inútil discusión del «modelo» sea pan cotidiano en sus conversaciones: ambos, también como Kirchner, lo hubieran aceptado como el empresario necesario para las obras públicas. Pero Macri eligió la política y el domingo el gobierno tropieza con su doble equivocación.

  • Encono fútil

    Sólo en el no reconocimiento de los errores se explica el encono para despotricar sistemáticamente contra el adversario, apenas concluidos los comicios. Como el festejo magno por haber vencido a un atrevido histrión de Villa Crespo (Jorge Telerman), apenas conocido hace un año en los circuitos under. O los preparativos para la celebración por estar retrasados 20 puntos (quizá menos, quizá más) el próximo domingo. El impacto de la derrota se determinó hace ya 14 días, cuando Kirchner debió abandonar su inflamada verba, el amarillismo y la campaña policial, olvidarse en fin de hablar de Macri en sus apariciones públicas, tan sólo porque las encuestas le alumbraron su peor noticia: cuanto más insultara al candidato, más ascendía éste en las encuestas. Terrible dato para un ciudadano común, más doloroso para un mandatario dionisíaco que durante tres años sólo recogió abrumadoras adhesiones y cuya voz, pensaba, era suficiente para segar la hierba en cualquier terreno.

    Y desde que se apagó, su apagado dúo Filmus-Heller recuperó una perdida tasa de interés en el mercado frente a Macri- Michetti (a propósito, ¿es cierto que apareció cierto celo de cartel francés del hombre con la mujer?). Insuficiente, claro, para llegar a la orilla; suficiente, en cambio para verla. La equivocación, entonces, había sido triple. Y, a manos de alguien no querido que, además, se resiste a cualquier protagonismo o confrontación (por más que se justifique en que esa actitud rinde), quien se tapó con la frazada por la probable hipotermia climática, casi un amarrete técnico de fútbol que apostó a defender el dos a cero mientras arrecia el vendaval. Cuando la oposición brama para que triunfe por goleada. Alguien que por segunda vez se niega a postularse a la presidencia, prefiere la módica estrella porteña, cuya parálisis hasta le impidió pegar carteles (sólo se ven los del día después, «Gracias, Pro»), padeció faltas propias (una declaración quizás inoportuna sobre la necesidad de subir impuestos), ajenas (el derrumbe del falso ingeniero Blumberg) o la mínima inteligencia para responder la inasistencia a un debate de menor categoría. Alguien que, en fin, máximo referente de la oposición y categórico vencedor de la hegemonía oficial, hace 48 horas -como supremo esfuerzo de competencia contra el gobierno- lo que exige es «una entrevista con el Presidente». Contra ese personaje de quietud delarruista, demasiado ingeniero tal vez, perderá Kirchner este domingo.

    Lo que obligaría a una reflexión elemental frente al espejo de la Casa Rosada: ¿algo se ha hecho mal? Inclusive, en estos tiempos donde todo juega a favor. Pero lo cierto es que la palabra presidencial está bajo sospecha -al menos, frente a Macri-, el matrimonio ya no viaja a Río Gallegos los fines de semana y no por razones presupuestarias (dicen los malidicentes que no volverá más, que alquilará la casa), el Frente para la Victoria no ganó en ningún distrito (aunque haya colado diputados en todas las listas), se adquieren impune y tristemente voluntades en el mercadeo de la Salada (ex telermanistas sin nombre, por ejemplo) y el delfín político e ideológico del santacruceño termina siendo Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires, quizá con más votos que la propia Cristina. ¿Es esto lo que soñaba Kirchner? Ni en las pesadillas.
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